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La prepotente idea de Gallardo
River es, ante todo, un equipo astuto. Gallardo invistió a su cuadro de una personalidad sobresaliente. Durante toda la Copa Libertadores fue un equipo camaleónico, que adecuó naturalmente su camuflaje dependiendo del paisaje, el contexto y la peligrosidad de su presa. Incluso, supo asumir eventualmente un rol de aparente inferioridad, cuando su superioridad no estaba garantizada.
Así fue a la Bombonera, por ejemplo, o así jugó en Monterrey la semana pasada, adaptando su forma a la complejidad de las circunstancias. Siempre es un riesgo atender más la necesidad que intentar disponer de todas las capacidades para ser lo mejor posible independientemente de las condiciones. River lo hizo sin complejos ni vergüenzas.
Se arriesgó a no producir su mejor versión en un par de ocasiones, obsesionado por un resultado. Abandonó provisoriamente sus mejores formas con tal determinación, que consiguió los objetivos deseados. Justamente eso, el deseo, fue el motor de un equipo con atributos emocionales tan significativos como los deportivos. El deseo de ganar, de quebrar la tendencia de sinsabores de los últimos años. No había mejor escenario que el terreno internacional, siempre esquivo y lejano hasta hace unos meses, para provocar la revolución.
Gallardo fue el entrenador de mirada sagaz cuando eligió a los futbolistas que integran el plantel, cuando planificó las estrategias y cada vez que ordenó un cambio. Y, sobre todo, Gallardo fue un conductor inmenso. Su capacidad de gestión califica sobradamente. No hacen falta gritos ni gestos ampulosos ni declaraciones resonantes para tener poder. El poder de un entrenador se construye con capacidad y credibilidad. También con calidad, con tener registro de lo que pasa, con la sensibilidad a flor de piel para percibir y participar de la trama de un grupo cuyo máximo responsable es él.
Y ahí Gallardo fue decisivo, tanto como cuando eligió a Pisculichi primero, o al Pity Martínez y a Viudez, o como cuando apostó por Alario ante la salida de Teo en plena competencia. Los méritos tácticos, que son muchos, quedan pequeños frente a los méritos del liderazgo del técnico millonario. Tomar tantas decisiones importantes con tanta precisión, contrastadas en la realidad, no es cosa de todos los días.
Gallardo fue creciendo con el equipo. No se posó sobre el éxito de la Sudamericana para caer en la satisfacción ni se deprimió cuando dejo escapar el campeonato local a manos de Racing. Siempre estuvo atento a cómo seguir, a revisar, a mantener la mirada crítica, a poner calma cuando era necesario y a tensar emociones y llevar al equipo a tope en cada eliminatoria y en cada final. Cuando a River le toca perder, basta con ver sus gestos, su tono... No soporta perder. Se sirve de la bronca para planificar su próximo triunfo. Prefiere, incluso, ganar de prepo como el miércoles. Su River juega así, con ese deseo incontenible de ganar que lo hizo campeón.
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