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Pyeongchang 2018: el fenómeno de las porristas norcoreanas de los Juegos Olímpicos, controladas con disciplina militar
PYEONGCHANG, Corea del Sur – Un murmullo colectivo se extendió por las tribunas del Centro de Hockey Kwandong el lunes por la noche. Los asistentes sostenían en alto sus celulares para tomar fotografías. Habían llegado las animadoras norcoreanas, una atracciónparticular en los Juegos Olímpicos de Invierno Pyeongchang 2018.
“Se ven muy bonitas”, dijo Hyun Myeong-Hwa, de 58 años, proveniente de Cheongju, Corea del Sur, quien grabó a las mujeres mientras tomaban sus asientos treinta minutos antes de que el equipo olímpico unificado de Corea jugara contra Suecia. Aunque la misma Hyun dice tener sentimientos encontrados sobre la presencia de las porristas.
“Entiendo las críticas negativas por su asistencia”, dijo. “Pero creo que debemos ser positivos y de mente abierta hacia ellas. Somos el mismo pueblo”. La presencia del equipo –conformado por 229 mujeres, integrantes de la delegación de Corea del Norte para los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang— adquirió una carga política y provocó reacciones divididas entre los espectadores.
Las animadoras fueron elogiadas como parte de un símbolo de paz, una forma preliminar de aliviar las tensiones en estos momentos de crisis nucleares en la península, dividida desde 1953. Sin embargo, también han sido criticadas y calificadas como los componentes que cantan y bailan de una campaña de propaganda norcoreana en los Juegos.
Están bajo un estricto control: entran y salen de las sedes olímpicas en las que dan su espectáculo con guardaespaldas que las protegen de cualquier interacción con extraños. En esta esfera tan pública han sido fuente de una intensa e incesante curiosidad. Dado que son tantas y con ello fueron parte de escenas algo surrealistas, consiguieron un nivel de atención —en las mismas sedes deportivas y por parte de los medios— que despertaría la envidia de la mayoría de los atletas olímpicos.
“Es una parte más de su ofensiva de paz y encanto”, dijo Duyeon Kim, investigador sénior visitante en el Foro para el Futuro de la Península de Corea.
A pesar de todo el escrutinio del que resultaron objeto, es poco lo que se sabe sobre las porristas.
El equipo de animación se hospeda en 108 departamentos de condominio en un alejado centro turístico en Inje Speedium, un complejo de pistas de carreras en el condado Inje ubicado a lo largo de las laderas del monte Sorak. Ahí, en la mayoría de los casos, hay dos personas en una misma habitación, de acuerdo con Kim Tae-eun, vocero de Inje Speedium. Hay veintiún periodistas norcoreanos que también se quedan en habitaciones allí. Según Kim, la mayoría de las unidades tienen dos televisores con canales locales y satelitales disponibles (lo que pondría en tela de juicio la idea de que los norcoreanos no pueden tener acceso a información sobre cómo se vive fuera del régimen de su país).
Kim dijo que las animadoras comen en uno de los salones del hotel adyacente, adonde llegan en grupos escalonados de aproximadamente treinta personas acompañadas por dos guardaespaldas masculinos de mayor edad. Entran al salón en filas dobles y bien alineadas. Cuando terminan de comer, se forman de nuevo para la caminata de dos minutos de regreso a sus habitaciones.
Esa precisión militar fue uno de los distintivos visuales de su visita. El 12 de febrero, en el estadio de hockey, las norcoreanas llevaban bolsas idénticas en las que tenían todo su equipo para hacer las coreografías de porristas, incluyendo la bandera blanca y azul de una Corea unificada. Vestían trajes de nieve de color rojo —cuyo material hacía un fuerte ruido cuando caminaban en grupos— y zapatillas blancas. Gritaban lemas sobre la unidad y cantaban viejas tonadas folclóricas coreanas.
Las norcoreanas no se mueven si no las acompaña al menos un compatriota más y un monitor del gobierno de Corea del Sur. Las idas al baño antes y después del partido de hockey, por ejemplo, fueron en grupo. Cuando los hombres mayores norcoreanos que actúan como guardaespaldas del equipo salieron del estadio durante el partido para fumar, lo hicieron en grupos de tres.
En ciertos momentos las animadoras parecían muy involucradas con su entorno, asomándose con anticipación cada vez que el equipo coreano estaba cerca de meter un gol y a veces respondiendo un saludo de los curiosos que pasaban por ahí. En ningún momento hubo tanto ruido en la cancha como cuando las suecas metieron el primero de ocho goles y el equipo de animadoras, mientras todas ondeaban las banderas, lanzó un entusiasta cántico de “¡Ánimo!” al que se unieron prácticamente todos en el estadio.
Sin embargo, otras veces parecían extremadamente ajenas o indiferentes a lo que las rodeaba. En el segundo periodo, un estadounidense le propuso matrimonio a su novia en la pantalla de video del estadio, lo que generó ovaciones estridentes y luego una larga y cálida ronda de aplausos de la encantada multitud. Todo ese tiempo las norcoreanas siguieron cantando “¡Somos uno!” con la vista fija al frente.
Después, durante una interrupción en el partido, cuando cuatro animadoras surcoreanas con muy poca ropa dieron volteretas al ritmo de la canción “Girlfriend”, de Avril Lavigne, las norcoreanas se mecieron, aplaudieron y cantaron… pero al ritmo de su propia canción de porra.
Han Seo-hee, de 35 años, una desertora norcoreana que se fue a Corea del Sur y a quien eligieron para ser animadora hace dieciséis años, dijo que el equipo es conformado por porristas de varios grupos de espectáculos de la capital, Pionyang. Dijo que muchas, incluida ella misma, pertenecían a una banda asociada con el Ministerio de Seguridad Pública, una agencia nacional de procuración de justicia a la que ella se unió terminando el colegio. Han dijo que no es un trabajo que dure todo el año, pero que usualmente reunían a las mujeres durante varios meses para un entrenamiento de tiempo completo antes de un evento importante.
Han explicó los criterios de selección: “Quienes están bien asimiladas al régimen norcoreano, quienes trabajan ejemplarmente en equipo, quienes provienen de las familias adecuadas y, por supuesto, quienes cumplen con los estándares de estatura y edad”, comentó.
Las animadoras, dijo, deben tener alrededor de 20 años y medir más de 1,60 metros. Comentó que cinco de sus compañeras en la banda del Ministerio de Seguridad Pública, después de haber pasado por todas las rondas previas de aceptación, fueron rechazadas en una entrevista final con miembros centrales del partido gobernante porque tenían parientes en Japón. Dijo que a las animadoras no se les paga, pero que muchas ven la oportunidad de viajar al extranjero como un privilegio. El aura general de misterio solo ha intensificado la fascinación de la gente con ellas.
“Los países han estado divididos durante tanto tiempo que es la primera vez que veo a gente de Corea del Norte y es genial”, dijo Yoon Jin-ha, de 16 años, una estudiante de Seúl que asistió al partido de hockey con su madre. Refiriéndose a una creciente indiferencia hacia la reunificación entre los surcoreanos jóvenes, añadió: “Creemos que la unificación no es tan importante, pero estar tan cerca de ellas esta noche me hizo comprender realmente que somos el mismo pueblo”.
Andrew Kew
© 2018 THE NEW YORK TIMES
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