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La historia de J.C. Aragone, el tenista diabético del circuito profesional que se aplica insulina en medio de los partidos
Juan Cruz Aragone nació en Mar del Plata, en 1995. Miembro de una familia dedicada a los supermercados, comenzó a jugar al tenis a los 5 años en el Club Náutico, donde se formó el hombre que popularizó ese deporte en la Argentina: Guillermo Vilas. De hecho, Facundo Aragone, padre de Juan Cruz, alguna vez practicó allí, en las canchas de polvo de ladrillo contiguas al puerto, con el profesor Felipe Locícero, entrenador del ganador de cuatro Grand Slam. Más allá del vínculo geográfico, Juan Cruz nunca conoció en persona a Vilas. Además, vivió poco tiempo en nuestro país: hasta los ocho años, cuando sus padres, afectados por la crisis económica, decidieron desprenderse de los comercios y empezar de cero en otro país: en los Estados Unidos. La familia dejó la costa bonaerense y se mudó a California. "Teníamos allí un primo que nos ayudó, nos dejó vivir en su casa durante varios meses, hasta que nos fuimos acomodando y arrancamos. Mi papá empezó a importar vinos y mi mamá, Paula, trabajó en Real Estate, vendiendo propiedades. Era la única manera de obtener la Green Card", describe JC Aragone, tal como lo conocen en el circuito tenístico estadounidense, donde se destacó –y fue campeón– jugando para la Universidad de Virginia y donde se hizo un nombre. Hoy, compitiendo bajo la bandera de EE.UU., es 243° del ranking individual y está cumpliendo su sueño de ser profesional. Pero su mayor desafío fue otro: superar una severa enfermedad que lo dejó en coma durante dos semanas.
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La pesadilla ocurrió cuando tenía 16 años. Aragone, actualmente de 23, estaba en Miami preparándose sobre canchas lentas para una gira que tendría por América del Sur. Por las altas temperaturas y la poderosa radiación solar de esa porción de la Florida, un doctor le recomendó que tomara un medicamento para que las cremas protectoras no le hicieran mal en la piel, sobre todo porque tenía acné. "Como hacía tanto calor, el médico me dijo que me podía lastimar la cara y que eso me iba a ayudar, pero fue peor. Terminé en el hospital. Pensé que me moría", rememora Aragone. El remedio lo afectó de tal manera que comenzó con fiebre y terminó hospitalizado, con una falla renal y hepática. "Sentía que se me quemaba el cuerpo por dentro. Me ponían toallas húmedas y me salía vapor. Tenía ampollas por todos lados. Me trasladaron en avión, me internaron y estuve dos semanas en coma. ¿De qué me acuerdo? De nada. Es como que me fui a dormir, te despertás y listo. Para mis padres fue muy duro. Y todo fue por una alergia al medicamento; una cosa boluda", le dice el tenista diestro y de revés de dos manos a LA NACION.
Tras el alta médica, Aragone continuó con tratamientos durante más de un año, alejado del deporte. "Fue deprimente. Me pasé meses tirado en la cama de mi casa, mientras mis amigos jugaban y viajaban por el tenis", confiesa JC, que ya jugaba en distintas categorías menores. Pero aquel no fue el único cimbronazo: a los 17 años y medio, cuando pudo volver a jugar al tenis, empezó a tener síntomas extraños. "Estaba deshidratado, todo el tiempo tomando agua, me dolía la cabeza un montón, tenía ganas de ir al baño continuamente", relata. Luego de distintos estudios le diagnosticaron…, diabetes, que según la Organización Mundial de la Salud es una de las diez principales causas de muerte en el planeta. Según sus mediciones hay, al menos, 422 millones de personas diabéticas en el mundo. Sin embargo, lejos de hundirlo, a Aragone lo fortaleció. "La diabetes me agarró por todo el estrés que había tenido en el cuerpo y reaccionó así. Por algún lado tenía que salir. No fue tan duro aceptarlo porque después de todo lo que había pasado, la diabetes no era lo peor", cuenta el marplatense. Y así lo fue: pisó fuerte en el tenis universitario, se recibió en la carrera de Política y Economía, se convirtió en profesional en 2017, ganó Futures, jugó Challengers y hasta compitió en el cuadro principal del US Open (2017), tras superar la clasificación. Incluso, acaba de recibir una subvención de US$ 100.000 por parte de la firma Oracle, que tiene un programa para ayudar a los tenistas jóvenes con buen pasado universitario (el consejo que selecciona a los ganadores está compuesto, entre otros, por Lindsay Davenport, N° 1 en 1998, y Todd Martin, N° 4 en 1999).
Para jugar el ATP Tour toma un sinfín de recaudos. "Tengo un aparato que me da insulina, obvio que no puedo jugar con eso porque es pesado, es como tener un teléfono en el pantalón, entonces me lo tengo que desconectar, pero tengo otro conectado que me lee el nivel de azúcar. Entonces, entre los cambios de lado voy mirando cómo estoy y si necesito tengo una aguja, me doy una inyección de insulina y sigo. Estoy todo el tiempo monitoreando cómo estoy, lo que es incómodo porque estoy tratando de focalizarme con el partido y lidiando con eso. Los que me acompañan a los partidos tienen una aplicación que les va mostrando cómo estoy. Te causa estrés, porque en los cambios te dan apenas un minuto y también tengo que hidratarme, pensar en el partido. Y los árbitros no me ayudan mucho, no me dan un trato distinto pese a que saben que necesito la medicación. Es complicado con la ATP, porque me causaron algunos problemas", se molesta Aragone, que acaba de jugar la clasificación de Indian Wells (perdió en la segunda ronda).
El momento más ingrato fue la noche previa a jugar en la 1ª rueda del US Open frente a Kevin Anderson: "Me dijeron que no me iba a poder dar una inyección en la cancha porque si se veían por televisión iba a quedar mal, iban a pensar que estaba dopándome. ¡Una tontería! Les dije que necesitaba dármela para sobrevivir, pero me hicieron problemas igual. La insulina no te hace jugar mejor. Fue un papelón. En la noche anterior a jugar con Anderson me llamaron y me dijeron que tenía que presentar un montón de papeles, que si no lo hacía me podían suspender. Estuve como hasta la una de la mañana completando y mandando papeles. En vez de acompañarme, fue lo contrario, me sentí muy mal. Cada torneo es diferente y los directores de los torneos no quieren que se vea en TV que hay alguien inyectándose. La imagen es lo que les preocupa. Lo que trato de explicar es que debería ser algo bueno, porque demuestra que alguien que tiene diabetes puede jugar al tenis. Pero no, ellos lo toman como algo negativo".
Ante el sudafricano, finalmente, se tuvo que aplicar insulina dos veces. "Me dijeron que tenía que hacerlo tomándome un break de baño y hacerlo ahí. Pero el problema es que solo te dan dos por partido. Les consulté: ‘¿Y si tengo que hacerlo tres veces?’. ‘Te vamos a tener que suspender’, me respondieron. Una locura".
Aragone reside en Miami y suele entrenarse en Key Biscayne con Franco Davin y Patricia Tarabini. Viaja a los torneos con dos valijas. "En una, prácticamente, llevo todos mis medicamentos. En muchos aeropuertos tengo problemas: me preguntan por las agujas", dice el tenista, que no conoce colegas profesionales con la misma enfermedad y suele gastar 500 dólares por mes en medicamentos. Además, siempre debe estar alerta. Como cuando en septiembre del año pasado estaba jugando un Challenger en Cary, Carolina del Norte, y debió abandonar la ciudad por la llegada del huracán Florence. "Me tuve que ir, porque si se cortaba la luz era un problema. La insulina tiene que estar refrigerada. Si cierran todas las farmacias, ¿qué hago? Quedé mal con mi compañero de dobles, pero no tenía otra. Para mí fue un desastre porque me tuve que comprar un pasaje al otro día, me gasté como 1200 dólares para ir a Miami porque todos estaban evacuando. La insulina puede sobrevivir cinco o seis horas afuera de la refrigeración, pero no más. Es carísima".
Cuando se pone nervioso en un partido, le sube el nivel de azúcar. Pero cuando se entrena, sin la adrenalina de la competencia, le baja. Y mantener el equilibrio es lo más fatigoso. "Cuando estás bajo es peligroso porque podés desmayarte. ¿Si me pasó? Sí, una vez, mientras hacía una entrada en calor", apunta Aragone, que hace "8-9 años" que no visita la Argentina. "Soy un tenista típico americano, agresivo. No me siento un jugador de clay que mete mil pelotas", comenta. Y confiesa, feliz de poder ayudar a otros con su ejemplo: "La gente me escribe. A muchos les cuesta vivir con diabetes, tienen incertidumbre y no hacen deporte porque se sienten limitados. Y yo, en lo que puedo, trato de incentivarlos".
La diabetes y el deporte se llevan bien
Por el Dr. Roberto Peidró (*)
La diabetes y el deporte se llevan bien; el diabético que puede hacer actividades físicas controla mejor su enfermedad. Muchos deportistas profesionales con diabetes, al entrenar todos los días, reducen sus consumos de insulina y mejoran. Y tienen menos riesgos de sufrir enfermedades cardiovasculares.
Los principales tipos de diabetes son dos: la que llamamos popularmente juvenil, Tipo 1, en la que el páncreas no genera insulina. Y la Tipo 2, que en general padece el adulto, donde la insulina existe pero no puede actuar porque hay receptores que funcionan mal, que están enfermos. Si bien es bueno el deporte para esta enfermedad, también hay que tener cuidados, particularmente con las dosis de insulina que se aplican; no se pueden exceder. Los deportistas usan las llamadas bombas de insulina, unos pequeños dispositivos que pueden tener adheridos al cuerpo y que mediante un catéter y una cánula que se implanta debajo de la piel van regulando y administrando la cantidad, dependiendo del nivel.
Algunos deportistas diabéticos pueden tener ciertas complicaciones a partir de una pavada, como con las medias y el calzado. Una alteración que puede generar esta enfermedad son las lesiones en los pies. El pie diabético puede ser muy grave. Por lo tanto, hay que buscar medias y calzado que no le lastimen los dedos.
En muchos casos a las personas que les baja el nivel de azúcar en sangre pueden sufrir un decaimiento general, transpiración fría, mareos; un deportista en plena competencia puede tener muchos trastornos con estos síntomas. Entonces, debe tener a mano todo lo que le haga aumentar la glucemia: un vaso de gaseosa con azúcar, bebidas isotónicas, caramelos... Es muy bueno que todos los diabéticos juveniles hagan ejercicio y deporte: les favorece en todo. Tienen que hacerlo con controles, conocerse el cuerpo, saber cómo actuar si les sube o les baja la glucemia, y cuidar las lesiones en los pies. Pero, sin dudas, los incitaría a hacer actividades. Es muy lindo un caso como el del tenista Juan Cruz Aragone, porque puede ayudar a los diabéticos, que son muchos, a darle otras expectativas de vida, ya que suelen deprimirse mucho cuando se les hace el diagnostico. Conocer que hay diabéticos que hasta pueden ser deportistas profesionales puede actuar de inspiración.
(*) Cardiólogo y especialista en medicina en el deporte
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