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Lo abandonó la madre, le dio un campeonato a Boca y cometió un error que lamenta hasta hoy: la otra vida de Matías Arce
Corría la última fecha del Apertura 2000 cuando, en una cancha eufórica por haberle ganado al Madrid, anotó el gol de su vida; luego desembarcó en Gimnasia de La Plata; aciertos, traspiés y alegrías de un jugador con recorrido
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“Yo decía que el destino ya estaba marcado, porque por ahí, si jugaba de titular, el gol ni lo hacía”, recuerda a la distancia Matías Sebastián Arce. El 17 de diciembre de 2000, en los albores del nuevo milenio, su cara fue tapa de todas las revistas. Boca ya era campeón del mundo. Había tocado el cenit tras derrotar al Real Madrid en Japón. Pero la fiesta no era completa.
A Matías, admite, le “costaba la concentración”. Sin embargo, ese día, sentía que “algo” iba a pasar. Boca precisaba de un triunfo para coronar su triplete y redondear, así, el mejor año de su historia: “Yo terminé la entrada en calor abajo de las tribunas, en donde se hacía antes, en las canchitas, y se movía todo”. Con nostalgia, y la ilusión de volver a ese momento, Arce evoca la importancia de los jugadores más experimentados en los instantes más calientes. “Me dieron el apoyo los más grandes: ‘Pepe’ (Basualdo), Román (Riquelme), Patrón (Bermúdez). Apenas entro hice la primera jugada bien, y me empezó a salir todo”, rememora.
Convencido de que la historia estaba escrita, los tiempos de Boca y Arce se unieron aquella tarde soleada de (casi) verano. “Estaba con… ¿viste cuando decís que estás con mucha confianza? ¿Que algo va a pasar? Ese día, pasó. Lo sentía ya”. En el minuto 19 del segundo tiempo, Riquelme asistió a Guillermo. El Mellizo, como tantas otras veces, aguantó la marca y descargó de taco con Arce. El pibe había ingresado al campo de juego en el entretiempo. 29 minutos le alcanzaron para entrar en la historia de Boca.
Casado, con tres hijos (Delfina, de 15, Thiago de 9 y Mateo de 5) y parte del club de su vida, en el rol de entrenador de la novena junto a Mauro Navas, Arce confiesa que ese gol le cambió la vida: “Me voy justo de vacaciones con mis amigos. Vamos a comprar el diario y estaba en todas las tapas de revistas. No estaba acostumbrado. Es como que te marea un poco”. Seis meses después, Arce tuvo una charla con Carlos Bianchi, donde se le planteó la posibilidad de salir a préstamo a Belgrano. “Carlos me dijo: ‘Mati, tengo dos opciones. Si te querés ir, te vas por el crecimiento de tu juego; si no, vas a seguir peleándola acá”, aseveró. Finalmente, el volante se inclinó por la primera opción y recaló en el “Pirata”, donde cumplió una gran temporada.
Incluso, jugó contra Boca en La Bombonera, y provocó la expulsión de su amigo Sebastián Battaglia, hoy, entrenador de la primera. “Me pegó a mí. Supuestamente, me tiré. Él tenía una amarilla. Yo soy muy amigo de Seba. Me acuerdo que me marcaba él. Hicimos un partido bárbaro. Estaba como para volver”, recuerda sobre aquellos tiempos.
“Me sirvió porque juego casi 30, 35 partidos en un año”, revisa. No obstante, cuando regresó, el plantel profesional, dirigido en ese entonces por el “Maestro” Tabárez, estaba de pretemporada en Estados Unidos. Allí, tomó la decisión de aceptar un nuevo préstamo, en esta ocasión, a Gimnasia de La Plata, decisión de la que hoy en día reniega. “¿Sabés qué lindo seguir jugando en Boca? Eso me mata a mí. ¿Por qué me voy? ¡Ay, Dios! Yo tenía que esperar a que venga el plantel de primera, ¡y me voy a Gimnasia! Esa fue la equivocación mía, irme de vuelta”. Hoy en día le retumba una frase que circula en los pasillos de Brandsen 805, o en estos días, en los caminos de pasto del predio de Ezeiza: “Nunca te tenés que ir de Boca”.
“En un momento no tenía volantes. Boca jugaba con volantes centrales. Eran todos cinco y faltaban volantes, entonces ahí debuta (Nahuel) Fioretto, gente que empezó a sacar desde abajo porque no tenían y me fui, y yo sabía que, luchando, podía pelear un puesto de titular. Pero son cosas de pibe, que querés irte a jugar, y no te das cuenta donde estas”, apunta a la distancia.
Una infancia difícil
Para Arce, Boca fue un lugar de contención. Arribado al club con 16 años, en su casa había sufrido la separación de sus padres y la repentina partida de su madre. Eso, cuenta, lo hizo más fuerte. A su alrededor, en cambio, tenía compañeros que sufrían el desarraigo. No era su caso. “Yo me crié con mi papá. Mi viejo se iba a trabajar y me quedaba solo con mi hermano más grande. Se me hizo más fácil venir a la Capital. Había una señora que era como nuestra mamá, que era Mirta, hablábamos nuestros problemas con ella, o Mara, que era la psicóloga. Estaba más protegido. Eso me hizo fuerte, y por eso llegué”.
En Buenos Aires, por ejemplo, aprendió a expresar sus emociones, algo no tan habitual en su casa. “Mi papá es un crack, me crió, todo, pero no era muy familiero. Éramos muy secos. Si tenía que llorar, lloraba en cuatro paredes, no demostraba a nadie”. Ese carácter curtido, sin embargo, no le dejó rencores con la madre, con quien hoy recuperó su vínculo, lleno de cicatrices: “Ella sola se fue acercando. Está el afecto, pero no es que le pido ‘un abrazo, mami’. No. Soy más seco. Y ella también, porque nos dejó con mi papá solos”.
En la pensión de Casa Amarilla, “vivía con (Sebastián) Battaglia, (Nicolás) Burdisso, Julio (Marchant). Éramos todos como hermanos”. Al poco tiempo, ese grupo de juveniles, de las categorías 80′ y 81′, empezó a foguearse con los más grandes. “Sabíamos lo que queríamos, que tenías a un técnico que miraba mucho a las inferiores. En esa época estaba muy de la mano. El cuerpo técnico iba a ver la cuarta, la quinta. Nos sentíamos importantes. Si hacíamos las cosas bien. Sabíamos que teníamos esa oportunidad, que había un técnico que nos estaba mirando”, destaca.
Le llegó la primera pretemporada en la mítica “Posada de los Pájaros” de Tandil, recordada por la exigencia que les imprimía a los futbolistas el preparador físico Julio Santella, y que Arce ejemplifica gráficamente: “Era vomitar y seguir. No es que vomitábamos comida: vomitábamos agua. Tomábamos agua y vomitábamos el agua, y seguíamos así”. A Bianchi lo define como “un padre”. “Bianchi fue un maestro que me enseñó todo: cómo vivir una carrera dentro de Boca, cómo vivir fuera de la cancha. Él era como un padre en el sentido de que te decía lo que tenías que hacer, cómo tener que manejarte”. Y evoca uno de sus secretos: “No te agarraba adelante del grupo. Te agarraba sólo, en cuatro paredes, y ya sabía todo lo tuyo, tus movimientos, cómo te tenia que manejar, y si te descarrilabas, te ponía en eje para que vayas derecho”.
En tanto, destaca como una de las virtudes de Bianchi algo que él intenta replicar como entrenador: que los suplentes estén felices: “Los tenía a todos iguales, contentos, motivados. Él sabía que el de atrás le iba a responder. Lo tenía motivado, bien. No es que lo laburó dos días antes del partido”.
Aunque la carrera lo llevó por Italia, Venezuela, Costa Rica, Perú y Bolivia, entre otros países, siente que, como futbolista, “podría haber dado mucho más”. “Yo, entrenado, era un jugador interesante. Volante con pegada... Hoy es muy diferente a lo de antes. Antes era más difícil jugar”, describe. Ahora, en su rol de entrenador de chicos de 14 años, empatiza con esos adolescentes que viven lejos de su familia, y es su trabajo estar encima de ellos. “La madre que por ahí lo llama, cuando le dice te extraño a un pibe, le estás haciendo mal, porque el pibe lo siente. Te hace dudar y no sabe en qué lugar estás. No es fácil vivir acá, dejar a tus padres”.
Se retiró en San Miguel con 35 años. Tenía más para dar. Podría haber emigrado a otros clubes de Sudamérica, pero la familia pudo más. “Decidí no estar sólo. Mis hijos ya estaban grandes, habían hecho compañeros. Sacarlos de vuelta... es como que iban sufrir eso, sacarlos de los abuelos. Decidí dar un poco al costado”, analiza.
La actualidad
Primero, incursionó como captador de Boca en el interior del país, rol que le sentaba cómodo, por tratarse de historias como la suya. “Viajaba mucho, estaba siempre buscando jugadores”. Después, para no quedarse sólo con eso, decidió hacer el curso de entrenador. De su trabajo, le gusta transmitirles a los chicos su experiencia como futbolista que viene de una provincia. “No es fácil estar en la pensión”, destaca.
Su trabajo en el cuerpo técnico de Mauro Navas, al margen de las cuestiones técnicas, se centra en mantener a los jugadores motivados y estar encima de las personas. Arce sabe que, si están en Boca, la materia prima está. Si algo no funciona, muy posiblemente, sea por un bajón anímico. “Si vos estás bien de animo, lo táctico ya lo tenés. Y jugás bien. Por algo, estás ahí”.
Recientemente, le tocó gestionar una situación que vivió un juvenil en la que pudo aplicar la Receta Bianchi. “Ahora, hubo un viaje a Paraguay que no fue. Estaba desactivado. Mal. Se quedó dos semanas conmigo, ¿y qué fui yo? Motivando todos los días, que tiene que estar allá de vuelta, que no hay un extremo como él, zurdo, potente. Quería recuperarlo. Juega el partido de liga y la rompe”. El mismo chico sufrió la muerte de la abuela y Arce ya está expectante por su regreso. “Tuvo que viajar al sur, pero hay que ver cómo viene ahora de vuelta, pero ya lo habíamos recuperado, lo estábamos recuperando. Yo le dije a Mauro: ‘Mirá que está muy bien de vuelta, con ganas. Es hablarle todo el tiempo, darle esa importancia todo el día. Entonces vos sabes que cuando llega, va a estar a la par de los demás. Es cuestión de estar todos los días, ver cada problema del jugador. Así, se logran las cosas”. Así, Arce logró sus cosas.
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