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La historia de amor que cambió el futuro de las argentinas en los JJ.OO.
En Berlín 1936, la nadadora Jeannette Campbell, a quien su marido le cedió su lugar, fue la primera mujer de nuestro país en participar en una cita olímpica y en ganar una medalla.
Ricardo Peper no podía resistirse a esos hermosos ojos azules. Él, al igual que ella, había conseguido la marca clasificatoria para los Juegos Olímpicos Berlín 1936. Sin embargo, por problemas burocráticos, no podían viajar los dos. No lo dudó y le cedió su lugar. Ella era su mujer. Ella era Jeannette Campbell, la primera mujer argentina en viajar a una cita olímpica y, además, en ganar una medalla. Una historia de amor que marcó al deporte nacional.
Nieta de Mary Gorman, una de las maestras que Sarmiento trajo al país, Campbell nació el 8 de marzo de 1916 en Saint Jean de Luz, una pequeña localidad al sur de Francia, debido a que sus padres estaban de vacaciones en Escocia, de donde era oriundo su padre, John, justo cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Eso les impidió volver a la argentina y los obligó a radicarse durante algunos años en territorio francés.
Con el fin de la Guerra, la familia Campbell pudo volver a la Argentina y se instaló en el coqueto barrio de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires, donde ella vivió hasta el último día de su vida.
Amante de la actividad física, la pequeña Jeannette, la segunda de tres hermanas, hizo sus primeros pasos en el deporte como jugadora de hockey en el prestigioso colegio Belgrano Girls School. Sin embargo, gracias a Dorothy, la primera hija del matrimonio Campbell, conoció su verdadera pasión: la natación.
En el Belgrano Atlhetic Club, sus ojos azules se encontraron por primera vez con los de Ricardo. Él fue su primer entrenador, pero esa relación poco duró. La mirada de ella, así como la de él, fue más allá. Así se forjo una unión que sólo la muerte pudo romper. Se descubrieron. Se enamoraron. Pero este encuentro no fue uno más, sino que cambio el futuro de las mujeres en la historia del deporte argentino.
Su ingreso como secretaria al frigorífico Swift, donde trabajaba 8 horas al día, le impidieron a Jeannette seguir entrenándose con regularidad. Sin embargo, con más fuerza de voluntad que tiempo, nunca dejó de nadar, mientras seguía, además, jugando al hockey sobre césped.
Los Juegos Olímpicos Berlín 1936 fueron una odisea para ella desde el día que consiguió la clasificación. Primero surguió la posibilidad de no viajar, que, por suerte, él pudo solucionar sacrificando su propio lugar. Luego, el viaje: 12.500 kilómetros, tres semanas a bordo del crucero Cap Arcona y tan solo una pileta, en la que casi no entraba, para entrenarse.
"En aquellos tiempos existía un espíritu deportivo y una camaradería que nos permitían superar cualquier dificultad. ¿Sabe cómo me entrené yo en la travesía a Berlín? Nadaba con una cuerda de goma atada al cuerpo y con el otro extremo sujeto al borde de la pileta. Me lanzaba hacia adelante y al sentir el empujoncito, mi entrenador (Juan Carlos Borrás) me tiraba para atrás. ¿Qué le parece? Hoy ya no se podría competir así", recordó en alguna oportunidad Jeannette.
Ella llegó a suelo nazi un mes antes de la competencia, tiempo suficiente para ponerse a punto físicamente. Fue la única mujer de los 53 atletas argentinos que viajaron a los JJOO. En su prueba, los 100 metros libres, claramente no era favorita: llegaba con una marca casi seis segundos por arriba del, hasta entonces, récord mundial que ostentaba la holandesa Willy den Ouden. Pero a ella poco le importó: en la semifinal, en un mano a mano con la recordwoman, se lució como nunca y logró el pase a la final, donde no le pudo hacer frente a la joven neerlandesa Rie Mastenbroek. Su participación fue histórica: consiguió la medalla de plata, la primera de una mujer argentina en una cita olímpica, y marcó un récord sudamericano, que se mantuvo por 28 años. Todo por ella, gracias a él.
Jeannette regresó al país con el deseo de encontrar revancha en los Juegos Olímpicos Tokio 1940. Sin embargo, el inicio de la Segunda Guerra Mundial obligó a que se suspendan y empujó a la francoargentina al retiro. A lo largo de su carrera, cosechó 12 títulos sudamericanos y 13 argentinos, además de conseguir 12 plusmarcas continentales, siete de campeonatos y más de una veintena nacionales.
Tuvieron tres hijos, Inés, Susana y Roberto. Pero cuando ellos siguieron el curso natural de la vida y formaron sus familias, ella y él siguieron juntos. A fines de 1999, antes de morir, él pudo contemplar por últimas vez aquellos ojos azules, que de ahí en más ya no fueron los mismos, lucieron un dejo de tristeza hasta el 16 de enero de 2003, cuando se cerraron para siempre.
Fuentes: Olympic.org / Archivo LA NACION / ERNESTO RODRÍGUEZ III, Libro I de los Juegos Olímpicos (1896-2012), editorial Al Arco.
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