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La masacre de Múnich, con ojos argentinos: a 50 años, cómo se vivió el drama desde adentro de la villa olímpica
Fernando Lúpiz, que como esgrimista formaba parte de la delegación albiceleste, recuerda con lujo de detalles lo acontecido en la jornada más triste de la historia de los Juegos
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Fernando Lúpiz observa todo con enorme asombro. Casi sin poder creerlo. El 5 de septiembre de 1972 acaba de comenzar, pero ya todo es y será drama en la Villa Olímpica de los Juegos de Múnich.
A menos de 50 metros de la ubicación de la delegación albiceleste, allí donde el esgrimista argentino intenta que su cerebro asimile las imágenes que el nervio óptico le transmite, se está desarrollando el acontecimiento más triste de la historia de los Juegos.
Hasta aquel momento que cambiaría para siempre la historia olímpica, la ciudad alemana vivía una gran fiesta del deporte. El sábado 26 de agosto se había realizado la ceremonia inaugural y todo transcurría con normalidad. Incluso, se produjeron grandes hechos deportivos.
El hasta ahí ignoto atleta finlandés Lasse Viren se consagraba en los 5.000 y 10.000 metros, y en ambos establecía un nuevo récord mundial; y en la natación había un estadounidense que acaparaba todos los flashes y se encaminaba día a día a la gloria: Mark Spitz. El Albatros alcanzó el 4 de septiembre su séptima medalla de oro, récord fantástico recién superado en Beijing 2008 por su compatriota Michael Phelps.
Un día después, todo cambió. En la noche de aquel lunes, los atletas israelíes habían paseado por la ciudad, disfrutando de una de las pocas salidas que les permitía el ritmo de los juegos. Volvieron a la villa a la madrugada. Poco antes de las 5, ocho miembros de un grupo terrorista palestino denominado Septiembre Negro trepó la verja de dos metros que separaba a la villa del resto de la ciudad. Vestían ropa deportiva y unos bolsos.
Unos atletas estadounidenses los vieron y, pensando que eran colegas de otros países que se habían escapado para divertirse en el centro de Múnich, los ayudaron a entrar en la villa. Jamás sospecharon que en los bolsos tenían revólveres y granadas.
El primero que escuchó algo extraño fue el entrenador del equipo israelí de lucha, Moshé Weinberg, de 33 años. Oyó que detrás de la puerta había alguien y, sin pensarlo dos veces, se abalanzó hacia ella para intentar cerrarla antes de que el intruso lograra ingresar. Su rápida intervención y su grito de alerta le salvó la vida a casi una docena de deportistas, que escaparon, y a otros tantos que se escondieron, sin entender qué estaba ocurriendo.
El primero en morir fue Joseph Romano, un levantador de pesas de origen libio que justo en ese instante regresaba de cenar. El israelí forcejeó con uno de los atacantes, pero en la pelea recibió un disparo. El segundo fue el propio Moshé, acribillado cuando intentaba atacar a los terroristas con un cuchillo.
Como notaron que el plan se estaba complicando, los palestinos decidieron secuestrar a nueve integrantes de la delegación: David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gottfreund, Eliezer Halfin, Andre Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer.
El paso siguiente de los terroristas fue explicarle al mundo, que veía todo por TV, quiénes eran. Todos supieron entonces que eran guerrilleros palestinos de los campos de refugiados del Líbano, Siria y Jordania. Se llamaban Luttif Afif (jefe del grupo, tenía dos hermanos presos en calabozos israelíes), Yasuf Nasal, Afif Abmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa, Mohammed Safady, Adnan Al-Gashey y su sobrino Jamal Al-Gashey.
Luego, les plantearon sus reglas a la policía alemana, que para entonces ya había copado la villa olímpica (algo que veían en vivo y en directo por TV los propios terroristas). Exigieron la liberación de 234 palestinos presos en cárceles de Israel, más dos que estaban tras las rejas en Alemania, y un avión que los depositara en algún lugar seguro de Egipto. Si tres horas después no cumplían con lo solicitado, matarían a los rehenes. Israel no demoró en responder que no negociarían bajo ninguna circunstancia.
Mientras, las autoridades alemanas rechazaban que un grupo de fuerzas especiales israelíes viajara a Múnich. El conflicto de Oriente Medio copaba la escena olímpica. Finalmente, las autoridades alemanas fingieron negociar con los terroristas y cerca de las 22, dos helicópteros sacaron a los palestinos de la villa y los trasladaron, junto con sus rehenes, a una base aérea cercana a Fürstenfeldbruck, donde un Boeing 727 de Lufthansa llevaría a los secuestradores a El Cairo.
En tanto, el plan para rescatar a los atletas había incluido una apresurada selección de francotiradores. En la carrera contrarreloj, de los cinco elegidos ninguno era especialista en ese tipo de acciones.
Ya en la pista, dos terroristas bajaron de los helicópteros e ingresaron al avión. Luego, otros dos hicieron lo mismo, pero llevando consigo a dos rehenes maniatados.
Cuando los palestinos descubrieron que el avión estaba vacío, ya era tarde. Quisieron volver a los helicópteros y comenzó el trágico final de una trágica jornada. Pese a que eran más de las 23, el aeropuerto se hizo de día, entre bengalas, focos y la lluvia de balas que comenzaron a salir de todos los costados.
Los cinco francotiradores no tenían instrumentos como para comunicarse entre sí, con lo cual cada uno hacía lo que le parecía mejor. Nadie los coordinaba. Para colmo, los rifles no tenían mira telescópica ni dispositivos de visión nocturna. Era como disparar con los ojos vendados.
La balacera descontrolada mató a dos secuestradores. Otros tres palestinos se escondieron detrás de uno de los helicópteros y empezaron a devolver gentilezas. Uno de los proyectiles mató a uno de los policías que estaba en la torre de control.
Los pilotos del segundo helicóptero se escaparon, pero en el otro, los rehenes, aún atados dentro de la nave, no corrieron la misma suerte. Cerca de la medianoche, los terroristas fueron obligados a rendirse, pero unos pocos minutos después arrojaron una granada adentro del primer helicóptero, donde estaban los cuatro israelíes, que murieron junto a uno de los pilotos en la explosión.
Antes de que el fuego del primer helicóptero alcanzara el tanque de nafta del segundo, el jefe Luttif Afif y otro de sus secuaces salieron del aparato a los tiros contra la policía, que finalmente los mató. Los rehenes del segundo helicóptero también fueron asesinados, mientras que los tres terroristas que sobrevivieron fueron capturados y encarcelados.
El entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, determinó, junto a otros miembros, que los Juegos debían continuar, amparándose en que un grupo de terroristas no podía condicionar la celebración olímpica. El anuncio desató una polémica.
El 6 de septiembre se realizó en el estadio de Múnich un homenaje a los muertos, ante la presencia de 80.000 espectadores y 3.000 atletas. Para agregar más condimentos a la llamativa decisión de seguir adelante con el show, Brundage evitó nombrar a los malogrados israelíes en su discurso.
Durante el acto, la bandera olímpica se izó a media asta, al igual que casi todos los emblemas de los países participantes. Los únicos que se negaron fueron los países árabes, que consideraban esa actitud como un gesto de rendición frente a Israel.
Los atletas israelíes abandonaron Múnich el mismo 5 de septiembre, y a los dos días los acompañaron sus colegas de Egipto, Siria y Kuwait.
En otra inexplicable decisión, los dirigentes del COI rechazaron un pedido especial de los familiares de las víctimas, que solicitaron la construcción de un monumento para recordar aquel terrible momento. El hecho, tan trágico como cinematográfico, fue motivo de diversas series y de películas, entre las que se destacaron Munich (Estados Unidos, 2005), de Steven Spielberg, y Un día en septiembre (Australia, 1999), dirigida por el escocés Kevin Macdonald y que fuera ganadora del Oscar a la mejor película documental de ese año.
Sucedió el 5 de septiembre de 1972 en suelo germano, y dejó un saldo de once atletas israelíes, cinco de los ocho terroristas que planearon el ataque y un oficial de la policía alemana muertos. Se la recuerda para siempre como la masacre de Múnich.
Fernando Lúpiz tiene una reconocida carrera como actor de televisión y teatro en las últimas décadas, pero en aquel momento era parte del equipo argentino de esgrima que participó en Múnich 72. “Yo entonces tenía 18 años. Junto con Daniel Feraud habíamos comenzado a competir internacionalmente, con muy buenos resultados. Fuimos los primeros esgrimistas en la historia que, siendo juveniles, nos dejaron competir en mayores. Y me clasifiqué a los Juegos”, recuerda Lúpiz, en diálogo con LA NACION.
Acerca de su experiencia deportiva, el deportista y actor comparte: “Fue una emoción maravillosa estar en un lugar como Múnich. Una de las sensaciones más lindas fue el desfile. Era muy emocionante escuchar los tambores a medida que nos acercábamos al estadio. Era como sentirse un gladiador o un espartano”.
Sin embargo, la memoria fotográfica de los hechos acontecidos aquel 5 de septiembre moviliza a Lúpiz , que medio siglo más tarde la comparte con lujo de detalles: “Fue algo groso, feo, inimaginable. Uno de los que murió fue el maestro de esgrima, a quien lógicamente yo conocía, porque nos entrenábamos todos juntos”.
El relato sigue: “El alumno de ese maestro se tiró desde una altura de dos pisos y fue a alertar. Evacuaron a todos los equipos que estaban en ese edificio con los israelíes, y a los que estaban enfrente, por si había francotiradores. Pero a la delegación argentina no, porque estaba de costado”.
Lúpiz comparte un dato sorprendente: “Nosotros veíamos a los terroristas con la mira telescópica de las armas de los chicos de tiro, desde unos 30 metros. Obviamente sin los rifles. Los policías se vestían con camperas deportivas Puma, con chalecos antibala debajo”.
Las sensaciones de esos minutos dramáticos siguen a flor de piel en su narración: “Teníamos mucho miedo. Fundamentalmente porque no podíamos creer lo que estaba pasando, ni cuál era el motivo. De a poquito nos fuimos enterando. Eso nos afectó muchísimo. Al día siguiente, las autoridades decidieron que la competencia deportiva continuara. Los Juegos tenían que seguir, porque si no, les dábamos la derecha a los terroristas. El objetivo de ellos era ese”.
Sin embargo, en la competencia nada fue igual. “El atleta tiene una parábola deportiva. Vos vas a un Juego a incorporar esa experiencia, a medir tu capacidad, a crecer. Estuvimos cinco días sin entrenarnos. Algunos nos entrenábamos en los pasillos, porque nuestras disciplinas comenzaban en los días posteriores. Nosotros estábamos listos para competir. Queríamos competir. Entonces estábamos enfocados en eso, sin saber lo que había pasado. Estábamos tan metidos que competimos como si no hubiera ocurrido nada. Yo tenía la mente para competir y pasar series. Ese fue mi primer Juego Olímpico y me quedé en la segunda etapa”, explica Lúpiz .
En la charla con este diario, durante un descanso de los ensayos de La diosa de la fortuna (una nueva obra teatral dirigida por Lía Jelín que se estrenará en octubre en el teatro Apolo y que protagoniza junto con Ana María Cores), el actor resume su experiencia olímpica posterior a Múnich 72, y cómo otro hecho político obstaculizó su desempeño.
“Aquello fue un aprendizaje que luego incorporé en Montreal 76. Tres años más tarde, en los Panamericanos de Puerto Rico 79, salí segundo en florete. Ese fue un resultado casi imposible. Yo venía muy bien, les había ganado a campeones mundiales en Europa. Estaba muy ilusionado con los Juegos de 1980. Pero se dio lo del boicot de Estados Unidos a la Unión Soviética, la Argentina resolvió plegarse y nos quedamos con las ganas de ir a Moscú”.
Reparación histórica
Medio siglo más tarde, mientras Lúpiz sigue vinculado a la esgrima y se entrena en GEBA con la ilusión de seguir representando a la Argentina en diversos torneos internacionales, hace unos días hubo novedades relacionadas con la masacre de Múnich. El presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, y su par de Israel, Isaac Herzog, celebraron a fines de agosto que el país germano llegara a un pacto para indemnizar a las familias de las víctimas israelíes.
“Nos complace el hecho de que se haya llegado a un acuerdo para una investigación histórica, la asunción de responsabilidades y una compensación adecuada”, declararon ambos presidentes en un comunicado conjunto.
Según consideraron, “este acuerdo no puede curar las heridas, pero incluye una aceptación de responsabilidad por parte de Alemania y su reconocimiento del terrible sufrimiento” de los familiares de los 11 miembros de la delegación israelí que fueron asesinados por el comando palestino Septiembre Negro.
De acuerdo con la televisión pública ARD, el pacto contempla el pago de 28 millones de euros, de los cuales 22 millones irán a cargo del gobierno federal y el resto a repartir entre la ciudad de Múnich y la zona de la Baviera.
Esto posibilita también la asistencia de los familiares a las conmemoraciones de esta semana en la capital alemana, a las que también asistirán tanto Steinmeier como Herzog.
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