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La consagración de Roman Rosso es el final de un acto de fe
Un encuentro fortuito y una química inesperada fueron el origen de la campaña del héroe del Derby, comprado cuando era destete en la liquidación del haras Melincué; ayer, cerró la Triple Corona
El fantástico triunfo de Roman Rosso en el Gran Premio Nacional (G 1) se festejó ayer en el hipódromo de Palermo, pero comenzó a gestarse hace tres años a unas cuadras de allí, en un restaurante ubicado en la calle José Antonio Cabrera. Nadie se anima a asegurar que por entonces ya hubiera nacido el potrillo, pero sí que Claudio, Jorge y Oscar, los mozos de la desaparecida Cantina de Arnoldo, fueron el nexo para unir al entrenador Jorge Mayansky Neer y a Luis Pagella, un agropecuario que también era habitué del lugar y comenzaba a fantasear con tener caballos de carrera.
Aquéllos hicieron el trabajo de presentarlos. Éstos emprendieron el desafío de comulgar en una actividad donde las grandes conquistas son la excepción y no la regla. "Ganar un Derby casi de punta a punta y por varios cuerpos no es común, no es algo que pase muy seguido", dijo el preparador, ya aferrado a su copa. Está claro: se trata de festejar sin perder el contacto de los pies con la tierra. "Esta es la carrera que cada temporada sueño con ganar, y acabo de hacerlo por segunda vez", agregó Mayansky Neer. Hace 35 años que es cuidador, pero esos los dos festejos llegaron recién en el último lustro.
Esta vez, con Roman Rosso, Jorge hace partícipe a varios de los méritos para llegar a esta situación. En 2013, con Cooptado, casi no tuvo tiempo de expresarse ni de festejar, porque esa misma noche viajó a los Estados Unidos para cumplir con otros compromisos laborales. "A este potrillo no lo elegí yo. Le pedí ayuda a Ignacio Pavlovsky y me lo recomendó él. Es que Luis quería comprar un destete y yo no tengo buen ojo cuando son tan chicos", recordó el preparador.
Por entonces fue donde conectó todo. A Pagella, que ya le gustaban mucho las carreras antes de fundar su stud La Primavera, le dijo su hija una tarde en el hipódromo que se comprara un caballo. El haras Melincué liquidaba todo luego de la muerte de su dueño, Héctor Villa. Pavlovsky señaló a Roman Rosso y tras la compra terminó de criarlo en su cabaña, Carampangue. Los planetas se alinearon. La calidad del caballo, el trabajo de todo el equipo que acompaña a Jorge y la serenidad de Wilson Moreyra para conducirlo hicieron el resto para llegar a este cuarto éxito, el segundo consecutivo de Grupo 1.
"Al principio le tuvimos fe, pero no respondió y le faltó suerte. Entonces, él me llevó a buscarle carreras más flojas, como la categoría alternativa, que ganó por 13 cuerpos. Yo creo en lo psicológico y él necesitaba hacerse fuerte en pruebas que en lo teórico eran menos exigentes y ante rivales supuestamente inferiores. Le sirvió de despegue, a la espera de que llegaran los clásicos en más distancia", repasa Mayansky Neer. Paradójicamente, Roman Rosso llegó al Nacional con triunfos en San Isidro y en La Plata. Le faltaba hacerlo en el hipódromo en el que entrena cada mañana desde el verano pasado. Y lo logró ayer, justo en el final de la Triple Corona y por seis cuerpos sobre Smart Holiday, el favorito. Apenas le prestó el primer lugar a Amiguito Ciro en los metros que van desde la salida hasta el primer cruce por el disco. Luego, Moreyra lo dejó volar.
"Hace cinco meses que volvió a darme caballos Jorge y ahí se me renovó el sueño de poder ganar un Grupo 1. En La Plata, el mes pasado, no lo esperábamos, y hasta dudábamos entre venir al Nacional o llevarlo al Dardo Rocha. Y el cuida optó por esta carrera, donde el desarrollo se hizo muy suave, llegó a la recta final con buena ventaja y faltando 300 metros ya empecé a sentir que estaba ganada por la acción que traía", describió el jinete. "Pasé de correr dos por día a tener casi 10. La suerte volvió a acompañarme", agregó. Para alguien que había tardado apenas seis meses para graduarse de jockey era como una etapa de abstinencia. Ya no estaban en el tapete su condición de díscolo, que le costó una suspensión cuando estaba en la escuela de aprendices, ni su buena mano para cualquier distancia. Ayer, Wilson ganó también las dos últimas.
En el horizonte ya comienza a asomar el Carlos Pellegrini, del sábado 16 en San Isidro. Sostiene Mayansky Neer: "Vamos a disfrutar y después decidiremos qué hacemos. Lo que sí, no lo voy a llevar a reconocer el césped. No creo en esas cosas. Cuando fue a La Plata no conocía y no sintió el cambio. No extrañó nada. Un caballo bueno corre en todos lados. A este potrillo, si le ponés un paredón se lo lleva por delante". La confianza es tan grande como la relación que se gestó en aquella cantina.
Legión de Honor puso la velocidad y Quirico, fortaleza
A la fiesta del Nacional le sumaron brillo otros dos grandes premios. Legión de Honor fue el más veloz en el Maipú, su primer desafío fuera de lo común, y Quirico se adueñó del Palermo, en un desenlace con cuatro caballos en poco más de un cuerpo.
Legión de Honor encontró en las competencias de velocidad de Palermo su lugar en el mundo y lo confirmó ayer ante los mejores especialistas. El potrillo cambió por completo cuando Enrique Martín Ferro, su entrenador, decidió probarlo en otro trazado y terreno tras decepcionar en el césped, en 1600m y 1200m. "Tiene una habilidad enorme para largar, pero en sus dos primeras carreras no se había desplazado con la potencia esperada. Cuando lo trajimos a la arena, y en la recta, ganó dos seguidas muy bien y en la última había perdido por la cabeza", explicó.
En el turf, el árbol genealógico se mira con lupa para descubrir la joya. Aquí, no había rayo láser para este diagnóstico. "Por pedigree, físico y por lo que han hecho sus hermanos era un caballo para la distancia", admite Quique. Hubo que pulir el diamante en el camino. Y Eduardo Ortega Pavón, su jockey, lo convenció. "Hace un tiempo nos dijo que íbamos a ganar este clásico", confiesa Martín Ferro. Se hizo realidad, de punta y por cuatro cuerpos.
Luego, Quirico mostró fortaleza y coraje para contener a Cry me a River tras luchar con Lencelot y Mateco. Y festejó Jorge Ricardo, parado en los estribos como si fuera un chico en su noche soñada y no como la estrella de 56 años. "Estoy a 24 triunfos ahora", anunció el brasileño. Es que más allá de los grandes clásicos, para él hay un objetivo entre ceja y ceja: seguir sumando rumbo al récord mundial del canadiense Russell Baze, ya retirado. Y este año, Ricardinho estuvo más como espectador, por una fractura múltiple que obligó a una larga recuperación.
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