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Lionel Messi: de aquel "Mecci" citado de apuro a este capitán hambriento que vuelve a merodear el título
A punto de cumplir 12 años en las selecciones argentinas, está otra vez a las puertas de ganar el campeonato que le falta y más desea; lo intentará en Estados Unidos, el país donde más goles marcó en la Mayor
EAST RUTHERFORD, Estados Unidos.- "Leonel Mecci". El empleado administrativo del Fútbol Club Barcelona tuvo que razonar para darse cuenta de a quién se refería ese fax que acababa de recibir. Venía desde un número de Buenos Aires y traía impreso el membrete de la Asociación del Fútbol Argentino . Era abril de 2004 y sí, era verdad que en la cantera del club había un chico de ese país. Solo que su nombre real era Lionel Messi.
Ese fue la primera comunicación oficial entre la selección argentina y el adolescente rosarino de 16 años. Hasta entonces, apenas habían habido algunos tibios escarceos entre el chico y la AFA: un videocassette con sus jugadas que el papá le había alcanzado a Claudio Vivas , asistente de Marcelo Bielsa en la selección mayor, y los cabildeos de Hugo Tocalli –entrenador de la Sub 17 y Sub 20 y destinatario final del video– para decidirse a convocarlo.
El fax activó el entusiasmo del zurdito, un talento fugado a Europa en septiembre de 2000: él quería jugar para Argentina y no para España, que intentaba seducirlo con todas las tácticas posibles, dinero incluido. Pasaron unos meses. El 25 de junio de ese 2004, por fin, el falso Mecci entró por primera vez al predio de la AFA, en Ezeiza, para sumarse a un plantel sub 20 en el que solo conocía a Lautaro Formica, con quien había jugado en las juveniles de Newell’s . Formica había sido uno de los tantos en alertar a Tocalli: "Es un crack". El plan era inequívoco: jugar un amistoso para que el recién llegado se pusiera por fin la camiseta de la selección y así espantara el tironeo español.
Exactamente doce años después de ese entrenamiento, Mecci es Messi para todo el mundo. Y ahora –a 8575 kilómetros de Ezeiza– entra caminando a una nueva práctica de la selección, solo que ahora lo hace en su rol de capitán de su propia ilusión. "Tenemos que tratar de ganar la Copa como sea", había desnudado su ansiedad un día antes. Está en East Rutherford –en las afueras de Nueva York–, hay sol, y de fondo se ve la figura intimidante del estadio donde hoy será el imán del mundo futbolero.
En el viaje imaginario que junta una punta de la historia con la otra se esparce una catarata de imágenes. Su gol animado el día de su debut en ese amistoso juvenil contra Paraguay, un 8-0 con 200 personas en las tribunas del estadio de Argentinos Juniors, recientemente bautizado Diego Maradona. Su sonrisa pegada a la del rey Guillermo de Holanda en la entrega de premios, cuando fue campeón y mejor jugador del Mundial Sub 20, en Utrecht. El llanto mezclado con miedo tras ser expulsado a los 47 segundos de haber entrado a la cancha por Lisandro López, en su primer partido en la selección mayor: "Soy un desastre, no me van a citar más". Su primer gol en un Mundial, de derecha, contra Serbia y Montenegro. Su charla con el Maradona técnico en un entrenamiento, escuchando la lección de cómo poner el pie en los tiros libres. Sus oídos escuchando silbidos acusatorios en Santa Fe, en el andar de una Copa América oscura. Sus tres goles a Brasil, a cuál más lindo, en el MetLife que hoy volverá a pisar. Su obra de arte contra Irán en Belo Horizonte, en el Mundial que se escapó por nada. Su cola en el pasto y su cabeza hundida, acariciada por un nene chileno en el dolor de otra derrota final, en Santiago. Su barba modelo 2016 festejando el gol récord en Houston.
Estados Unidos le sienta bien a Messi. En este país marcó 12 de los 55 goles que tiene en la selección: ni en Argentina llegó a tanto. Aquí estará esta noche su familia, para darle abrazos de contención o de euforia, depende de qué lado caiga la moneda. Tan cierto como que él está otra vez a las puertas de la dimensión desconocida: ninguno de los 30 títulos que ya ganó se parecerá al que puede conseguir hoy, ese que cambiaría por los cinco balones de oro que guarda en su casa. Será el guía que conduzca a sus compañeros en la búsqueda de un título que actualice una foto en sepia: el último que obtuvo la Argentina data de 1993.
Su gen competitivo quiere campeonatos, no elogios. No lo conmueve que Jorge Valdano invente que "se le adivina la calle" cuando juega. O que Pep Guardiola diga que alguna vez les contará a sus nietos que lo entrenó. O que Arsene Wenger se asombre porque "hace posible lo imposible". O que el escritor italiano Roberto Saviano escriba que sus jugadas son comparables "a todo lo que deja de ser sonido, materia, color, y se convierte en algo que pertenece a todos los elementos, a la vida misma".
Si el fútbol es un eterno retorno a la infancia, Messi quiere ser esta noche un niño feliz. O ese jovencito de melena llamado Mecci.
Los 55 goles de Messi en la selección
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