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La última asistencia de Román
Como siempre, como nos fue acostumbrando con el paso del tiempo, eligió el momento, el lugar y la escenografía de fondo. Igual que adentro de la cancha, se hizo cargo del centro de la escena y como si se tratara de un director de orquesta, tomo la batuta, dictaminó cual sería la melodía de turno y marcó el ritmo que todos debían seguir.
Cuando por estas horas, todos los comentarios alrededor de la vida de Boca debieran girar alrededor de la auspiciosa actuación del equipo alternativo que ganó el clásico marplatense, de la interesante actuación de Pablo Pérez, de la lesión de ese interesante proyecto llamado Pavón, y sobre todas las cosas del decisivo partido del miércoles ante Vélez, Riquelme abrió la boca, puso su último pase en profundidad y se encargó de volver a ser la noticia más importante de todas.
Suplementos deportivos, programas de radio y televisión especializados, columnas como esta, todos volvemos a morder el anzuelo porque se trata de un personaje cuya potencia se impone por su propio peso.
Con el Riquelme jugador se van algunos conceptos que en los tiempos del ritmo frenético, lo transformaron en un ícono casi contracultural. Ante la búsqueda de la velocidad transformada en apuro, Riquelme siempre aplicó la pausa como uso y el freno como costumbre. Frente a los correcaminos de mil revoluciones por minuto, Román tuvo una cabeza que procesaba la información más rápido que ninguno y fue con ella que transformó la velocidad del juego. Panorama, pegada, lectura del partido, gol, todos los rubros que permitan completar el formulario del jugador que puede hacer jugar al equipo, encontrarán un sinónimo en su nombre.
Hablar del caño a Yepes (fue tan asombroso que hasta un fanático le puso su nombre a un caballo de turf), de la pisada contra Rosario Central con malabar incluido, de la psicosis que generó en la defensa del Real Madrid en la noche de la consagración intercontinental cuando no había Dios que pudiera quitarle la pelota de la suela de su botín derecho. Las hazañas se multiplican y el componente épico tiene material como para hacerse un verdadero festín. Siempre absorbió la presión de manera absoluta.
Se jugaba a lo que él quería o de lo contrario no participaba del juego. Movía todos los hilos, tenía el control total de los movimientos de ataque de su equipo y marcaba el "tempo" como ninguno. Su estilo envolvente y expansivo lo iba cubriendo todo.
Con el Riquelme líder se retira una personalidad que habilitó las compuertas de las exageraciones. Todo el mundo del fútbol supo ser "riquelmista". Los "pro" dejaron de lado sus conflictos y lo entronizaron en el altar al cual sólo se suben los elegidos, muchos incluso tomando sus títulos y por una cuestión generacional ubicándolo en el escalón más alto de todos. Los "anti", que en los últimos tiempos también supieron ser algunos hinchas de Boca, privilegiaron su beligerancia "maquiavelica" cayendo en el absurdo de denostar su inmensa capacidad de juego.
En el fondo y como habitualmente ocurre con los grandes líderes, sin todo ese cóctel único, el joven Román nunca hubiera llegado a ser hombre para transformarse en Riquelme. Al mismo tiempo, sin todas sus contradicciones, el jugador jamás hubiera quedado opacado por el ídolo para lograr esa mágica metamorfosis por la cual Riquelme se transformó simplemente en Román.
Sin agresión pero con discursos y hechos irrenunciables, tomó posición en momentos trascendentes de su vida privilegiando su sentimiento tanto como su liderazgo. Así fue como jamás pactó con la barra brava, se distanció de Maradona renunciando a su seleccionado, desairó a Pellegrini en el Villarreal y a Palermo en el festejo del recordado gol ante Arsenal. Se deshizo en elogios con sus amigos Ibarra y Delgado. Defendió de manera incondicional a Bianchi pero en el último y amargo ciclo del Virrey le marcó la cancha permanentemente, incluso dejándolo en el rol de partenaire en la conferencia post incidente Ledesma- Orion. De todo y para todos los gustos, porque en la balanza hay que pesar el combo completo.
Su última temporada ya en el otoño inexorable de su carrera, mostró una economía de movimientos más evidente que nunca y una pegada que lo mantuvo vigente para ser vital en el ascenso de Argentinos Juniors.
Sin encontrar opciones que le devolvieran la motivación luego de las vacaciones, y consciente de que su llama se va extinguiendo, decidió colgar los botines. En su última asistencia genial, confirmando su maestría en el arte del "decir sin decir", envió el mensaje de su futuro presidencial en la vida xeneize para que aquel que quiera hacerse cargo, tan solo recoja el guante.
Desde hoy Juan Román Riquelme será parte de un archivo delicioso, con todos los ingredientes que se necesitan para ilustrar a un distinto. La prensa se queda sin el más hábil declarante de la última década. El fútbol pierde un ícono y la pelota en señal de protesta pero también de admiración por su juego, mete un freno y por un rato hace una pausa.
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