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La dinastía Conte. La fórmula mágica de Hugo a Facundo para que no padezca ser “el hijo de…”
“El Heredero” compartió la receta que le permitió destacarse en el mismo deporte en el que su padre
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“¿Qué se siente ser el hijo de Hugo Conte?”, le preguntaron una y otra vez a Facundo. Sorprendido por el planteo, el flamante bronce olímpico siempre respondió lo mismo: “¿Qué se siente ser el hijo del tuyo?”.
Como les sucede a tantos descendientes de personas populares, los logros de sus progenitores pueden resultar una carga. Un peso extra que reciben incluso antes de nacer. Una mochila incómoda con la cual se ven obligados a convivir. Sobre todo, cuando se elige la misma profesión, disciplina o actividad.
Pero Facundo tuvo mucha suerte. Porque le tocó tener como papá a Hugo Conte. Un prócer del vóleibol mundial (fue elegido uno de los ocho mejores jugadores del siglo XX), pero a la vez una persona muy sencilla, con los pies sobre la tierra y con valores inquebrantables. Que siempre tuvo claro qué es lo más importante, tanto en la vida como en el deporte. Disfrutar, aún en la alta competencia.
EL ABRAZO entre @hugoconte7 y @FacuConte7 🤩🤩🤩#Tokio2020EnTyCSports pic.twitter.com/XKwtvBF14i
— TyC Sports (@TyCSports) August 7, 2021
Por eso, al pequeño Facu todo se le hizo más fácil. Al punto que de niño no se vestía de Batman o de Power Ranger. Su entretenimiento era más cercano y tangible. Se metía en la habitación principal, abría un cajón muy especial, sacaba la medalla de bronce que su padre había ganado en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, apenas 320 días antes de que él naciera, y se la colgaba. Su juego favorito era ser Hugo Conte. Ese señor de barba que cada tanto usaba como capa una bandera argentina era, y es, su superhéroe.
“¿Qué consejos te da tu viejo antes de un partido importante?”. Esa fue la segunda pregunta extraña que el chico debió acostumbrarse a escuchar y responder, años después de haber elegido jugar al vóleibol y sus buenas actuaciones provocaron una inevitable comparación con su papá.
Pero allí es donde Facundo se vio beneficiado de ser “el hijo de Hugo Conte”. Porque su modo de entender la vida fue fundamental para no condicionarlo ni presionarlo durante su desarrollo personal y deportivo.
En Pelota de papel 4 (inicialmente una saga de cuentos escritos por futbolistas, que en este caso se enfocó en deportistas olímpicos), es el propio Facu el que prologa el texto que escribe su padre. Y allí comparte la fórmula mágica.
“Mi viejo nunca me dijo ' Ganá una medalla’, ‘Ganá un torneo’ o ‘Sé el mejor’. Yo tenía una misión diferente: la de divertirme, sin importar dónde, ni cómo, ni cuándo”, comparte el actual número 7 del seleccionado argentino. Sí, hasta el mismo número que Hugo.
Facundo sigue: “Por eso, este padre tenía solo una palabra para decirle a ese niño que crecía y poco a poco pasaba la pelota por encima de la red, lleno de expectativas y sueños. Antes de mi primer torneo de inferiores con 13 años: ‘Divertite’. Antes de la final del Sudamericano Sub-18 con la selección argentina: ‘Divertite’. Antes de los cuartos de final de Río 2016: ‘Divertite’. ‘Divertite’, como si fuera una fórmula mágica o un abracadabra casi secreto, que solo unos pocos privilegiados como él habían aprendido en la vida.”
Con ese mantra, Facundo Conte se formó, creció, aprendió, rió y lloró. De alegría y de tristeza. En un camino maravilloso que le puso mil y un obstáculos, más por la burocracia y la histórica falta de apoyo dirigencial al deporte argentino que a las condiciones suyas y de sus compañeros. Y que finalmente lo llevaron a esta medalla de bronce que brilla sobre su pecho desde el sábado, y que mantendrá colgada hasta reunirse con su familia en unos días (el martes despega de Tokio junto a sus compañeros).
“Oficialmente se pueden dejar de romper las pelotas con el viejo. Ahora yo le doy consejos a mi padre. Déjense de joder”, fue lo primero que dijo, en un clarísimo tono de broma. Fue en una videollamada con su madre y hermanas ante las cámaras de TyC, apenas se consumó el histórico triunfo ante Brasil, por el tercer puesto del vóleibol olímpico. A metros suyo, Hugo Conte, comentarista de esa misma señal, sonreía ante esa declaración.
Un instante después, se puso serio y con lágrimas en los ojos y la voz quebrada resumió: “Esto es fruto de crecer a su lado y de haber sido su hijo. Tantas veces pesó y tanto aprendí. A disfrutar, a querer ir por el hambre de gloria. Después de haber pasado por tanto, acá estamos. Tenemos una medalla olímpica. Tallamos nuestros nombres en la piedra. ¿Qué más?”
Con orgullo de padre, Hugo lo abrazó y dejó otra frase eterna: “Cuando era chico, Facu jugaba con mi medalla de bronce. Ahora, de grande, yo me voy a poner la suya”, dijo.
Por primera vez en la historia argentina, un padre y un hijo tienen una medalla olímpica. El heredero emuló a su superhéroe con una fórmula tan mágica como sencilla: disfrutar y divertirse.
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