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Laureus cumple 20 años: cómo trabaja la organización que reúne a leyendas del deporte para favorecer a chicos vulnerables
Mónaco. Año 2000. Un auditorio, una premiación de lujo. Protagonistas e invitados con ropas de gala. Un escenario imponente, con pantallas, luces de colores y personalidades en vestidos largos y smokings. En las plateas, celebridades a raudales. Y de pronto, ingresó a la tarima un señor de 81 años, negro, ex presidiario, con apenas una prolija camisa y un pantalón, sin estridencias. Todos se pusieron de pie y aplaudieron. Canoso, sonriente, el hombre debió hacer un gesto para que se sentaran.
Y tomó la palabra. En un inglés bastante rústico en cuanto a pronunciación, dijo esto: "El deporte tiene el poder de cambiar al mundo. Tiene el poder de inspirar. Tiene el poder de unir a la gente, de una forma en que pocas otras cosas lo hacen. Le habla a la juventud en un idioma que ella entiende. El deporte puede crear esperanza donde una vez hubo solamente desesperanza. Es más poderoso que los gobiernos para derribar barreras raciales. Se ríe en la cara de todo tipo de discriminación". Ese señor era un ex presidente. Lo apodaban "Madiba" y había administrado Sudáfrica hasta el año anterior.
Nelson Mandela, el hombre que derrotó al racismo en su tierra, sabía de qué hablaba. Había experimentado la calidad del pegamento social que era el deporte cuando en el segundo año de su gestión, 1995, Springboks ganó como local el Mundial de rugby y el país fue una fiesta... en blanco y negro. Aquella frase suya resonó en la primera entrega de los premios Laureus, que nacían como los "Oscar del deporte", hace hoy 20 años. A partir de sus palabras, los galardones fueron poco menos que la excusa para llevar adelante lo que el vencedor del apartheid había propuesto: usar al deporte para cambiar, inspirar, unir, esperanzar, derribar barreras.
De ese discurso de Mandela (fallecido en 2013) se cumplen hoy 20 años. También, de Laureus, entidad que se enorgullece de, según afirma, haber favorecido a casi 6.000.000 de chicos vulnerables en el planeta y de haber colectado unos 150.000.000 de euros para cumplir su misión solidaria a lo largo de esas dos décadas. Ahora bien: ¿cómo es el mecanismo que se activa entre la alfombra roja de las ceremonias y los hábitat de los niños desfavorecidos?
La concepción Laureus consta de dos patas. Una es la Academia Laureus, que a modo de la de los Oscar reales, los del cine, se encarga de galardonar a los mejores del mundo cada año. La otra es la Fundación Laureus Deporte para el Bien, destinada a organizar las acciones de caridad. La primera, la que se mueve en el ambiente del glamour y los grandes nombres, trabaja para la segunda, la obrera, la que se ocupa de los anónimos.
La Academia, basada en Londres y presidida por Sean Fitzpatrick, ex jugador de All Blacks, está conformada por 69 ex atletas exitosos, que seleccionan a los ganadores de los premios entre los finalistas votados por periodistas de muchos países. En muchos casos, esos miembros son mitos vivientes del deporte: Nadia Comaneci, Jack Nicklaus, Franz Beckenbauer, Boris Becker, Edwin Moses, Mark Spitz, Bryan Habana, Sergei Bubka, Bobby Charlton, Emerson Fittipaldi, Cafú, Miguel Indurain, entre otros. Además de entregar las estatuillas –la vidriera ante el gran público global– y de expresarse públicamente sobre temas del deporte, la Academia se dedica a hacer foros bienales en sedes rotativas para compartir experiencias con formadores deportivos y a tejer las relaciones sociales para conseguir exposición internacional y, mediante ella, los fondos que necesita su hermana, la Fundación, la que encara la otra parte "social": el trabajo de campo, el de ofrecer valores y educación a niños pobres, discapacitados, refugiados.
Dos grandes empresas, Daimler y Richemont, fabricantes de los autos alemanes Mercedes-Benz y los relojes suizos IWC, están desde el comienzo de la historia y son las fundadoras de la Academia. Otra, el banco japonés MUFG, se incorporó más tarde. Las tres son largamente las mayores aportantes a Laureus, cuya fundación Deporte para el Bien, encabezada por el ex velocista estadounidense Moses, tiene filiales en siete países, pero actúa en muchos más: dice sostener actualmente más de 200 programas de ayuda en más de 40 naciones. La estructura global, que tiene sus embajadores (algunos, como Bryan Habana, "ascienden" a miembros de la Academia), sirve como apoyo a las filiales locales, que a su vez deben procurar recursos.
La presencia en la Argentina
Entre esos siete países donde hay una fundación Laureus propia está la Argentina. Que tiene, además, el reconocimiento de contar con dos miembros en la Academia: Hugo Porta, desde el propio año 2000, y la mejor jugadora de hockey sobre césped de todos los tiempos, Luciana Aymar. El ex rugbier preside Laureus Argentina y calcula que en sus 14 años la ONG ha influido en las vidas de unos 20.000 pequeños y jóvenes. Hoy desarrolla actividades en Moreno (Granja Andar: fútbol para chicos discapacitados), Barracas (boxeo en la villa 21-24, con la fundación Temas), Coronel Suárez (con el club Estudiantes Ferroviario Mitre), Buenos Aires (Olimpíadas Especiales) y Mar del Plata (programa Cambio de Paso, con rugby, hockey, fútbol y básquetbol para que niños se acerquen al deporte). Y Porta ambiciona algo que sentiría muy propio: un proyecto de rugby en una provincia, Tucumán, muy de rugby. Está seguro de que va a darse, pero... son los beneficiarios quienes terminan eligiendo el deporte. El deseo del consagrado depende de los bajitos.
¿Y cómo se financia la fundación nacional, en un país que está en crisis ya permanente? Pues... gracias a uno que no lo está. El gran ingreso anual de Laureus Argentina proviene de Inglaterra, donde en cada temporada alta de polo varios de los mejores profesionales albicelestes ofrecen una exhibición. Ellos ponen sus caballos y su participación, y la concurrencia, los fondos que luego contribuyen a llevar el deporte y sus valores a los niños argentinos. Para eso la fundación se apoya en entrenadores y voluntarios, y en sus embajadores: Sebastián Battaglia, los hermanos Fernández Miranda, los Heguy, Adolfo Cambiaso. Y algunos no deportistas: Iván de Pineda, Matías Martin.
Si había un plan de celebrar a lo grande los 20 años de Laureus, la cuarentena casi mundial lo frustró. Y complica a cada filial local, no solamente para desarrollar su actividad (ahora la argentina se limita a hacer capacitaciones a sus colaboradores), sino también para colectar los recursos. No está claro que este año se vaya a celebrar el amistoso de polo en Inglaterra, y eso comprometería las arcas de Laureus Argentina, que en cada campaña se compromete a dar su respaldo por tres años. Pero no se queda en eso. "Lo material es importante pero hay un tema humano que es muy importante también. No se trata de visitar un proyecto una sola vez sino varias, y de que el chico se dé cuenta de que hay una persona que, aunque no lo conoce mucho, se preocupa por él. Que alguien se interese por ellos tiene mucho valor. En la medida en que el chico se acerque y vea que se lo trata igual que a todos los demás, y en que uno vea que el chico sonríe y que percibe un futuro mejor, el trabajo está bien hecho", comenta a LA NACION Porta. Que además del rugby en Tucumán, tiene un anhelo que une Laureus y la Argentina: que algún día los premios de la Academia, que ya han conocido grandes ciudades del planeta, sean entregados en Buenos Aires. "Me encantaría", se entusiasma el mejor jugador de la historia de los Pumas y ex embajador argentino en Sudáfrica.
Honrado de estar entre los pioneros de Laureus, también Porta cumple dos décadas en esto. Si lo necesitara, no le sería fácil abandonarlo. "Siempre hablamos de apoyar los proyectos por tres años, y enseñamos a ser sustentables en el tiempo. Pero una vez que uno inicia una relación es muy difícil dejarla. Trabajamos con jóvenes, y si podemos acompañarlos en su estudio y lo laboral, seguimos haciéndolo. El valor de la ayuda es dado por el que la recibe, no por el que la da", piensa, un paso más allá de aquellas palabras fundacionales de Mandela en medio de la suntuosidad de Mónaco 2000.
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