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Los All Blacks entraron en pausa (por un rato)
El rugby internacional vivirá en pocas horas un hecho atípico en la última década: los All Blacks jugarán por el tercer puesto en la Copa del Mundo Japón 2019. Campeones en 2011 y 2015, encontraron un límite con la Inglaterra de Eddie Jones. En Japón hubo un tropiezo y nada más que eso. No hay un fin de ciclo. Desde que en la eliminación de 2007 (la única vez que quedaron afuera de los cuartos de final) ajustaron el GPS por el camino del legado, los neozelandeses demostraron que pueden cambiar los nombres, pero no el proceso. Ahora, que fueron derrotados, debe reconocérselos más que nunca. Han contribuido como ninguno a mejorar el juego, a hacerlo trascender más allá de las limitadas fronteras del rugby y a ser un espejo en el cual mirarse para progresar. Están, no se han ido. Seguramente, en el recambio que se viene con la despedida entre otros del entrenador Steve Hansen y del capitán Kieran Read, habrá otro coach y otros jugadores para seguir marcando tendencia.
El australiano Matt Giteau, quien los enfrentó y los padeció en este último período de absoluto dominio, graficó a la perfección lo que significan los All Blacks: "La razón por la cual los equipos de todo el mundo continúan creciendo y desarrollándose es porque los All Blacks establecieron un estándar durante tanto tiempo que llevó a los otros países a intentar perseguirlos". La era 2012-1019 de Hansen al frente del equipo (era el ayudante de Graham Henry en el título de 2011 y lo sucedió una vez terminado el torneo) fue asombrosa en números: una Copa del Mundo (Inglaterra 2015), 6 Rugby Championship, 9 Bledisloe Cups y un récord de 86% de partidos ganados.
Si bien siempre han sido atracción, esta etapa gloriosa de los All Blacks los llevó a ser uno de los seleccionados a los que el público aficionado a cualquier deporte quiere ver al menos una vez en su vida. Algo así como Roger Federer. De hecho, fue el primer equipo en recibir el galardón Princesa de Asturias. El rugby debe estar agradecido de un plantel que combina como ninguno en la historia (sólo puede ser comparable el Gales de la década de 1970) la fuerza que tiene todo deporte de contacto, con la belleza de ese mismo deporte que también se juega con las manos y con los pies. Hacen un arte del pasarse la pelota a lo ancho de la cancha y una mente para ser clínicos en cada jugada.
También han generado polémica. Los árbitros suelen ser más permisivos con ellos, sobre todo en la era del enorme Richie McCaw. Y son criticados por situaciones como las que marcó Stuart Barnes, ex apertura del seleccionado inglés y uno de los más reconocidos comentaristas a través de la cadena Sky: "El rugby es un juego feo cuando el breakdown es una lucha de brazos. Las defensas que solo hacen lentas las pelotas destruyen el juego y obtienen una ventaja. No solo se arrodillan, sino que también entran de costado en el ruck. Nueva Zelanda, hermosa y fea en igual medida, es especialista en todo esto. La grandeza de McCaw tuvo tanto que ver por su negativa a jugar con limpieza el breakdown como su inspirador compromiso como capitán. McCaw ya no está, pero sigue habiendo un ejército implacable de alas abiertos mercenarios listos para matar la pelota rápida". Barnes no está solo en estas apreciaciones.
Inglaterra, implacable, con un tackle feroz, los frenó en una noche inolvidable para el rugby en Yokohama. Los inventores de este juego tuvieron que rendir al máximo para sacarlos de carrera y, aún así, la victoria recién estuvo asegurada sobre el final. Mañana ante Gales, por el tercer puesto, será la última función de varios líderes, como el genial Sonny Bill Williams. Él, Read y Sam Whitelock están en los libros: ganaron dos títulos y llegaron a una semifinal. Los All Blacks entraron en pausa por un rato. Hay más gloria esperándolos a la vuelta de la esquina.
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