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La selección: la noche que la Argentina conoció a Lionel Messi y Riquelme no le cedió un penal
El primer partido del rosarino en el país fue en octubre, en el Monumental y contra el seleccionado peruano..., pero hace 16 años; la ovación de los hinchas que nunca lo habían visto, el 8 de LA NACION y la falta que le cometieron a él pero ejecutó el símbolo de Boca
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Jamás un jugador, en su primer partido en la cancha de River, recibió semejante ovación. En realidad, jamás, un jugador desconocido por tantos, había sido ovacionado. Hay que hacer un ejercicio que hoy se parecerá a una herejía. Hay que viajar a un partido de la selección, también en octubre, también contra Perú y en el Monumental. Hace 16 años, mucha gente, concurrió al estadio para descubrir al tal Messi: ‘¿Quién es Messi?, ¿cómo juega?, ¿es tan bueno ese Messi?’ Fue el más coreado cuando los altavoces anunciaron la formación, pero debía rendir examen: era su presentación oficial ante el público argentino. Tenía 18, y se había marchado a los 13 a Barcelona. Un par de meses antes había brillado en el Mundial Sub 20, pero en Holanda. Un año antes había participado de un amistoso juvenil en la cancha de Argentinos… casi vacía. Este sería su tercer partido en la mayor, después del pestañeo y expulsión contra Hungría y los pocos minutos en los que había entrado contra Paraguay, en Asunción. Esa noche, José Pekerman lo ponía de titular.
El 9 de octubre de 2005 ahí estaba, paradito entre Lucho González y Gabriel Milito mientras otros entonaban el Himno. A 53 días del imborrable debut en Budapest, cuando él creyó que nunca más lo iban a citar. Cuando oyó el silbato del árbitro, tocó antes que nadie la pelota (¿un presagio para siempre) e inauguró formalmente el cotejo con un pase para Hernán Crespo. Con el 19 en la espalda (el N° 18, ese con el que apareció en el Mundial Sub 20 ante los ojos del planeta, era propiedad de Cristian González en la mayor… aunque luego el ‘Kily’ no iría a Alemania 2006) se acomodó como media punta por la derecha, algo así como un 8 adelantado. Pero con libertad para desprenderse y aparecer por sorpresa o retrasarse para iniciar las maniobras. No era modelo Adidas, todavía usaba botines Nike.
Él era el espectáculo. La Argentina ya estaba clasificada para la Copa del Mundo y se disputaba la anteúltima fecha de las eliminatorias. Pekerman eligió a Abbondanzieri; Coloccini, Roberto Ayala, Gabriel Milito y Juan Pablo Sorin; Luis González, Sebastián Battaglia y ‘Kily’ González; Juan Román Riquelme; Lionel Messi y Hernán Crespo. Sí, Battaglia de volante central, una pieza que no llegaría al Mundial. Un detalle: salvo Coloccini, todos ya se han retirados. No fue un buen partido de la selección, si hasta se marchó al entretiempo entre algunos silbidos. A diez minutos del final quebró el cero, con un penal de Riquelme. La falta se la cometió Lea Butrón a Messi, que reaccionó como una fecha ante un rebote del arquero después de un remate de media distancia de Román. Tarjeta roja para Butrón. ¿Podría haber pateado Messi, verdad? Hubiese sido el fin de fiesta perfecto. No, remató Riquelme. Messi tendría que esperar once encuentros más para ejecutar su primer penal.
El juego terminó 2-0, decorativo, con un gol en contra de los peruanos en tiempo de descuento. Messi se llevó otra vez todos los aplausos después de sus primeros 90 minutos en el país y fue la figura de la cancha. LA NACION lo calificó con un 8.
La hoja de servicios de aquella noche arrojaría que entregó 44 pases bien, recuperó tres pelotas, le cometieron siete faltas –hizo amonestar a un adversario–, ejecutó tres tiros de esquina y remató cinco veces al arco de Perú. Una rareza que llega hasta nuestros días: Messi suma 27 goles en eliminatorias -récord- y nunca pudo quebrar dos arcos: Brasil y Perú.
Pero aquella noche sería especial para muchos. Para ellos, que estaban en la platea baja Belgrano: Jorge y Celia, los padres de Lionel, que partieron de Rosario por la mañana, en dos combis, acompañados por alrededor de 30 parientes y amigos. Entre las fotos que en la edición del día siguiente publicó LA NACION, se incluyó una pequeña de Jorge para mostrar el parecido con su hijo. También comenzaban a conocerse los rostros de la familia.
Él no los defraudó, como tampoco a las casi 40.000 personas que estuvieron en Núñez. No le faltó atrevimiento ni picardía durante los 90 minutos. Impuso otro ritmo; un halo mágico diferenció casi todos sus movimientos. Después del juego, un tal Diego Maradona no ahorró elogios y él, Messi, agachó la cabeza y agradeció. “Me voy muy feliz por cómo me trató la gente en el Monumental. Me sentí muy cómodo y me parece que la Argentina hizo un gran partido. En el primer tiempo se me hizo muy difícil jugar porque Perú estaba bien cerrado atrás”, explicó, desentendiéndose de los méritos y virtudes que se le señalaban.
Pekerman anticipó las precauciones que tomaría en los meses venideros: “Es un fenómeno, una joya que hay que cuidar y llevar de a poco. Nos va a dar muchas alegrías, pero tenemos que evitar que tenga inconvenientes”, decía el entrenador. Tres días después, en el cierre de la ruta clasificatoria, contra Uruguay, en Montevideo, Messi no sería titular. Ya no le gustaba dejar el equipo, lo confirma una anécdota: en la tarde del partido se citó al plantel para una terea de activación en un salón del hotel. A todos. Como Messi sabía que no jugaba, creyó que no le tocaba y se quedó en su habitación. “Para todos pendejo, quién carajo te creés…”, fueron las ‘pedagógicas’ palabras de un integrante de aquel cuerpo técnico que levantaron al rosarino de la cama. Por la noche entraría unos minutos en la única derrota de su historial contra Uruguay.
Pero vale regresar al encuentro contra Perú, al debut en su país. Había que verle esos ojos sorprendidos cuando dejó el vestuario local de River y enfiló hacia el estacionamiento del Monumental. No podía entender que alrededor de 50 personas se arremolinaran sólo por verlo, por intentar tocarlo. Enseguida, seis custodios lo rodearon. Él miraba para todos lados y sonreía, con cierta candidez en medio del revuelo. En el griterío alcanzó a distinguir algunas voces periodísticas que le preguntaban si creía que iba a jugar el Mundial de Alemania. Entonces, se arqueó hacia atrás y, sin perder ese gesto de ingenuidad casi adolescente que mantendría tantos años, respondió: “No lo sé... Falta mucho. Sólo estoy seguro de que debo seguir mejorando”. ¿Vale preguntarse quién es Messi hoy? Un jugador mucho más determinante que aquel. Creció hasta hacerse dueño de la selección. Nada más peligroso que un genio inconformista.
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