“Ríete y bebe con los vampiros”, canta Eric Cantona susurrando a lo Leonard Cohen. Compuso la canción en pandemia, inspirado por una palabra que lo conmovió en su vida en Lisboa: “saudade”. La llamó “The friends we lost” (Los amigos que perdimos). Abrigo largo negro, anteojos oscuros, barba canosa, sombrero y pantalones rojos, Cantona, octubre de 2023, se despide tras noventa minutos de recital con la cabeza arqueada hacia atrás y los brazos abiertos, como Cristo. La multitud corea como si fuera Old Trafford. “Oh ah Cantona”. De repente, un fan sale de su butaca para abrazarlo. La seguridad se asusta. Pero estamos en el teatro Stoller Hall de Manchester. Y Selhurst Park, la cancha de Crystal Palace en Londres, está muy lejos. Allí, hace treinta años, 25 de enero de 1995, Cantona lanzó su célebre patada de kung-fu contra Matthew Simmons, el hincha habitué de mitines neonazis, que un par de años antes casi mató a un inmigrante y que esa noche le escupió xenofobia. Pero que, según parece, no era nazi.