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La historia de Luciano Pons: convirtió hasta en la D, sufrió insultos en las redes sociales y hoy pierde plata cuando festeja un gol
El goleador es la revelación de Banfield: fue artillero en todas las categorías, padeció serias lesiones y miradas desconfiadas y ahora suele darles dinero a sus compañeros de ataque
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Tiene un oficio noble: es un goleador solidario, que provoca disfonías entre ricos y pobres. Sus goles se gritan en un solo idioma, se entienden desde el brillo de primera al sótano de las categorías. Hace felices a todos: nada más maravilloso que un grito de gol. De eso vive Luciano Daniel Pons, un rosarino de 30 años, Lucho para todo el mundo, figura del cotizado Banfield. Pícaro, hábil, escurridizo, hablador, indescifrable en el área: si le dan un metro, crea un mundo nuevo. Pasó hambre en el ascenso más profundo, hoy cuenta billetes de los grandes en el Taladro. Era un artillero callejero, que le robaba las espaldas a los zagueros bravos de la D; se convirtió en un goleador de primera.
“Luciano ha progresado muchísimo. Tuvo la desgracia de tener dos lesiones y por eso estuvo inactivo 60 días en el proceso anterior de Banfield y que Fontana tuviera un momento fantástico, pero él se entrena, se prepara para jugar cada partido como si fuera una final, es un gran profesional. Por todo lo que significa y el paso que tuvo por todas las categorías, Pons se ganó este presente. En la medida que él se proponga seguir progresando, va a crecer mucho más. En el área es letal y tiene un gran cabezazo, con los pies juega bien también. Nosotros pensábamos que nos iba a dar resultados y ya lleva 5 goles. Ojalá siga así en beneficio del equipo”, lo describe a la perfección Javier Sanguinetti, el creador del mejor equipo del torneo que pasó, frustrado en la definición en los penales frente a Boca. Ahora, de a poco, ensaya volver a ser.
Los goles frente a Lanús
Mientras Agustín Fontana hace un curso acelerado de adaptación en River, Pons convierte goles de todos los colores, como en Argentino de Rosario y Aragua, un club de Venezuela. Como en Newbery de Venado Tuerto, San Miguel, Atlanta, Flandria y San Martín, de Tucumán. Primera Nacional, B, C y D. El dato no está nada mal: 112 tantos en 248 partidos. Tal vez, en San Miguel, en el último escalafón de nuestro medio, regaló más sonrisas: 34 gritos en 50 citas. Ocurre que dura un suspiro: inquieto, siempre busca nuevos horizontes. Y le agrada salir del área: es útil más allá de la zona de confort.
Dos a Lanús, dos a Vélez. Atrás quedaron los fantasmas de la rodilla izquierda, cuando sufrió la rotura de los ligamentos cruzados en 2016: era el goleador de la categoría. El clásico del Sur, más allá de la resolución judicial, lo toma como “el día más importante de mi carrera”. Pero no se engaña, esa tarde celebró al borde de la emoción, pero con el clásico gesto del Topo Gigio, por algunas miradas desafiantes, maliciosas. “Mi festejo fue por las críticas que recibo. La gente tiene que entender que uno tiene familia y que a uno le duelen las palabras que le dicen en las redes sociales. Se lee todo, te etiquetan y me causa mucho dolor. Espero que la gente que me criticaba antes, ahora esté disfrutando por este momento”, suscribe. Por eso, sin dejar de espiar el celular, se reconforta en casa: “Mi señora me dice que disfrute el momento, que vengo luchándola desde la última categoría”.
En realidad, Pons lanza un mensaje: con una fuerza arrolladora de voluntad, se puede subir la escalera a la fama. A veces, hay que retroceder un par de escalones, para volver a ascender. El fútbol lo recompensa. “Nada se logra sin sacrificio. Me gustaría, es un honor, que los chicos que están hoy en el ascenso puedan tomarme de ejemplo. Sobre todo para los que juegan en la última categoría del ascenso, los que piensan que están muy lejos, deben saber que si se sacrifican, pueden llegar a la primera división”, advierte el hombre que había perdido las llaves del gol. El arco era una fortaleza oscura, fría, lejana. Lucho volvía a casa mortificado, hasta que encontró un espacio para la resurrección: el compañerismo.
Los goles frente a Vélez
“Los chicos siempre me apoyaban. Yo sabía que en algún momento se me iba a abrir el arco. Es muy importante para mí. Soy un luchador, nunca bajé los brazos. En realidad, nadie debe bajar los brazos”, describe el atacante de moda, que deja a un costado a los fuera de serie del Taladro, como Galoppo o Payero. Arribó en agosto pasado, firmó un contrato por 18 meses y cuando se abrió el juego de la pretemporada, sufrió un desgarro. La mediática salida de Daniel Osvaldo -un personaje que hasta jugó en el seleccionado de Italia-, lo descubrió como el reemplazante de las causas perdidas. Dani Stone jugó en Roma, Juventus, Inter: Pons lo veía por la tele, mientras se tropezaba con el pasto desparejo de los Polvorines. No solo no se concentraba: solía viajar en ómnibus escolares para llegar apenas un puñado de minutos antes de los partidos.
El gol es un trabajo colectivo, un laburo de equipo. Pons es tan generoso, que reconoció que “pierde plata” cuando el destino del balón acaba en la red. Es que suele darle un premio al compañero que le lanza la asistencia. Por ejemplo, lo recuerda durante la celebración en el clásico del Sur. “Fue Galoppo. Lo primero que hizo al abrazarme fue decirme que le debía el premio del pase gol. Es algo que está bueno porque nos ayuda a todos. En lo personal, porque tengo que convertir y ayuda al equipo. Él es un gran jugador, tiene mucho gol, gran pase y entonces lo trato de aprovechar al máximo”, contó, días atrás, en TyC Sports.
Años antes, tenía doble función: albañil y goleador. Por las mañanas, daba una mano en la construcción de piscinas y por las tardes, pateaba al arco. “Soñaba con jugar en primera, era lo que le faltaba conseguir. Pero era un sueño, nada más”, contó tiempo atrás al protagonista, que en los primeros días -por protocolo y por falta de recursos- vivía en el predio de Luis Guillón. A Pons no se le caen los anillos: la sinfonía de sus goles se grita desde Jáuregui hasta Banfield, en todas las estaciones, de abajo hacia arriba.
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