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La mejor respuesta para el discurso del odio en las redes
En 1995, Daniel Passarella ya hablaba de los periodistas invictos, una maravillosa definición de la impunidad para ejercer este oficio. En septiembre de ese año, bajo un sol divino en Asunción, charlábamos con Fernando Gamboa antes de un Boca vs. Olimpia, por la Supercopa de ese año. En Paraguay hacía un calor de diciembre. El hotel del Yacht Club tenía un lugar reservado para las motos de agua. Ante la propuesta de hacer unas tomas subido a un jet ski, el actual entrenador de Newell’s me dio una respuesta demoledora: “Si las hago y ganamos, ustedes van a hablar de la buena onda de Boca, pero si perdemos van a decir que estamos en la joda. Van a vender siempre”. Los invictos, como decía Il Daniel.
En 2007, Argentina llegó a la final de la Copa América acaso con el plantel de mayor talento individual tras España 1982. El entrenador era Coco Basile, maestro en el arte de administrar abundancia. Un par de días antes de la final en Maracaibo, otro julio sin memes también ofrecía un calor de diciembre. Sentado sobre la pileta, Coco quedó retratado tomando un trago. En ese momento, la foto representaba la tranquilidad con la que el equipo y el cuerpo técnico esperaban el partido. Tras el inesperado 0-3, esa misma imagen simbolizó el fracaso y la improvisación. “Qué querés con un tipo vago que no labura y toma sol”.
Hace veinte días, la Argentina entera elogió la actitud de Neymar, Messi y Paredes de charlar como amigos luego del triunfo argentino en el Maracaná. La selección había ganado y todo valía. ¿Así que la habrías destacado igual con el resultado opuesto? Sí, seguro. Contame más que me interesa. A través de Instagram disfrutamos de las vacaciones compartidas por Papu Gomez, Lo Celso, Di Maria, Acuña y el propio Paredes. Si hubieran perdido, ¿no habrían tenido el derecho de descansar y divertirse antes de volver a sus clubes? Claro. Gran parte de la sociedad no lo habría tolerado. “¡Perdieron la final con Brasil y se van de joda! Yo estoy una semana sin salir, papá!”
Gracias al archivo y a las redes sociales, los periodistas hemos perdido ese invicto del que hablaba Passarella. Quedan expuestas contradicciones, descalificaciones y faltas de respeto. Podemos seguir trabajando, pero se paga el costo. El deportista se ha convertido en su propio medio. Cuenta y muestra lo que quiere desde sus redes. Ofrece una intimidad a la que ninguna cámara puede acceder. Entrenamientos, rutinas, tiempo libre, relación con sus compañeros. Este contenido valioso se difunde por la TV y los diarios digitales. Llega a muchos más consumidores.
Desde Atlanta 1996, TyC Sports transmite los Juegos Olímpicos en vivo y en directo. La señal generada por la organización, potenciada por un equipo de trabajo competente siempre liderado por mi amigo Gonzalo Bonadeo, permite seguir al instante la performance de todos los deportistas argentinos. Algunos participan para sumar experiencia, otros compiten para mejorar sus marcas, otros pelean por un diploma y muy pocos aspiran a una medalla. Los resultados marcan la realidad con sus respectivos matices.
El aficionado tipo que se prende a la tele cada cuatro años viene del palo del fútbol, un deporte de equipo en el que la Argentina siempre ha tenido exigencias de éxito por su historia y su presente. Suele desconocer los contextos de cada deportista y las dinámicas de cada federación. No le importa a la hora de los resultados. No conoce las dificultades que cada competidor atravesó en el proceso. Está listo para celebrar la victoria o el fracaso. Es el nuevo invicto. Elogiará o insultará con la misma intensidad. Usará aquella exposición para ensalzar o liquidar. Además de la frustración deportiva, el atleta sentirá el escarnio en sus redes. La joven de 21 años Delfina Pignatiello lo sufrió en carne viva. No es la única. Quizás sea el emblema.
Cada deportista evaluará junto con su círculo bien cercano cuánto influyó la exposición en su rendimiento. Me interesa otro tema: cómo reaccionar ante los mensajes que esa persona recibe en las redes. Hay muchos de aliento y empatía. Pero los agresivos y dolorosos quedan en nuestra mente. Se llama sesgo de negatividad, la tendencia a darle mayor importancia a aspectos negativos de una situación. El discurso de odio se esparce por todos lados. No se lo puede controlar. No tiene sentido combatirlo. Pero se puede ignorar. Se trata de cambiar el “no tienen derecho de decir cualquier cosa” por el “no tengo por qué leer cualquier cosa”. Lo digo por experiencia personal. He tomado mis recaudos para que las opiniones en las redes no me condicionen a la hora del trabajo. Silenciar y desconectarse. La medida preventiva sirve. El nuevo invicto no cambiará. No tiene nada que perder. Entender cómo funciona puede ayudar a ganarle.
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