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La explosión de Río Tercero arrasó su casa, lo dirigió Simeone y se le perdió el rastro: qué fue de la vida de Lucas Valdemarín
Supo jugar en Vélez, Racing y Europa; tras su retiro en Defensa y Justicia apostó por una vida lejos del ruido porteño; “Hace 10 años no me llama un periodista”, contó en diálogo con LA NACION
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Lucas Valdemarín atiende a LA NACION desde el lago de Embalse de Río Tercero, en la provincia de Córdoba. Junto a su familia, compuesta por su esposa y tres hijos, se encuentra de vacaciones. “Hace diez años que no me llama un periodista”, manifiesta al inicio de una entrevista que le hará recordar sus inicios –fallidos- como jugador de Talleres de Córdoba, el llamado de Julio Falcioni para arribar a Vélez y su participación para el desembarco del empresario Christian Bragarnik al Elche, en 2005, cuando aún el equipo español navegaba por la segunda división.
Oriundo de la localidad donde también es reconocido Claudio “El Piojo” López, Valdemarín comenzó su recorrido en las ligas locales de Córdoba, cuando fue visto por Ricardo Gareca: “Me ve y me lleva a Talleres. Ahí estuve dos años, pero no jugaba y mi papá me dijo que vuelva al pueblo; hasta que surgió la prueba en Vélez, donde no quedé. Sin embargo, Julio Falcioni, quien por entonces era técnico de la Reserva, me pidió que volviera”.
De una carrera con muchos vaivenes, el delantero pudo asentarse algunos años en el club de Liniers y de acuerdo al director técnico de turno, su futuro podía variar hasta ser cedido a préstamo, algo que ocurrió en el 2005 donde, por consejo de Raúl Gámez, entonces presidente del Fortín, le sugirió entablar relación con Cristian Bragarnik para buscar otros rumbos.
“Christian era un chico muy tranquilo y tuve una buena relación. Un día me ofreció ir al Elche, un club que estaba en el ascenso de España, pero que tenía instalaciones para jugar en Primera División”, relató Valdemarín.
Sin saber lo que serían los destinos de cada uno, Bragarnik pisó por primera vez el club del cual hoy es el principal accionista. En contrapartida, el atacante se encontró con un panorama adverso: “El entrenador no sabía ni quién era. No sabía mi nombre. Pude jugar algunos partidos, pero cuando ya nos estábamos conociendo me estaba volviendo a Vélez”, aseguró sobre la estadía que duró solo seis meses.
Tras volver a la Argentina, le esperó un nuevo reto: jugar en Racing, donde Diego Simeone hacía sus primeras armas como entrenador. “Él sabía todo lo que iba a pasar en el partido, nos reunía, junto a mis compañeros, en las concentraciones para marcarnos qué hacer”, recordó quien hoy está a cargo de una escuela de fútbol en su ciudad natal.
En un camino que empezó a entrar en la recta final, Valdemarín subrayó que a partir de su paso por Arsenal de Sarandí, su nuevo club en 2007, el fútbol “se convirtió en un trabajo” y dejó de ser ese deporte que lo afectaba en sus principios al ver la puntuación del diario tras su desempeño en de los partidos.
“Teníamos un gran plantel en ese Arsenal, pero no tuve una buena relación con Gustavo Alfaro, quien era el entrenador de ese momento. Sus actitudes no me gustaron, como por ejemplo decirme ‘preparate que vas a jugar’ y ni siquiera concentraba. Ahora que estoy retirado del fútbol, puedo decirlo, en su momento no podía”, analizó, en retrospectiva, sobre la figura del actual entrenador de la selección de Ecuador.
En sus últimas estocadas en la actividad profesional, Valdemarín, a sus 32 años, decidió colgar los botines en Defensa y Justicia. Sin sentir ese dejo nostálgico de abandonar los campos de juego, el cordobés objetó: “No quería vivir más en Buenos Aires. Quería darles otra vida a mis hijos y por eso me volví al pueblo”.
La voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero, un quiebre en su vida
3 de noviembre de 1995. Lucas Valdemarín se encuentra en el quinto año del colegio y por una pasantía es empleado de un local de ropa. De repente, un estallido hace que el frente del comercio quede hecho trizas. Atónito, decide salir a la calle, se dirige a la esquina y ve una explosión que sobrevuela su casa.
“Agarré la bicicleta y salí disparado hacia mi casa. La explosión de la fábrica, que estaba a dos cuadras de dónde vivía, arrasó con todo el frente. Vi como un hongo gigante se posaba por encima de dónde vivía. Solo quedaron las paredes y el techo, donde una bomba que estaba ahí no explotó de casualidad, si no desaparecíamos del mapa”, relató Valdemarín.
Junto a su papá Eduardo –ya fallecido-, su mamá Rosa y sus hermanos Franco, Luciano y Lorena huyeron rápidamente de la zona sin saber qué sería de su vida. La Fábrica Militar de la ciudad cordobesa, que pertenecía a Fabricaciones Militares Sociedad del Estado estalló, aunque luego continuaron las detonaciones durante todo el día, en una jornada trágica que se cobró la vida de siete personas y causó 300 heridos.
Al retornar días después a su hogar, quedaban solamente las paredes y el techo. Pero aun el susto permanecía en el ambiente, mientras su papá se encargaba de poder reconstruir la vida de su familia. En la actualidad, ese hogar es ocupado por su mamá.
La nueva vida vinculada a la construcción y al fútbol... en menor medida
Alejado completamente del circuito futbolístico, el Piojo, como lo apodaban en su época profesional, admite que el fútbol pasó a estar en segunda prioridad en su vida. “Mis hijos me dicen que llegaron tal y tal jugador a Vélez, pero no es algo de lo que esté informado. En mi etapa como jugador también me sucedía que llegaba a mi casa después de un partido y no quería que me hablen de fútbol”, rememoró.
Una vez que dio vuelta la página, decidió invertir en construcción de casas en Río Tercero y canchas de fútbol, lo cual, al día de la fecha, lo mantiene activo con una escuela donde asisten chicos de entre 4 y 6 años.
Sin cargar con un peso extra de ser un exjugador de fútbol profesional, el protagonista de esta historia le aseguró a este medio que en Río Tercero, con una población estimada de 50 mil habitantes, “se conocen todos con todos” y no es señalado como “famoso”. Con la tranquilidad que genera estar frente a un lago, con la naturaleza al alrededor, Valdemarín se despide, aun sin entender por qué un medio de comunicación quiso saber qué era de su vida.
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