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Está a apenas horas de vivir otro de los momentos mágicos de su vida. Y se emociona cuando lo relaciona con la memoria de su padre, Enrique Jorge Lange, descendiente de alemanes, marino de profesión, riguroso, recto, ordenado, de mirada penetrante, quizá poco afectuoso. Amaba navegar, pero sobre todo, inculcar principios a sus cinco hijos. El menor, Santiago Lange, triple medallista olímpico. Dorado en Río 2016.
“Mi viejo me educó en respetar las instituciones. Él era descendiente de alemanes, estrictos, muy duros. ¡Qué se yo! Si tenía que ir al médico, me tenía que vestir bien. Lo mismo si debía concurrir a misa y a pesar de que él era ateo. El respeto era algo muy importante. Si estaba en un acto con mi padre, y salía el himno o la bandera, o lo que fuera una tradición, una institución... ¡Ufffff! Mamé esa cultura desde chico y hoy, cualquier ceremonia de apertura de un torneo para mí es algo muy especial. Sos como embajador de tu patria. Le tengo un enorme respeto a la bandera. No lo veo como en una cancha de fútbol. Lo veo como algo que tengo muy marcado gracias a mi viejo. De respeto. Es muy fuerte para mí porque lo tengo inculcado desde muy chiquito”.
Rumbo a los 60 años, y en lo que serán sus séptimos Juegos Olímpicos, en una extensa charla con LA NACION, Santiago Lange siente que siempre habrá margen para una nueva experiencia emotiva en su vida. Arquitecto naval, respetadísimo en el mundo, debutante olímpico en Seúl 1988, padre de cuatro hijos (los mellizos Theo y Borja, Yago y Klaus), es un emblema del deporte argentino. Aunque muchas veces relativice lo que hace y lo apasiona: navegar, competir sobre el agua.
Cinco años atrás, cuando el oro era una ilusión para coronar una carrera que ya acreditaba dos bronces junto con Camau Espínola en Atenas 2004 y Pekín 2008, en la clase Tornado, Santiago tenía un motivo para sensibilizarse: entrar en el Maracaná junto con Yago y Klaus (también competidores) y ver los tres juntos el encendido del pebetero en la ceremonia de apertura. Eso, apenas 11 meses después de haber sido operado de un cáncer de pulmón. “Fue escalar el Everest”, definió toda la experiencia que terminó con la consagración en la clase Nacra 17 junto con su coequiper de fierro, Cecilia Carranza Saroli, con quien en 2014 comenzó la aventura de navegar juntos. Ahora, ambos serán nada menos que los abanderados en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio. Por eso el recuerdo de su padre tan marcado y presente.
“Son alucinantes los dos momentos que me tocan vivir, aquel de Río y este de Tokio. Me siento muy agradecido, con los que nos eligieron, familiares, amigos, la gente que me formó como deportista para haber llegado hasta acá y tener este privilegio, con el equipo que tenemos actualmente. Es una honra, una alegría, una felicidad. Es algo increíble para un deportista. Con el enorme respeto que le tengo a un montón de deportistas que son parte de la delegación y que podrían ser abanderados. Ser el abanderado de tu país no tiene descripción. Es impensable. Si ya durante el día que nos nombraron, cuando tuve que llamar a todas estas personas para agradecer, no paré de pucherear... No me quiero imaginar las emociones que voy a tener cuando entremos en el Estadio Olímpico con Ceci, y con la bandera”, confiesa Lange.
Vuelve con la mente a aquella mañana de 24 de junio. Estaba durmiendo en Ragusa, Italia, donde el equipo argentino cumplía con los entrenamientos previos a la gran cita. Se despertó y vio la sonrisa de Cecilia, que se había quedado casi sin dormir: ella sabía que la noche anterior, en la Argentina, se daría a conocer el nombre (o los nombres) de quien/es portarían la bandera en Tokio. Fue a eso de las 20 de la Argentina, la 1 de la mañana en Italia. “Yo no tenía ni idea, y como necesito descansar bien, cuidarme, para poder rendir, me había ido a acostar temprano. Ceci me dio la noticia. ¡Y yo seguía medio boleado! No llegué a caer. Ese día teníamos que viajar tres horas en auto hasta Messina para darnos la vacuna, después otras dos horas para volver y tomar el avión para irnos a Barcelona. ¡Era un día de locos! Entre medio, el teléfono explotado, con mensajes de gente que admirás, que querés un montón, hablando con mis hijos. Fue un día de locos, pero supimos hacernos un momento para almorzar en Messina... ¡Festejamos con agua, pero festejamos! Ceci nos emocionó a todos con sus palabras. Fue, es una sensación muy especial para todos nosotros, para este equipo”.
La sociedad arriba del barco de la clase Nacra 17, categoría mixta que debutó en Río 2016, es muy particular. Y ni que hablar en tiempos de pandemia. Lange y Carranza están juntos... casi siempre.
-Tu vínculo deportivo con Cecilia lleva siete años. Comparten horas, días, meses al año. ¿Cuál es el secreto para que esa relación perdure en el tiempo?
-Es verdad, desde que pudimos salir de Buenos Aires en medio del encierro, a mediados de junio de 2020, convivimos todos los días, salvo cuatro o cinco en las fiestas de Navidad. En Buenos Aires seguimos entrenando y desde febrero, en Europa. Nuestra casa es como el vestuario, no hay sábados ni domingos. Nuestro secreto es que hay un gran respeto, una gran amistad, y los dos estamos convencidos de que el otro está haciendo todo lo que puede para el equipo. Todos nuestros entrenadores y la gente que nos ayuda dejan lo que tienen para que el equipo logre lo máximo. Gracias a esos valores podemos superar adversidades. No es que la relación es fácil: tenemos problemas para buscar la excelencia, discusiones. Pero si hay algo que nos une es que yo sé que no hay nadie mejor que me pueda acompañar en la entrega. Ceci es increíble. Ella está en pareja, y desde junio que no paramos. No podría invitar a nadie, por el sueño de ganar una medalla olímpica era decirle ‘vení en febrero que no volvemos hasta septiembre y vamos a navegar todos los días’. Esa entrega de Ceci es maravillosa.
Cumpleaños distintos, batalla ganada
Santiago Lange cumple años el 22 de septiembre. El año anterior al consagratorio Río lo pasó de manera peculiar: entrando en un quirófano para operarse de un cáncer de pulmón. “Era el primer día disponible que tenía mi médico y que había quirófano libre, así que dije vamos para adelante”. En 2020 (Tokio ya había sido postergado para 2021), en su cumple 59, estaba en Austria, en la cima de una montaña, viendo el amanecer sobre el lago Fuschlsee. Experiencias totalmente distintas.
-Hablame de tus cumpleaños 2015 y 2020, el año previo a los Juegos. Tan diferentes...
-¡Qué linda pregunta! Si bien aquel cumpleaños de 2015 me operé, a las 12 de la noche estaba en Barcelona, comiendo en casa de un íntimo amigo, Eduardo Galofré, que es como mi hermano, sus padres son como mis padres. De hecho, su hermano Gonzalo me operó junto con Laure Molins. Estaban Gabriel Mariani y su mujer, mi hermano, amigos, algunos de mis hijos. Celebramos como si hubiese sido un cumpleaños normal. No estaba nervioso: sabía que era lo que tenía que hacer, donde la vida me llevaba, y fue un lindo festejo. Un cumpleaños que no me iba a olvidar nunca. El de la montaña sí me lo iba a olvidar... ¡Pero fue impresionante! Empezamos a subir la montaña con Ceci a las 5 de la mañana. Fue increíble ver el amanecer ahí. Los dos cumples fueron muy especiales.
Aquella operación de pulmón fue otra de las marcas de su vida. Santiago no podía creer que, dado su estilo de vida, dedicada al deporte, sin ser fumador ni bebedor, le tocara transitar por esa experiencia. La asumió, la superó, se entrenó con sus hijos, después pasó nueva meses en la bahía de Guanabara con Cecilia y todo el equipo, preparando los Juegos que terminarían con el ansiado oro. Y luego, fluyeron sus enseñanzas como un luchador de la vida. La gente le agradeció que compartiera su historia. Recibió un afecto muy grande que lo sigue movilizando incluso hoy, cinco años después.
“Agradezco a la vida poder colaborar con humildad y respeto. Recibo mensajes de gente que la está pasando mal, y si mi ejemplo les sirve de algo, genial. Me lo agradecen, lo siento como algo muy gratificante y uno de los grandes premios de mi carrera deportiva. Un ejemplo que hice casi sin darme cuenta. Que por lo guerrero que es uno como deportista haya podido ayudar a la gente lo valoro muchísimo. Me llena de alegría que esta pequeña historia sirva”.
-Alguna vez hablaste de locura para tratar de explicar la manera como se preparan en el día a día. Contanos cómo es.
-La locura nuestra es desde las 8 de la mañana hasta que nos vamos a dormir. Ponele que a las 9 de la noche cortamos. Hasta las cenas son reuniones, te vas enganchando y terminás en una burbuja: no hablás de otra cosa. Es muy exigente. Arrancamos el día con clase de visualización con Dani Espina (especialista en yoga), hacemos físico; armar el barco nos lleva una hora y media, si es que no tenemos que cambiar un mástil, por ejemplo. Estamos en el mar tres o cuatro horas. Volvemos, comemos algo, nos relajamos un poquito y viene la charla técnica. Una hora de gimnasia y si tenemos resto, 45 minutos de yoga. Cenamos y seguimos hablando...Vemos lo del día siguiente, la meteorología para saber a qué hora nos entrenamos por el viento. La verdad, sí: ¡estamos locos!
-O sea que si te pregunto cuál es tu serie preferida de Netflix...
-¡Ni idea! No veo una película desde hace dos años, me cuesta leer un libro. Además, para aguantar este ritmo a mi edad necesito descansar, estar en la cama. No te digo durmiendo, sí descansando, unas 11 horas. Si no, no me recupero. Trato de irme a dormir temprano. Lo que pasó en esta previa también fue que cuando llegó el Covid faltaban tres meses para los Juegos, ya habíamos hecho la parte fuerte del entrenamiento. Cuando llegó el encierro, la gran pregunta fue: queda un año para los Juegos, ¿seguimos a fondo o vemos de hacer picos de performance? Dijimos de seguir a fondo. Y así estamos desde junio del año pasado. Aunque parezcamos locos, es lo que nos gusta hacer. Fue el desafío para llegar bien preparados a los Juegos.
El campeón sensible, el abuelo malcriador
¿Qué hay detrás del campeón? Una persona extremadamente sensible. Y que empieza a cuestionarse el tiempo que le demanda su gran pasión y que le resta a otras cosas. “Me siento una persona muy sensible. Las cosas simples de la vida me emocionan. Un lindo abrazo con un amigo me emociona. Mi vida me lleva a extrañar y a valorar momentos que quizá para alguien que vive todo el tiempo con la familia o con amigos no lo dimensionan. Un asado con amigos me emociona. Tiene un valor inmenso. Es muy especial una cena en mi casa con mis hijos. Una charla con un amigo. No son moneda corriente. Es la otra cara de tener una vida con una pasión tan grande, buscando algo tan especial y difícil, que te lleva a dejar cosas cotidianas. El lado bueno es que me ayuda a valorar cosas muy sencillas que para mí son muy especiales”, se sincera.
Lo siente más especial ahora. En Río 2016, como el atleta más longevo, el que ya competía contra los hijos de sus primeros rivales, fue bautizado “el abuelo olímpico” por la prensa. Hoy es abuelo real: en enero llegó Silvestre, hijo de Klaus y de Agustina. Su nueva debilidad. Pasó algunas semanas con él en Barcelona, mientras se preparaban. Se despertaba y jugaba con él, o salía a caminar. Lo quiere disfrutar. “Voy a ser un abuelo malcriador. Voy a poder darme todos los gustos que no pude como padre. Llevarlo a navegar por ejemplo, algo que no hice con ninguno de mis hijos. Sueño con compartir el mar con él. O el río”, dice, y se le ilumina el rostro.
Lange tiene un lugar de residencia temporal en Barcelona, ciudad donde desarrolla su logística laboral. En la Argentina no tiene trabajo como arquitecto naval, pero sí es muy requerido internacionalmente. Para evitar viajes contínuos, hacer base en España lo ayuda. Lo seduce Cataluña, es uno de sus lugares en el mundo. El otro es la Argentina. Ama su tierra, sus lugares, San Isidro, el río. Si hasta vivió en un barco con sus hijos en alguna etapa. ¿Un tercer lugar preferido? “Cualquiera cerca del mar, donde pueda andar en bicicleta y zarpar”.
Es fanático de la bicicleta, como Gaby Sabatini, que corrió el Tour de Francia para aficionados, y Manu Ginóbili, que constantemente postea en las redes sociales sus incursiones y nuevos desafíos sobre dos ruedas en las rutas de Estados Unidos. Lange lo mismo: sube fotos, videos, de recorridos por distintos lugares del mundo. ¿Qué tiene de especial la bicicleta? ¿Qué los une?
“Me encanta desde hace muchos años, desde chico. Iba a laburar en bicicleta. Me parece un invento totalmente actual. No poluciona, te ayuda a mantenerte sano, no llena las ciudades, no hace ruido, no molestás a nadie. Si te ponés a ver hoy, con el calentamiento global, de la sobrepoblación, de las enfermedades de la gente por no estar activa, decís ‘tenemos que andar todos en bicicleta’. Tiene mucho de la náutica, de la libertad. De conocer nuevos lugares, porque tenés tiempo. Siempre llevo una bici donde viajo. Antes me despertaba y me iba a pedalear previo a los entrenamientos. Ahora no me da el físico: tengo que guardar energías para la náutica. Pero es una buena manera de mantenerte sano y preparado sin impactar en tu cuerpo. Yo me tengo que cuidar las rodillas, la espalda, y es al revés: la bici te ayuda a conservarlas bien”.
¿A qué van Lange y Carranza a Tokio 2021?
Ya cuando decidió ir a Río llamó la atención. Después del oro, de la gran emoción que significó en su carrera, costaba creer que Lange quisiera seguir. Era la despedida ideal. Pero volvió a sacudir a su grupo de trabajo. Alguno de ellos lo miró como si estuviera loco. En septiembre cumplirá 60. Todavía no sabe cómo le irá en estos Juegos. Tan distintos a los últimos, donde pudo hacer una preparación como le gusta. Acá llegaron con poca antelación. Será una aventura. Otro desafío. ¿Pero el último?
Lange siente que la realidad del Covid los llevó a destruir sus cimientos, sus pilares. El equipo, usualmente, no sólo busca conocer la pista donde va a competir, sino también dónde van a tomar café cuando tienen que pensar algo, dónde es la cena cuando hay que festejar. Todo eso que consideran importantísmo en los Juegos. Vivir en una casa en vez de la Villa Olímpica y que la casa sea “su guarida”, donde se curten todos los secretos, los planes. Cada comida es una charla técnica. Cotejar la parte científica de la meteorología con lo que Santi y Ceci podían ver personalmente en el agua. Todo eso no corre ahora. Viven en un hotel, en cuartos separados y diminutos, les llevan la comida a la habitación, no pueden estar todos juntos, las charlas son en los pasillos. Sólo pudieron navegar ocho días antes de los Juegos. Eligieron los barcos, las velas, los mástiles en Italia, en otro mar, para ponerlo a punto. Eso sí: simularon estar en Japón, con fotos del Monte Fuji en todos los cuartos.
Recuerda siempre Lange, y también lo hizo en su libro Viento, la travesía de mi vida, aquel día que volvió frustrado de una competencia. Era todavía adolescente. Tenía todo para ganar, estaba triunfando, pero se le rompió un timón y todo cambió. La mala suerte lo atormentaba en esas horas posteriores. Entró en su casa, fue a su cuarto y se puso a llorar. Su padre le preguntó qué le pasaba. Le contó y escuchó la frase que lo marcaría para su carrera: “Las regatas se ganan en tierra”. Por eso su obsesión para planificar cada detalle y la convicción de que el secreto es la preparación y el entrenamiento previo. Algo así como cuando la Fórmula 1 diseña su modelo del año siguiente: todo lo que no se hizo ya no se podrá corregir en medio de la temporada.
-Son tus séptimos Juegos Olímpicos. ¿Llegaste a fantasear con París 2024? No falta tanto.
-Fantasear fantaseo siempre. Lo digo en broma en nuestro equipo: “Ya empezamos el ciclo a París, porque son períodos de cuatro años, y ya faltan tres”. Ya empezamos la olimpíada de París, ya hicimos un año, y fue muy intenso. Bueno, primero hay que terminar Tokio. Después saber si los miembros importantes del equipo están dispuestos a hacer el esfuerzo y entregarlo todo de vuelta. Y la parte personal: saber si sos capaz de dejar cosas detrás del objetivo. Me está llegando la etapa de repensar si quiero vivir otras cosas que el alto rendimiento no me deja.
-¿Cómo qué?
-Todo lo que hablamos. Estar más con los amigos, en casa, disfrutando a Silvestre. Es difícil conjugar estas pasiones tan grandes. La vida me fue llevando a entender que mi mesa tiene tres patas y que hay una un poquito coja (risas). Quizá llegó la etapa de hacer crecer esa pata, hacer otras cosas.
-¿Con Cecilia hablaron de otro podio, fantasearon, se vieron otra vez en un podio?
-Sí, visualizamos eso.
-¿Otra vez la dorada o de cualquier color?
-El primer paso es llegar dentro de los verdaderos candidatos a ganar una medalla. Pasa en todos los eventos, decimos que hay 15 con chances. Puede haber sorpresas, pero siempre hay cinco o seis favoritos. Estoy confiado que hicimos los deberes para estar entre esos cinco o seis. Pero a un rival como el australiano, al que respeto enormemente y que fue plata en Río, no lo vemos desde febrero de 2020. ¡Qué se yo como está! Te mentiría si te dijera que somos favoritos al oro. El resto, Estados Unidos, España, Dinamarca, Francia, potencias de nuestro deporte, la última vez que competimos contra ellos fue en septiembre. Estamos tranquilos de que hicimos lo mejor, con un esfuerzo increíble. Eso ya me deja tranquilo y es suficiente para estar entre los favoritos. Hay que esperar la primera regata, ver cómo nos sentimos, si estamos fuertes. Y después será según lo inspirados que estemos. Veremos si adoptamos la estrategia más agresiva para lograr el oro, o una más conservadora para asegurarnos de que no nos vamos con las manos vacías.
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