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La vida aventurera de Manny Resano, el argentino que doma la Mavericks, la ola más poderosa del mundo
Se fue del país a los 20 años porque quería "vivir siempre en el mar"; ahora participa en uno de los torneos de olas gigantes más importante del mundo, en California
Después de terminar el secundario en Buenos Aires, a fines de 2000, Manuel Resano juntó algo de plata con unas changas y se fue a visitar a su hermano, que vivía desde hacía un año en Hawaii. Cansado de tener que esperar siempre las vacaciones de verano para poder irse a surfear a Miramar, donde su familia tenía una casa, Manuel creyó que la meca del surf mundial era garantía de buen clima y olas grandes, y sobre todo un buen destino para estrenase en aguas internacionales. Apenas llegó, su hermano, que ya era como un GPS y conocía cada rincón del archipiélago, le habló de los mejores tubos y las mejores rompientes. También le habló del futuro. “Yo –le dijo– ya lo decidí: voy a vivir siempre en el mar”. Y para él fue como una revelación. “Si yo quiero eso también –pensó–, lo hago y chau, para siempre”. Y lo hizo nomás.
Primero se quedó en Hawaii, donde hizo un posgrado acelerado en olas enormes, en fondos de coral y en códigos de comportamiento mar adentro. Le costó acostumbrarse a encontrarse a fenómenos del surf mundial como Kelly Slater o Andy Irons en la panadería o en el super, pero lo fue asimilando. También aprendió a jugar de visitante. “Cada vez que surfeás ahí –contó Resano a La Nación– sos el peor de todos. No tenés ninguna prioridad. Y si no respetás los códigos, te lo hacen ver enseguida. A veces salís frustrado. Pero hay momentos que pagan todo lo malo”.
Después se fue un tiempo a Indonesia, donde confirmó que existen olas tubulares que no terminan nunca. Sólo en 2002 sintió ganas de volver a la Argentina; el trabajo como novato en de la construcción en Hawaii era duro, por divertido que fuera surfear en lugares soñados como Waimea o Pipeline en el tiempo libre. “Siempre tuve claro –recordó– que no iba a poder vivir del surf, por haber empezado tarde. Y lo complicado era trabajar para surfear. El trabajo era pala y pico, y comíamos pésimo”.
Y entonces volvió al país. Se fue a Miramar, donde su pasión había arrancado. Surfeó con sus amigos, igual que a los 11 o 12 años, cuando era el más chico del grupo y agarraba las olas más grandes, junto al muelle de pescadores. Con frío, con lluvia, con sudestada, Manuel surfeó cada día. Pero un invierno fue suficiente: “Ese mismo años me volví a ir”.
La situación económica era difícil en el país; muchos se iban a buscar trabajo, pero él se fue –una vez más– a buscar olas. Gigantes, en lo posible.
Un amigo que sabía que Manuel era coach de yachting le ofreció arrancar un emprendimiento de vela en Popoyo, en Nicaragua. “Hay mar”, pensó él, y sin dudarlo se radicó sobre la costa del Pacífico nicaragüense. Con el tiempo empezó a viajar cada vez más seguido a Estados Unidos por trabajo, y la tabla siempre era parte del equipaje.
Resano, en acción
Aunque el trabajo solía llevarlo a la costa este estadounidense, él apuntaba hacia el oeste, hacia California. En realidad, hacia una ola californiana en concreto, una mole de agua que es algo así como el Everest para los alpinistas, mágica, indomable para el común de los mortales: Mavericks. Convertido ya en especialista en olas gigantes después de casi diez años afuera, dijo en una entrevista en 2009 que su meta era surfear ahí. Pero confesó que no tenía ni idea de cómo llegar.
Además de ser una ola enorme que viaja 1600 kilómetros hasta la bahía de Half Moon, Mavericks es un mito. Fue descubierta por Jeff Clark, quien la estudió varios años hasta que la surfeó por primera vez en 1975 y hasta 1990 estuvo solo en ese escenario en el que el mar simplemente tropieza contra una orilla rocosa y poco profunda y se pliega sobre sí mismo en un movimiento cuyo impacto puede ser medido por la escala Richter. A medida que más surfistas se acercaron, nació también la reputación de los que lograban domar al gigante. Manuel quería ser uno de ellos. “Ellos son los mejores, conocen la mejor ola y a toda la gente que está afuera. Y vos estás ahí, llegás solo, a ver qué te toca”. Durante cinco años, asesorado por Edwin Salem, otro argentino veterano en materia de olas gigantes, Manuel sumó horas de vuelo en Mavs. Volvió cada invierno, y se dejó abducir por esa orilla embrujada, helada y llena de tiburones. “Es un lugar mágico: pura energía”, explicó.
El 7 de diciembre de 2015, después de una tarde soñada con olas de más de 8 metros –pueden llegar a 15– los más experimentados quedaron alucinados con él. “Ey tú –le decían–: ¿de dónde saliste? No puedes haber llegado de un día al otro y bajar así esos olones”. Entonces de a poco empezó a conocerse su recorrido. Manuel empezó a ser “Manny Resano”. Le dijeron que estaba hecho de buena madera, y eso tuvo premio: hace un par de meses le dijeron que era uno de los 34 elegidos –el primer argentino– para disputar el torneo de olas gigantes más importante del mundo: Los Titanes de Mavericks.
Sin más sponsor que el apoyo incondicional de su mujer Berry y con la inspiración de sus tres hijas –Machi, Cande y Valen, que ya dan que hablar en el surf nicaragüense–, Manuel lo tomó como un premio a la dedicación. “Yo no soy ni más valiente ni mejor que nadie, creo que la diferencia es que a lo mejor me gusta el surf más que a otros y estoy dispuesto a dar más por eso. Muchos creen que les gustaría hacer algo así pero no lo priorizan. Es una combinación de físico, experiencia, cabeza y técnica, y eso se consigue con total dedicación”.
La agenda del torneo de Mavericks depende, como casi todo, del capricho del mar: la acción comenzó el 1 de noviembre y durará hasta el 31 de marzo. En los días que lleva la competencia, Manuel ya se aseguró un lugar en la competencia principal. Y al igual que resto de los titanes, espera cada madrugada que el gigante despierte. “Vale la pena”, aseguró Manuel: “Es mucho más que olas grandes: en Mavs se mueve el mar”.
avl/ae
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