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La autoridad cuestionada: de la capitanía a la gestión de club por exfutbolistas, entre el saco y el pantalón corto
Lo sucedido entre Fabra e Izquierdoz en Boca-Talleres centró buena parte de los comentarios; hace casi 20 años, yo era el capitán de Atlético Celaya, en México, y me peleé con Mohamed: éramos amigos y lo seguimos siendo
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Un hecho ocurrido durante el Boca-Talleres de la semana pasada centró buena parte de los comentarios de los últimos días. Se habló de respeto, de autoridad, de relaciones personales, de gestión. Ítems que hacen a la intimidad de un club y de un equipo de fútbol de los que se suele opinar sin tener un conocimiento profundo de la situación, y en demasiados casos, con una visión algo distorsionada de lo que sucede.
Voy a remontarme casi veinte años en el tiempo. Yo era capitán del Atlético Celaya, en México, y tenía al Turco Mohamed de compañero. Éramos amigos -lo seguimos siendo- y vecinos de barrio. El equipo venía tambaleando, el ambiente interno estaba tenso. En un partido de entrenamiento hubo un pase mal dado entre los dos, nos miramos mal, nos insultamos, acabamos a las trompadas. Fue la única vez en mi carrera que tuve una pelea de ese tipo, pero estas cosas pasan y quien diga que no está mintiendo. El jugador está moldeado para competir y puede reaccionar mal en el momento de la competencia.
Ahora bien, ¿sentí que el Turco le estaba faltando el respeto a mi autoridad como capitán? No, para nada. Primero porque nadie juega con el contrato en la mano para demostrar quién lleva la cinta; pero, sobre todo, porque aquella figura caudillesca y casi intocable del capitán afortunadamente ha quedado obsoleta. Hoy las relaciones en un plantel se establecen en términos de igualdad. El fútbol entendió que la voz de un suplente es tan importante como la de cualquier otro integrante del grupo y no se entiende un vestuario sin la participación democrática de todos.
Por supuesto que siempre existen voces más autorizadas y escuchadas, pero ya no desde el temor o el respeto solemne sino por conocimiento, sabiduría y trayectoria. Y en medio de un partido, o incluso un entrenamiento, es más o menos común que se pierdan los estribos. Es entonces cuando es necesario ponerse en la piel del otro, saber escuchar y entender el funcionamiento de las cosas, y por fin transmitir aplomo y sentido común para lidiar con un momento tenso. Un capitán más paternalista que autoritario. Más sabio.
En aquella pelea con Mohamed, una vez que nos enfriamos nos pedimos disculpas y la relación continuó como siempre. Nada diferente a lo que ocurrió con Fabra e Izquierdoz cuando el equipo volvió a los entrenamientos esta semana, nada grave, nada que escape a los carriles normales del fútbol.
La sensibilidad, imprescindible
El otro punto que se cuestiona en estos días es el trabajo de los ex futbolistas que acceden a puestos de gestión en los clubes donde alguna vez fueron figuras. Cabe en este punto hacer una aclaración previa: no creo en las funciones sino en las personas, y así como todos somos distintos, ningún club, presidente, entrenador o ex jugador es igual a otro.
Aun así hay patrones comunes. El que considero imprescindible para el ex jugador que asume un cargo dirigente es la sensibilidad. Por supuesto que debe ponerse el saco para negociar y defender los intereses del club, pero al mismo tiempo no puede desconocer lo que siente un futbolista cuando no juega, su incertidumbre ante una renovación, su ilusión, sus deseos y sus sueños. Dicho de otro modo, no puede abandonar los pantalones cortos.
A partir de esa premisa hay jerarquías insoslayables, ámbitos que no se deben invadir y caprichos o posturas individuales que tienen que dejarse a un lado para poner las necesidades y el patrimonio del club por encima de todo.
Gracias al conocimiento profundo de lo que es un vestuario, un mánager que fue futbolista puede ser el vínculo perfecto de la directiva con el jugador y el entrenador. En ese sentido, se me ocurre importante la presencia en el día a día: no hay club que pueda gestionarse con éxito por teléfono o desde un despacho.
Este es un punto especialmente difícil, porque los límites para participar del quehacer cotidiano sin interferir ninguna dinámica son muy finitos. Si el vestuario es el territorio sagrado de los jugadores y de nadie más, un ecosistema en el que cualquier invasión puede ser vista como un espionaje, las decisiones en relación al equipo deben ser patrimonio exclusivo del entrenador, sin condicionamientos de ningún tipo.
Sé perfectamente que estoy planteando situaciones ideales, casi utópicas en un medio contaminado por las urgencias y las disputas políticas en los clubes, un espacio donde la paz se ha convertido en un elemento extraño. Pero es en esos ambientes donde eligen insertarse los ex futbolistas que se suman a la gestión, sabiendo además que lo hacen sin haber sido criados para estar en una oficina.
La pasión mueve el fútbol y nada tiene sentido sin ella, pero quienes toman decisiones delicadas tienen que estar muy fríos y ser racionales para contemplar todas las variables. Es tan negativa la falta de preparación y conocimientos específicos como perder el contacto con la realidad o alejarse del sentimiento de hinchas y jugadores. Ejercer bien la tarea para un ex futbolista devenido en dirigente implica aprender a negociar sin olvidar qué cosas suceden dentro de una cancha y por qué. O lo que es lo mismo, andar siempre vestido de saco y pantalón corto.
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