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La última charla con el Mariscal de la vida y los estadios
El martes fue el último día que estuvimos en La Biela. Él, como siempre en la ochava de la barra con un discreto aperitivo antes de ir a comer al Rody (Ayacucho y Vicente López). Estaba espléndido, como siempre, locuaz, analítico y la conversación no transitó por el fútbol ni por el tango, un aspecto que el común de la gente desconocía: dominaba como ya casi nadie lo hace la música de Buenos Aires y hablaba hasta de formaciones enteras de orquestas. No, hablamos solo y solos, ante la atenta mirada del barman Angelito, de política. Le preocupaba la desocupación, el desafecto por el trabajo ("Ya nadie quiere trabajar de nada. Tener un oficio….mi viejo era albañil"). También del odio de alguna gente de la política y del resentimiento dejado por personajes que nos gobernaron.
Cuando se fue a comer, Angelito me dijo: "¡Qué señor, es un placer oírlo hablar!". Recuerdo otras conversaciones, nunca entreveros, porque cómo hablarle de la musicalidad de D'Agostino o de fútbol al mariscal de la vida y los estadios. El menor de cuatro hermanos sonaba como un fuelle cuando hablaba de tango y con la dulzura de un violín cuando se refería a su mujer, Mabel. Fue en Las Delicias, la otra gran confitería de la calle Quintana (donde vivía) cuando le dije: "Y pensá que cuando era chico yo te odiaba". "¡Era lógico!", me contestó, pero "Siempre fui de Racing, Mariano, si hasta nací en Sarandí".
Y un día, este antiguo Xeneize le preguntó por River del 75. "Uyyy, lo que me costó armar esa defensa. Bue…, a Comelles lo había traído don Ángel…. Artico era medio rústico y a López (Héctor, "El gorrión") hubo que enseñarle a correr. ¡Qué laburo!"
Hace unas horas, de camisa y con sweater en los hombros, se fue apurado, saludado por todos, porque siempre hablaba de la pelota con todos como si fuera uno más. "Nos vemos mañana". No hablamos de tango ni de tauromaquia. ¡La pucha, ni siquiera nos dimos la mano!
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