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Las nuevas carrozas de fuego
LONDRES.- Los pasajeros de todo el planeta que llegan en estos meses a Londres por British Airways se encuentran con el relanzamiento de la película Carrozas de Fuego en el menú de entretenimiento a bordo. Los Juegos Olímpicos oficiaron como un señuelo para que el film salga al mercado hogareño en Blu Ray y también hay una versión teatral de la historia que reflejó los universos de Eric Liddell y Harold Abrahams, dos atletas olímpicos británicos que ganaron la medalla dorada en París 1924. Liddell, vencedor en 400 metros, era un escocés con pasado de jugador de rugby, nacido en China donde fue misionero, religioso y predicador a tal punto de no competir los sábados y orgullo de la Universidad de Edimburgo. Harold Abrahams , campeón en los 100 metros, fue un estudiante de Cambridge que batió los records de velocidad en las pistas universitarias. Su origen judió hizo que no tuviera el suficiente apoyo de sus docentes y rectores. Abrahams hasta fue acusado de apartarse de los principios amateurs que marcaban la moral de la época: "Corres como profesional y te entrenas como profesional", lo acusan sus maestros en el film simplemente por dedicarse con entusiasmo y ambición con el objetivo de vencer a los norteamericanos que dominaban su prueba en 1924.
Carrozas de Fuego es una gigantesca lata de duraznos en almíbar en materia de música incidental y cámara lenta. El blu ray seguramente no la mejora en esos rubros. Mirada de otro modo, es un documental retro sobre el deporte olímpico, sus viejos valores y la semilla de lo que los británicos tuvieron y repitieron. Al fin de cuentas, el duelo de Harold Abrahams y Eric Liddell puede ser tomado como un antecedente del choque que 60 años más tarde animaron Sebastian Coe y Steve Ovett que se repartieron los 800 y 1.500 metros entre Moscú 1980 y Los Angeles 1984. No es frecuente que atletas de un mismo país dominen una misma especialidad, salvo que vengan de Jamaica como lo hacen ahora Usain Bolt y Yohan Blake.
La película es un simpático viaje en la máquina del tiempo para conocer como era el deporte cuando se elaboraba en los claustros y no en los campus. En Carrozas de Fuego los jovenes se visten y hablan como adultos, mientras que los adultos parecen gerontes que nunca salen de sus salones con muebles de madera, grandes sillones de cuero y habanos que entonces los entretenía como un smartphone. Es de esas película donde la camaradería era cantar a viva voz (como Carlos Gardel en la cubierta del barco) mientras los estudiantes se tomaban por los hombros y celebraban pertenecer a la misma casa de estudios. Los atletas en 1924 usaban batas y sobretodos en lugar de cubrirse la ropa deportiva con equipamiento patrocinado. Cada carrera los encontraba desmayados al cortar el hilo de llegada con el pecho y más de una vez rodaban por la pistas de ceniza por falta de técnica adecuada.
Carrozas de Fuego quedó vieja como el mundo que describe, pero era la oportunidad de mandarla al ruedo nuevamente. Las nuevas carrozas de fuego las pondrá en movimiento el director Danny Boyle en una ceremonia de apertura que costó 27 millones de libras. Dentro de 80 años alguien describirá eso como una antigüedad.
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