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A sus 48 años, este hombre nacido en Perú solo es capaz de percibir fuentes intensas de luz y sufre una sordera entre moderada y severa
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El Toyota Corolla rojo surca a 180 kilómetros por hora la recta principal del circuito de La Chutana. El rugido del motor a escape a libre rompe el silencio del mediodía de este árido paraje situado 44 kilómetros al sur de Lima.
Unas vueltas más y el auto se estaciona en boxes. El piloto se quita el casco y el pasamontañas. Sudoroso pero satisfecho, saluda a la cámara con el dedo pulgar en alto.
“Soy Pacho Kantt y soy ciego”. En realidad, también es sordo, como delatan los audífonos adheridos a cada uno de sus oídos.
Un hombre activo
A sus 48 años, Kantt no ve nada. Solo es capaz de percibir fuentes intensas de luz. Nada más. Y sufre una sordera entre moderada y severa.
Todo, resultado de una enfermedad congénita llamada retinitis pigmentosa que fue nublándole la vista paulatinamente hasta que en 2005 quedó ciego. Pero, no hay más que pasar un rato con él para darse cuenta de que la enfermedad le robó la vista, pero no la energía.
“Cuando me quedé ciego, decidí que eso no iba a detenerme”, le dice a BBC Mundo todavía enfundado en el traje de carreras.
Tuvo que dejar de manejar su auto por la calle, lo que recuerda como “un golpe duro”, pero siguió adelante con su vida, una vida construida en torno a su pasión.“Desde niño me encantaban los carros y así sigue siendo”, afirma.
Con pasión, Pacho dirige un taller en Lima y se dedica también a la compraventa de carros y camiones. En la oficina de su negocio, salta de una llamada a la otra, cerrando tratos, trámites y servicios con la ayuda del asistente de voz de su teléfono. Por momentos, uno duda que de veras sea ciego.
Pero, la duda desaparece cuando tiene que entrar a la zona de trabajo de los mecánicos. Por ahí se mueve con la ayuda de Piero Polar, su amigo del alma. Camina agarrado de su hombro.
Inseparables
En realidad, el piloto original es Piero. Cuando ambos empezaron a competir y ganar en los “rallies” peruanos, Piero iba al volante y Pacho y otros eran la parte del equipo que se ocupaba de la mecánica, gestión, estrategia, etc.
Pacho recuerda cómo acabó el también sentándose al volante. “Un día le dije a Piero, ‘quiero montar en tu carro’. Me dijo ‘¡claro, cuando quieras te doy una vuelta’. No me había entendido. Tuve que insistirle: ‘Piero, quiero manejarlo yo’”.
Lo que arrancó como una idea descabellada se hizo realidad después de algunas pruebas. Piero viaja siempre atento en el asiento del copiloto, indicándole a Pacho qué hacer en cada momento.
A base de ensayos en el circuito, ambos han acabado desarrollando un lenguaje de gestos porque con la adrenalina a tope y el ruido del motor muchas veces Pacho no oye las indicaciones.
Así que, por ejemplo, cuando Piero le toca el antebrazo, Pacho sabe que debe frenar. Si le toca dos veces debe frenar con fuerza. También hay recursos de emergencia. “Cuando me golpea el brazo insistentemente significa ‘para, loco, que nos matamos’”, cuenta Pacho entre risas.
Después de mucho practicar, Pacho empezó a hacer recorridos de exhibición. “Mi objetivo era demostrarle a la gente que no hay dificultad lo bastante grande, que uno siempre puede superarse”, afirma.
De tanto recorrerlos, Pacho conoce los 2,3 kilómetros del trazado del circuito de La Chutana como la palma de su mano. El siguiente reto ha sido completar uno de sus recorridos de exhibición en un circuito desconocido, lo que finalmente sucedió en una reciente visita a Ecuador. “Había mucho público y fue para mí una experiencia impresionante”, cuenta Pacho.
¿Recuperar la vista?
Su vuelta rápida en La Chutana está en 1 minuto y 30 segundos. Aunque, como él dice, “esto no se trata de rodar más rápido, se trata de lanzarle a la gente el mensaje de qué nunca hay qué detenerse, sino que siempre se puede avanzar”.
Pacho es empresario, fanático de los autos, y padre. Su hija de 15 años es, según cuenta, su otra pasión. Vive con él desde que se separó de la madre y ella tenía 4.
Cuando nació, Pacho ya era ciego. “Es lo primero que miraré si algún día recupero la vista”. Para que ese momento soñado llegue algún día, Pacho necesita un trasplante de retina, un tratamiento no disponible aún.
No pierde la esperanza de que la ciencia pueda algún día devolverle la vista, pero hay algo que tiene claro: “No voy a detenerme por mi enfermedad, así que intento cada día ser mejor padre, mejor persona, y mejor empresario”. Por eso, aunque no vea lo que tiene delante, Pacho pisa el acelerador a fondo.
*Por Guillermo D. Olmo
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