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La inspiradora historia de los hermanos Sangachi de Ecuador: de los malabares a enfrentar las olas más grandes
Nacidos el 6 de enero de 1995, hoy a sus veintitrés años de edad, estos mellizos surfistas de Ecuador no tocaron el mar hasta cumplidos los 14 de su adolescencia. Hoy surfean olas de calidad mundial como si hubiesen convivido desde el primer momento frente en las olas.
Luis y Jorge se criaron en Quito. Su familia, de origen humilde, está formada por cinco varones y dos mujeres; ellos fueron los últimos en la lista. Luis y Jorge Sangachi no conocieron a su padre, porque cuando tenían 3 años de edad su progenitor abandonó el hogar para nunca más regresar. Solo les quedaron vagos recuerdos de su apariencia y no mucho más… Sus hermanos son Octavio (27), que trabaja en una empresa de petróleo a siete horas de distancia de Quito; María Elena (24), que se desempeña esporádicamente como empleada de limpieza en algunas casas de familia; Verónica (33), madre soltera desocupada; Oscar, un hermano perdido al que sólo vieron unas tres veces en sus vidas, y Marcelo (38), que vive con su mujer y sus hijos en el piso de arriba de la misma casa donde comparten la madre.
Los mellizos Sangachi acostumbran hacer temporada en Puerto Escondido México, lugar al que fue un sueño llegar a comienzos de su carrera. Luis será padre pronto, y a ello se debe que los hermanos Sangachi se tuvieran que separar momentáneamente. Jorge, que volvió a trabajar a Ecuador por unos meses, revela: "Viajamos siempre juntos porque así nacimos y porque siempre es mejor hacer todo de a dos. Ahora estoy esperando la llegada de mi sobrina y estoy muy contento por mi hermano. Él se quedó en México esta vez por motivo del embarazo de su mujer, pero viajó a Hawaii hace poco, donde pudo surfear también".
Luis, recordando los inicios de este sueño que viven con las tablas, no se olvida de cómo trabajaron para llegar adonde están. "Mi mamá le regaló a Jorge un cajón para limpiar zapatos cuando fue nuestro cumpleaños número diez. A los tres o cuatro meses de aquello, mi mamá me hizo el mismo regalo. La idea era que ayudáramos en la economía familiar y que nosotros también saliéramos a trabajar aunque fuéramos menores de edad. Recuerdo en ese entonces que ganábamos unos 3 dólares por día realizando este trabajo que no me gustaba mucho, porque era muy forzoso".
Luis trae una anécdota de cuando eran chicos e iban a la escuela. Un día, él se tomó el autobús equivocado a causa de que "era medio burrito y todavía no leía muy bien". Se perdió casi todo el día en medio de la ciudad de Quito hasta que dio con unos oficiales de policía que lo llevaron de vuelta a su casa. Fue allí cuando decidió "ponerse las pilas" y no perderse nunca más. En ese entonces, fue cuando ellos tenían once años y se separaron por primera vez en sus vidas. Fue durante nueve meses: Luis se quedó en Quito, mientras que Jorge rumbeó a la selva a ver a su hermano Octavio, como su madre les había indicado.
Limones, naranjas o pelotas
Durante esa corta separación, cuando Luis trabajaba de "lustra zapatos" en las populosas calles de Quito en Ecuador y sin la compañía de su hermano, conoció a unos malabaristas de un semáforo que le llamaron mucho la atención, despertando un fuerte interés en él sobre ese trabajo. Al regreso por el mismo camino volvió a encontrárselos, juntó coraje y les comentó que quería aprender a hacer esas rutinas con los palotes. Los artistas callejeros, de origen colombiano, le dijeron que volvieran, que ellos le enseñarían. "No olvides de traerte algunos limoncitos, naranjas o si tenés pelotitas así podemos enseñarte", le dijeron.
"Cuando mi hermano regresó le enseñé a hacer malabares –aunque a nuestra mamá nunca le haya gustado esta práctica, diciendo que es trabajo de vagos-, pero gracias a esto nosotros comenzamos a viajar por todo Ecuador trabajando en este arte", asegura Luis Sangachi.
Fue en 2009 cuando ellos conocieron el mar y visitaron la playa de Salinas, en la provincia de Santa Elena, Ecuador. Al tiempo conocieron el pueblo costero de Montañita, donde pudieron trabajar de los malabarismos y ganar dinero gracias al turismo. De alguna manera se radicaron allí, viviendo durante 3 meses en una carpa sobre la playa. Ya tenían 14 años cuando unas amigas de Venezuela con quienes compartieron casa les regalaron sus primeras tablas de surf. "Creo que la dedicación y los malabares nos ayudaron mucho a encontrar ese equilibrio que necesitamos para surfear como hoy lo hacemos" asegura Jorge.
Y nunca falta un argentino en cada rincón del planeta: apareció Ricardo "Dicky" Reto, un porteño radicado allí quien apadrinó a los hermanos Sangachi cuando comenzaban a surfear sus primeras olas. Luis y Jorge se habían quedado sin lugar donde vivir porque compartían una casa con esas chicas de Venezuela, y a través de un cordobés que andaba en skate con ellos, de nombre Tomás, los hermanos visitaron la pizzería que Dicky tiene en Ecuador. A los pocos días, este argentino de 40 años de edad, les ofreció casa y trabajo con una condición: debían terminar la escuela. Fue así que no lo dudaron ni dos minutos y accedieron a la propuesta de Ricardo.
En 2013, por falta de recursos y papeles, fueron rechazados para tener la visa de turistas para ir a Estados Unidos. Eso no fue un impedimento, ya que los mellizos emprendieron un viaje distinto por Sudamérica, donde se perfeccionaron en el surf y en los malabares: Perú, Chile, Argentina y Brasil.
Luis asegura: "Nuestro sueño es correr olas grandes. La primera vez que fuimos a Puerto Escondido nos pusimos ese objetivo; no todos tienen el coraje de surfear el mar cuando hay olas tan grandes. En el avión de ida tuvimos la fortuna de conocer a Coco Nogales, un famoso surfista local que nos recibió en su casa. También fuimos a Mavericks (norte de California) pero no tuvimos la suerte de que entre el swell necesario para ese tamaño de olas. Ahora el próximo objetivo es surfear en Jaws, en Peahi Hawaii, una ola que rompe a partir de los 25 pies (7,62mts)", comenta Luis, alias "Lucho". "Ya es el tercer año que visitamos Puerto Escondido y gracias a que conocemos mejor a los locales y ellos nos conocen, cada experiencia que tenemos es mejor" resumen los mellizos, quienes obviamente han pasado por las buenas y las malas, lesiones que los dejaron fuera de actividad por un tiempo y momentos de inolvidable alegría en el agua.
Todo continúa su camino, salvo que a partir del nacimiento de la hijita de Luis, él no va a poder viajar tanto como están acostumbrados, ya que deberá establecerse en un lugar para recibir a su nueva familia. Pero como ellos ven las cosas, siempre con una sonrisa y una mirada positiva de la vida, "siempre con una familia que te apoye en lo que te gusta, es mejor" dice Jorge cuando habla de su hermano mellizo, inseparable.
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