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Jugó al rugby en Newman, dejó el deporte para ser cura y hoy enfrenta a un duro rival: “Al partido de la vida se lo disputa en equipo”
Ignacio Palma fue fullback hasta los 19 años y luego se recibió de Analista de Sistemas, pero encontró su vocación en el Opus Dei; a los 39, le diagnosticaron Parkinson; en diálogo con LA NACION, rememoró su camino
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“¿Cómo se juega el partido de la vida? En equipo, no hay otra forma”, aseguró el padre Ignacio Palma, del Opus Dei, al repasar su historia de vida, llena de cambios constantes, progresos, golpes y superación. Con el rugby como bandera desde sus ocho años, atravesó momentos duros, otros felices y en la actualidad disfruta de hacer lo que siempre soñó: “Si cada uno ocupa su posición y cumple sus funciones, como en la cancha para ganar, podemos hacer del mundo un lugar mejor”.
Ignacio Palma nació en 1976 a cinco cuadras del Club Newman, en Ingeniero Maschwitz. Se crió en una familia con nueve hermanos, seis hombres y cuatro mujeres. Desde que era un niño asistió al colegio Cardenal Newman de los Christian Brothers donde conoció una pasión que lo acompaña hasta el día de hoy: el rugby.
“Conocí el rugby a los ocho años porque jugaban mis hermanos y todos mis amigos, fue por inercia. Me atrapó porque es un deporte muy lindo en el que tenés mucho para compartir y el juego en equipo es fundamental. Me enseñó un montón de cosas para la vida”, contó Ignacio Palma en diálogo con LA NACION. Allí se desarrolló como fullback hasta que a los 13 años cuando se cambió de escuela a Los Molinos y empezó a disputar competencias intercolegiales con su nueva institución y a nivel clubes con el Bordó.
Con una familia practicante del Opus Dei, a medida que creció fue interiorizándose cada vez más en la religión católica. Sin embargo, al culminar la secundaria comenzó la carrera de Analista de Sistemas en la UTN. Durante esos años, el joven Ignacio comenzó a replantearse el rumbo de su vida. “Empecé a tener dudas y me sentía atraído por el mensaje de Josemaría. Decidí consultar con un cura que me recomendó seguir con los estudios y después de terminarlos analizar la posibilidad de ingresar al seminario”, explicó. Y así lo hizo.
Josemaría Escrivá fue un sacerdote católico romano español, fundador del Opus Dei en 1928. “Él enseñaba a ser una buena persona, ayudar a otros y encontrar a Dios sin necesidad de hacer cosas extraordinarias. Hacer el bien al mismo tiempo que estudiás, trabajás y tenés otras actividades. Eso me cautivó mucho porque no tenías que ser un superhéroe para ser un santo”, desarrolló Palma. Según datos del 2018, el Opus Dei cuenta con 95.318 afiliados en todo el mundo.
De esta manera culminó sus estudios en la UTN y con el título en mano, tomó su decisión. Roma, era su próximo destino.
El sueño que cruzó el océano
“La idea de ser cura surgió de muy chico. Me acuerdo que tenía ocho años y estábamos de vacaciones en Miramar. Estaba jugando con una chica en la playa y, cosas de las edad, mis hermanos me molestaban con que tenía una novia. Y mi respuesta era: ‘No, voy a ser cura’”, narró Ignacio y agregó: “Eso que empezó como una broma, se convirtió en una inquietud y luego, se hizo realidad”.
A los 26 años, se inscribió en el Seminario Internacional de Roma y fijó su nuevo camino. “La carrera es complicada, pero estás dedicado a eso. Son dos años de Filosofía, tres o cuatro de Teología y después un Doctorado que son dos o tres años más. Yo lo hice en Filosofía y escribí una tesis sobre Santo Tomás de Aquino”, contó.
Sin embargo, más allá de superar las dificultades del estudio, llega un momento “en el que tenés que salir a la cancha y debutar”. Y en este sentido, Ignacio detalló: “Cuando te ordenás es algo muy distinto, hay que empezar a jugar. La gente te empieza a consultar, te traen problemas, te piden consejos y no es muy nada fácil cumplir ese rol. Finalmente me ordené en el 2008”.
“Vi mucho paralelismo con el rugby. Este deporte no es como el fútbol que tenés un (Diego Armando) Maradona que te gana el partido. En el rugby es difícil tener un superhéroe que agarre la pelota, los pase a todos y haga un try. Cada uno ocupa su rol y tiene que cumplir sus tareas para que el equipo triunfe”, sostuvo y afirmó: “Del rugby saqué imágenes que me ayudaron en mi vida. Siempre relacioné la vida con la dinámica del rugby, entonces nunca lo dejé”.
¿Y por qué la decisión de seguir este sendero dentro del Opus Dei? “El Opus Dei es un camino dentro de la Iglesia Católica. Promueve buscar a Dios a través de la vida ordinaria, el estudio y el trabajo, y eso fue lo que me atrajo. No tenés la necesidad de retirarte a un convento ni de hacerte monje. Podía seguir adelante con todo lo que me gustaba, el deporte, las amistades, el estudio, el trabajo, la vida misma”, respondió Palma.
Desde muy chico, Ignacio reconoció que tuvo a Juan Pablo II como referente: “Fue ‘el’ Papa de mi vida”. Y durante su estadía en Roma, presenció uno de los acontecimientos de la Iglesia más resonantes de las últimas décadas, el 2 de abril del 2005. “Me tocó la suerte y la pena de presenciar su muerte. Cuando falleció fue un golpe muy duro, pero también fue muy emocionante acompañarlo en los últimos momentos de su vida entre la multitud. Fui al funeral, estuve casi ocho horas haciendo cola para pasar frente a sus restos mortales. Fue una experiencia inolvidable”, recordó.
Tras ordenarse, ejerció un año en iglesias romanas y en el 2010 regresó a la Argentina. En un principio, trabajó en Salta y, más tarde, estuvo cuatro años en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, experiencia que recordó como “una experiencia muy enriquecedora”. Desde hace unos años, es sacerdote en la ciudad de Córdoba, donde trabaja como capellán de un colegio y disfruta de tener la responsabilidad de hablar con los alumnos y de poder ayudarlos en sus problemas diarios y en las dificultades familiares.
“Por ahí la gente ve a los sacerdotes como alguien especial y no es así. Cada uno hace lo suyo y si todos tiramos para el mismo lado buscando lo mejor para el resto, vamos a hacer un mundo mejor. Porque en realidad, Dios no te llamó por crack, te llamó porque formás parte del equipo y tenés una función que cumplir, como en cualquier equipo de rugby”, dijo Ignacio haciendo un paralelismo entre la religión y el deporte de sus amores.
Seguir adelante a pesar de los golpes
Además de su pasión por el rugby, su padre le inculcó la afición a la escalada. “Él fue muy bueno, realizó muchísimas expediciones y nos trasladó ese amor a mí a mis hermanos. A los 11 años escalé el Lanín (3776 metros) y es algo que me encanta”, contó. Pero este deporte lo llevó a descubrir que algo en su salud que no estaba bien. Hace seis años, en uno de sus paseos por las sierras cordobesas, Ignacio empezó a notar algo extraño en su cuerpo: “Me di cuenta que el brazo derecho dejó de balancearse”.
Al tiempo, notó que le ocurría lo mismo con su pierna derecha. “Terminó de saltar cuando un amigo me dijo que tenía más expresión en la parte izquierda de la cara que en la derecha. Y ahí, sin saber nada de medicina, dije: ‘Chau, cáncer de cerebro’”, narró Ignacio. Allí comenzó el proceso de consultas médicas y estudios, y finalmente el diagnóstico fue Parkinson.
“Y ahora me preguntás como lo sobrellevé. Con calma. A los 39 años recibí el diagnóstico de una enfermedad que solo un 5% la tiene antes de los 40 años. Fue difícil”, reconoció. Y en este sentido, explicó: “La noticia fue dura, pero uno se da cuenta que lo tiene que hacer es adaptarse y aceptarlo, porque es una enfermedad crónica, neurodegenerativa e incurable”.
Como en todas las experiencias a los largo de su vida, Ignacio se tomó un momento para reflexionar y trajo una vez más el rugby a sus palabras: “Es como cuando te meten tres tries seguidos, si te quedás en eso no salís más. Esperás en lugar de reaccionar y se te pasa el partido. Acepté lo que tenía y el Parkinson me enseñó mucho. Me hizo valorar muchas cosas que antes no valoraba. Ahora estoy feliz porque puedo seguir trabajando, compartiendo momentos con mis seres queridos y puedo caminar”.
“Me ayudó a ser mucho más simpático, a generar empatía y me hizo más cercano a la gente que sufre, que padece dolores. Podés darles un consejo vivido y no de manual. Para mí el Parkinson fue una especie de doctorado”, agregó Palma.
La enfermedad hizo que Ignacio le pusiera más valor a diferentes cuestiones, entre ellas, destacó un hecho puntual que marcó sus últimos años: “Siempre me gustó la astronomía y en esto de no poder hacer deportes encontré una nueva pasión. Al enterarse de esto, mis amigos y familiares se reunieron y me regalaron un telescopio. Ahora soy fanático, me armé un estudio y cada rato libre que tengo lo paso ahí”, relata Palma, que guarda como su mayor valor esa postal que registró uno de los momentos más importantes y conmovedores de su vida.
Y luego de pensar por un momento más, Ignacio le dijo a LA NACION: “Siempre me acuerdo de un entrenador que tuve de chico, que nos machacaba todo el tiempo que teníamos que buscar apoyo. No el try, apoyo. Si vas al try te quedás solo, si vas con apoyo avanzás constantemente, y en la vida es lo mismo. Hay que buscar apoyo, es la única forma de llevar adelante las dificultades. Entonces, al partido de la vida, se lo juega en equipo”.
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