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Los ejemplos que el rugby ofrece
Estos tiempos mundialistas, época casi única en el universo del deporte, muestran, quizá como nunca, lo maravilloso que tiene el fútbol y también sus miserias, evidenciadas hasta el extremo por el lado argentino y, sobre todo en este último rubro, casi sin dejar sector alguno al margen. El rugby y el fútbol, aunque estén en distintos márgenes, son deportes hermanos. De uno nació el otro y han ido juntos en el primer trayecto del camino, tan rico como lo es la historia misma de ambos. Los ha separado el dinero, los han dividido las clases sociales, y en esas bifurcaciones el rugby siempre ha intentado mostrarse con una cara opuesta a la del fútbol, ya que está muy lejos, como cualquier otra disciplina, de alcanzarlo en lo que significa como fenómeno social.
No se intentará aquí elaborar un tratado ni nada por el estilo comparando un deporte con el otro, pero sí se pueden rescatar nuevamente elementos que aporta el rugby que es probable que no sorprendan a la gente que es habitué a este juego, pero que vale recalcarlas porque un periodista debe escribir para que lo pueda leer y entender cualquiera. El sábado, después del show dentro y fuera de la cancha que significó una nueva presentación y victoria de la franquicia Jaguares, se jugó en el mismo escenario de Vélez Sarsfield una final nacional con gente de los dos clubes protagonistas mezclados en la misma tribuna. Fue como ver una flor que brota en medio de ese basural de enfrentamientos por cualquier ítem que se transita diariamente en el país.
Hubo controversias alrededor del día, la hora y el lugar elegido por la UAR para el partido decisivo del Nacional de Clubes y quizá lo mejor sea no mezclarlo con Jaguares en el futuro, pero lo cierto es que se trató de una fiesta, con invasión de cancha tras el encuentro y ni un solo incidente; y con perdedores saludando a ganadores y viceversa, sin ninguna histeria, sin ningún rencor y sin ningún fanatismo exacerbado.
Así sucedió también en otros escenarios del país con las distintas finales que se disputaron este fin de semana que pasó y, la verdad, es lo que ocurre todos los sábados en las decenas de canchas en las que se juega al rugby. Y ese es un patrimonio, el del rugby de clubes, del cual este deporte debe sentirse orgulloso, feliz de pertenecer y obligado a no perderlo. Es seguramente el aspecto que menos vidriera tiene, sobre todo en estos tiempos de profesionalismo e intereses en crecimiento, pero es el que le sigue dando la razón de ser.
Porque además de la final del Nacional de Clubes –Hindú, un campeón incansable y un ejemplo de cómo se juega y de cómo se vive un club; Newman, un digno rival que sigue creciendo–, el rugby argentino vivió otro hecho en los últimos días que también vale remarcar: Daniel Hourcade dejó de ser el head coach de los Pumas y lo hizo sin tirar acusaciones. Lo contrario: agradeció todo lo que había recibido. Al otro día estaba dando una charla en un club de su provincia, Tucumán. Sin histerias, sin internas (si las hubo, se las guardó), sin reproches. No ensuciándole el camino al que venga.
Quizá en estas épocas de tanta confusión y cinismo, de tanta calle mal habida, de propinas a la realidad y de enfrentarse contra el otro por lo que sea, valga salir un rato de lo cotidiano, de lo urgente y de lo que marca la agenda grande para remarcar que el rugby tiene lugares que son oasis. A valorarlos, entonces.
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