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Jugó en siete clubes argentinos, admite que el fútbol nunca le gustó y ahora cría ovejas
Radicado en Tacuarembó, Uruguay, Josemir Lujambio habló con LA NACION sobre su nueva vida como productor rural; hace una década dejó las canchas, a las que llegó “gracias a un cumpleaños de 15″; el día que se ganó el amor de los cordobeses y la recomendación de la esposa de Bilardo
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Josemir Lujambio camina por su chacra ubicada en Tacuarembó, Uruguay. En su nueva vida alejada de los ruidos y con la paz que inspira un cacareo de una gallina de fondo, accede al diálogo con LA NACION y es contundente: no quiere saber nada con el fútbol. En 2012, cuando colgó los botines, desapareció y se abocó al campo, su verdadera pasión.
En su carrera profesional jugó en 18 clubes. En 1996, cruzó el charco y entabló una relación sentimental con el país al vestir los colores de Huracán de Corrientes. A fuerza de goles y el detalle infaltable de su melena rubia, Lujambio siguió su derrotero en el fútbol argentino con las camisetas de Newell’s, Belgrano, Banfield -dos etapas-, Instituto, Olimpo y Atlético Tucumán.
“Desde que dejé el fútbol no quiero saber más nada con eso. Con lo que hice en el deporte me compré una estancia y ahora somos, junto a mi familia, productores rurales. Me dedico al ganado ovino y bovino. Esta es una vida completamente diferente a la que estaba acostumbrado dentro del fútbol, pero ahora me siento una persona mucho más feliz. Antes ganaba más, pero ahora con menos me siento mucho más contento”, comenta Lujambio, con un tono de voz alegre y distendido.
A diez años de retirarse de la actividad, admite que no conserva ni una camiseta, ni tampoco tiene una pelota de fútbol en su estancia. Para él, este deporte, que es una pasión de multitudes, era solamente un trabajo, un vehículo para llegar a un objetivo que se encontraba lejos de una cancha. “Soy un agradecido al fútbol, me dio la posibilidad de estar acá, donde estoy y cumplir mi sueño. Pero, que me entiendan, no me generaba absolutamente nada”, apunta.
Dentro de las particularidades de su recorrido, Lujambio escogió una para sintetizar un fiel reflejo de su sentimiento. “A veces me pasaba que iba en el micro con mis compañeros, desde la concentración hacia el estadio, y yo les preguntaba contra quién jugábamos. No lo podían creer”, recuerda entre risas.
Durante sus 20 años de carrera, Lujambio rompió redes y se convirtió en la pesadilla de muchos defensores. Aparejado a un buen nivel futbolístico, su cabeza se desconectaba por completo al terminar el encuentro. Sentía que su trabajo estaba realizado y ni por asomo sintonizaba un canal de deportes para observar nuevamente sus goles. “En mi carrera dejé de jugar profesionalmente en tres ocasiones. No tenía problemas en hacerlo y volver a mi casa, tampoco era algo que me enloqueciera. Por eso, el día que dejé el fútbol no me costó. A veces escucho que a los futbolistas les entra la depresión por dejar de jugar y no los entiendo. Si te pasa eso es porque no hiciste bien las cosas”, arriesga.
En 2005, luego de estar parado durante diez meses, Lujambio recibió el llamado de su coterráneo Luis Garisto y decidió aceptar la propuesta de Instituto. Al llegar a Córdoba, una de las plazas más futboleras en el país, el delantero decidió resaltar, como carta de presentación, que era hincha de Belgrano, uno de los clubes con el que mantiene rivalidad la Gloria. “Lo sentí de esa manera, pero cuando uno va con la verdad a veces no les gusta. Para los hinchas de Instituto era un reverendo hijo de su madre, me puteaban todos los partidos. Hasta que en un partido con Almagro nosotros perdíamos 2-0. Era la sentencia para irnos al descenso y a falta de un minuto meto dos goles y lo terminamos ganando 3-2. Una vez que terminó el partido y salí de la cancha me amaban. Están locos de verdad. Ni yo los entendía, ni ellos a mí. No hay un punto medio, es difícil creer que una persona se mate por un equipo y los ponga, por ejemplo, por delante de su familia”, dice sobre la pasión.
El inesperado comienzo de su carrera profesional
“Yo llego al fútbol por un cumpleaños de 15″. Lujambio se tienta y rememora esos primeros pasos, por demás insólitos. Nacido en Durazno, una ciudad de su país natal, se trasladó a Florida, a 100 kilómetros, para una prueba de chicos sub-18 para la selección de Uruguay. Él, como se describe, era un gurí que jugaba campeonatos amateurs en su barrio y decidió aceptar la propuesta de un conocido entrenador suyo.
En un predio donde se juntaron alrededor de 40 chicos, Lujambio puso una sola condición: jugar solamente 45 minutos del partido porque tenía un cumpleaños de 15 luego de esa práctica. “Jugué, hice tres goles y me fui para el cumple (risas). Y al otro día me llama el técnico y me dice: ‘De los 40 que se presentaron quedaste vos solo’”.
“Yo ni sabía a dónde me había metido. No tenía ni idea de lo que era el fútbol. Era un jugador amateur y de golpe fui a la selección uruguaya donde terminamos jugando un sudamericano en Venezuela y luego fuimos al Mundial en Portugal”, destaca Josemir, aún sin entender las vueltas del destino que lo pusieron en un lugar donde muchísimos jóvenes quisieran estar, y por un motivo u el otro son descartados por un solo partido donde el margen de error es nulo.
Al volver de Europa, en 1992, recibió una propuesta de Defensor Sporting para firmar un contrato como jugador profesional. Al aceptarla, se compró un departamento, construyó los cimientos de su incipiente carrera y se adentró, casi sin querer, en un mundo donde se sintió un perro verde.
La insólita recomendación que recibió Bilardo para llevarlo a Boca
En 1996, Josemir Lujambio se encontraba en Newell’s, su segundo club en el país, al cual lo adoptó, con el correr del tiempo, como su segunda nacionalidad por la hospitalidad que recibió en cada paso que dio.
Durante el torneo doméstico de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), el uruguayo empezó a hacerse reconocido con sus goles, a tal punto de estar en la órbita de Boca Juniors. Por aquel entonces, Carlos Salvador Bilardo era el entrenador del Xeneize y se encontraba en la búsqueda de un atacante con gol.
Siendo un hombre de muchísimas historias y ocurrencias, de estar al detalle de todo lo que pasaba a su alrededor, Bilardo le consultó a su esposa Gloria qué delantero llevar a su equipo y la respuesta fue contundente: “Traé a Lujambio”.
“Fue increíble cuando me enteré. No lo podía creer. Un día vienen y me cuentan esa historia, que después me la corroboraron en Boca. Bilardo necesitaba un delantero que hiciera goles, así fue que su esposa me pidió a mí. Son esas cosas del fútbol que no entiendo”, asegura, entre risas.
La polifuncionalidad en el campo y su vida alejada del mundo de la pelota
Arriba de un caballo, Lujambio siente que es un hombre feliz. Multifacético. Esa misma persona que debía salir del área cuando la pelota no llegaba a su zona. Dueño de una estancia, cría ovejas del tipo merino australiano, realiza inseminaciones, concurre a exposiciones rurales y constantemente está en aprendizaje. “En el campo sos más polifuncional que en el fútbol. Siempre digo que no soy el 1, pero soy un buen 2″, detalla.
Padre de Valentina, nacida en Uruguay, y de Manuel, nacido en Rosario cuando era jugador de Newell’s, recuerda cada momento y no reniega de su pasado. A la hora de nombrarle a la Argentina, su registro de voz cambia. “Se extraña Argentina. De hecho, me siento mitad uruguayo y mitad argentino. Soy un agradecido por todo lo que me dieron, lo que viví, las salidas con amigos, las cosas que vivíamos juntos, pero uno también tiene que darse cuenta que las cosas van cambiando”, concluye, mientras la conversación con este medio culmina y sus goles, seguramente, volverán a estar presentes en la cabeza de los futboleros nostálgicos, a quienes los respeta, pero nunca los entenderá.
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