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La otra manera de transpirar en los Juegos: Olímpicos de sillón
Aunque desconocemos la mayoría de las caras de nuestros atletas, este viernes, en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río 2016, los buscaremos en la pista. Lo haremos con la tenacidad y dulzura de una madre que cogotea entre otras para ver a su hijo que actúa de flor, entre otras setenta flores en un acto escolar. Sin saber nada de esgrima, canotaje o tiro, ya estaremos embarcados en quince días de adrenalina de sillón: los Juegos Olímpicos ha comenzado en nuestro living.
Pero, ¿qué es lo que nos gusta tanto de los Juegos? A diferencia del mundial de fútbol, al que esperamos durante cuatro años, a la mayoría de los argentinos los Juegos Olímpicos nos toman por sorpresa. ¡Uy, en un mes son los Juegos! Jamás pasa eso con el fútbol: el reloj en reversa arranca apenas termina la final de la Copa del Mundo anterior. ¿Será que nos conectan con lo amateur? –¡¿Pero si vos no practicaste jamás ningún deporte?!-, ¿o será que tiene un instante de verdad inapelable que quisiéramos sucediera en nuestra vida? Un veredicto sobre quiénes somos. ¿Los mejores, los peores? En cuestión de minutos, milésimas en algunos casos, el jurado calificará al atleta. De este lado de la pantalla de TV, con menos fundamentos, se calificará también: varias veces he decretado que un corredor debía ganar porque me caía bien. Ni hablar de las gimnastas; he decidido vencedoras por rictus de padecimiento.
Esa verdad es, a la vez, tan cruel, porque son esos mismos segundos lo único que tienen los atletas para demostrar de qué están hechos, cuán mejores son que otros del planeta Tierra. Y es tan verdadera como mentirosa, porque el destino y la imprevisibilidad se ponen trajes ridículos y malvados. Puede que una fiebre o un tobillo golpeado la noche anterior hagan que un campeón no sea el mejor del mundo. O peor: simplemente no tendrá un buen día. ¡¿Un buen día?! Si no era ése el día que esperó durante años, ¡¿cuándo es el “buen día”?! Dios odia a los deportistas. O no existe.
Durante los Juegos Olímpicos descubrimos torsiones corporales que creíamos imposibles en humanos. En instancias o pruebas en las que no hay argentinos nos invade un sentido de pertenencia regional, un arraigo que dura lo que tarde en saltar, por ejemplo Javier Sotomayor, el atleta cubano que logró récord olímpico de salto en alto con 2m45. Y le somos sumamente fieles a un desconocido, pero argentino: lo fui al remero Sergio Fernández, que en 1992 logró que pusiera el despertador a las 6 AM para verlo correr en Barcelona. Por él discutí con mi mamá, que apareció en el living sobresaltada porque yo, lenta de reflejos, no llegué a bajar el volumen de la tele cuando Freddie Mercury irrumpió en la transmisión –era la voz de la canción oficial-. En la final –ya un logro enorme– Fernández salió sexto de seis. No importó. Yo estuve con él.
Con Pablo Chacón sucedió algo similar. En Atlanta 96 TyC Sports (por entonces el VH1 de los espectadores de deportes) lo señalaba como promesa de medalla. Recuerdo alentarlo alienada junto a amigos, cuando alguien preguntó: ¿Siempre se pelea con casco? Sólo uno supo responder. Cuando los ciclistas Juan Curuchet y Walter Pérez corrían la prueba Madison en Beijing 2008 noté que ganaban porque la voz de Gonzalo Bonadeo se estremecía un poco más con cada pedaleo. Era la primera vez que veía esa disciplina y era como mirar las grabaciones de cámaras de seguridad que utilizan los noticieros para mostrar un robo: no sé ver lo que ellos dicen que se ve. Lo mismo me sucede con el yachting, pero para eso está Norbi. “Vamos con vos, Norbi”, decía Bonadeo en todos los Juegos que recuerdo. Acto seguido, Norbi -que es Norberto, especialista en deportes acuáticos y que pocos saben se apellida García y está condenado a un eterno mal audio porque el viento le pega fuerte en su teléfono- explicaba, desde algún lugar del mar, lo inentendible para mí. He llegado a imaginarlo sentado en una boya. Desde ahí o desde un muelle, le creí todo. Norbi sabe.
Si una cualquiera de los Juegos Olímpicos nos enfervoriza, Sydney 2000 fue un chupete con cafeína. La diferencia horaria hacía que todo sucediera en la madrugada argentina, por lo que las horas de sueño se redujeron a niveles insalubres. “Se convirtió en hábito avisar que ‘en un rato’ jugarían las leonas (…). En la jerga olímpica ‘un rato’ es un eufemismo bajo el cual se oculta una indefinición de cantidad de horas de espera“, cuenta Bonadeo en su libro “Pasión Olímpica”.
Por suerte este juego será más amable con nuestras noches. Por suerte se confirmó que podremos ver a Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo. Bolt corrió 100 metros en 9,58 segundos. Es el tiempo en que un inodoro se descarga completamente. Haga la prueba en casa. Es fabuloso. Y humillante.
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