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Juegos Panamericanos: el racquetbol argentino ganó dos medallas de plata y una de bronce con el talento boliviano
El seleccionado nacional cayó en las finales del doble femenino y el doble mixto
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SANTIAGO, CHILE.– En la lucha siempre, con ritmo frenético y tirándose hasta la última pelota. Uno de nuestros jugadores con una fractura de tibia por stress y otra de ellas con un tremendo desgaste por la acumulación de partidos. Pero el racquetbol argentino no puso excusas: combatió por el oro en los Juegos Panamericanos y finalmente no llegó al máximo objetivo. Hasta ahora se subió tres veces al podio en Santiago y todavía tendrá otra chance de recolectar una medalla en la competencia por equipos.
Fueron dos finales perdidas este martes: Diego García y María José Vargas, con pasaporte argentino y boliviano, cayeron en la definición del doble mixto ante los estadounidenses Adam y Erika Manilla por 3-0 (11-4, 11-4 y 11-6). Antes, Natalia Méndez y Vargas, las dos nacidas en Santa Cruz de la Sierra, se habían quedado con la plateada en el doble femenino tras perder 3-1 (11-2, 8-11, 14-12 y 11-6) frente a las guatemaltecas Gabriela Martínez y María Renée Rodríguez, que jugaron bajo la bandera neutral de Panam Sports, Equipo de Atletas Independientes (EAI), debido a la suspensión del Comité Olímpico Guatemalteco hace más de un año. Así, en la jornada del martes hubo dos medallas de plata, que se suman a la de bronce obtenida por Vargas en el single femenino.
Vargas y Méndez alumbraban el sueño de ser profesionales de este deporte, pero no tenían la posibilidad ni los medios para lograrlo. Solo encontraron su salvoconducto con la guía de profesionales en nuestro país y así se abrieron a la competencia grande. El cambio de bandera era la solución, más allá de que nunca hicieron una mudanza y se mantuvieron cerca de sus familias.
Méndez vivió una historia particular a la llegada a los Juegos Panamericanos. Es abogada, está haciendo un diplomado en derecho empresarial y tuvo que rendir un examen en las primeras jornadas de partidos. “Llegué a la Villa Panamericana aquella noche, no me daba el Internet y tenía 30 minutos para hacerlo. Me estaba volviendo loca, muriéndome de los nervios, pero lo hicimos y pasamos todos con mis compañeros de facultad: aprobamos legislación tributaria. Creo que está bueno tener un balance entre el estudio y el deporte”.
Vargas dio a luz su tercer hijo hace 12 meses y nunca pensó en retirarse, a sus 30 años. “¿Cómo hago para mantener mi cuerpo tan bien? Hago de niñera, correteando a los niños”, bromea. En su momento, después del parto, escribió en las redes: “Feliz de volver a lo que me apasiona, mi deporte, lo que más extrañaba. Muchos pensaban que ya era mi retiro después de mi tercer bebé, pero la verdad es que me da más fuerza e inspiración para seguir. Creo que jugaré hasta que mi cuerpo ya me diga no más. Como dicen, ¡un racquetbolista nunca se retira!”.
Es un singular fenómeno el del racquetbol argentino, porque se nutre en buena medida del talento boliviano. Sucede que Bolivia es el país con más cultores de este deporte en el mundo y brotan por todas partes, desde Sucre hasta Cochabamba, desde Oruro y Tarija hasta Santa Cruz de la Sierra. La estructura existente es impresionante: hay unas 600 canchas –entre públicas y privadas, pero con costo accesible- y cerca de 1500 frontones. Para graficar la popularidad de esta disciplina, el entrenador argentino Daniel Maggi ejemplifica: “Allá vas a una casa de venta de artículos deportivos y en la vidriera ves exhibidas las camisetas de Blooming y The Strongest, y enseguida todos los elementos para jugar racquetbol”. Méndez cuenta: “Es ‘la ley de la selva’. Así como en Argentina salen Messis de los potreros, en mi país tenés jugadores de racquetbol’.
El boom de esta disciplina en Bolivia arrancó en los ‘70, con la construcción de un puñado de canchas por el emprendimiento de dos familias ricas. Y en la década siguiente se subió al furor por este deporte en los Estados Unidos. Pero los frontones ya existían desde la época de los jesuitas. “El 90% de los bolivianos, si no jugó este deporte, lo fue a ver o tiene a un familiar involucrado. Todo el mundo sabe cómo es una raqueta y una pelota”, cuentan miembros del cuerpo técnico de ese país.
Claro, el problema es que la mayoría de los jugadores bolivianos abandonan su tierra para ser apoyados en sus carreras por países extranjeros, debido a que la Federación de su país no tiene los recursos suficientes. Son, justamente, los casos de María José, Natalia y Diego García, que encontraron las facilidades de la Asociación Argentina de Racquetball y el Enard para tener trayectorias sustentables a través del tiempo. “Hay un tabú de nuestra parte, porque se insiste en que son bolivianos; en realidad, defienden nuestros colores argentinos tanto como nosotros. Las chicas jugaron muchos torneos oficiales en el pasado con las camisetas de las Leonas. Incluso María José participó de un clasificatorio sacándose leche, después de tener su tercer hijo. Se mata entrenándose”, revela Maggi.
A lo largo del año, las chicas participan del circuito de racquetbol de los Estados Unidos, el Ladies Professional Racquetball Tour (LPRT), que tiene una pausa entre junio y agosto. Allí viajan acompañadas por entrenadores argentinos. Además, nuestro país organiza unos cuatro campus por año para tener a sus jugadores. “Ellas colocaron la vara muy alta, son dos fuera de serie”, comenta Maggi, en referencia a las exponentes de este seleccionado y la difícil posibilidad que se cuelen argentinas a corto plazo en el equipo nacional para este tipo de citas, como unos Juegos Panamericanos.
García, de 22 años y quien quedó medio maltrecho por aquella fractura de tibia, representó a su país desde los 8 años hasta los 17. Después, fue captado por el seleccionado albiceleste: “Me costó adaptarme, porque gané varios títulos en mi país y luego sentí la presión de demostrar lo mismo para Argentina”. Confía que le regalaron una raqueta antes que una pelota de fútbol y era lógico: su padre y su hermano mayor jugaban en el frontón. “Cuando tenía 8 años, me acuerdo que me puse a llorar porque mi hermano me jugaba ‘suavito’, me subestimaba”, recuerda García, nacido en Cochabamba.
El principal polo de entrenamiento son las canchas que tiene el club Ferro Carril Oeste en su anexo de la calle García Lorca, en Caballito; hay un acuerdo tripartito entre la Asociación, el Enard y el club verdolaga para que sea el centro principal. Después, el resto de las canchas en el territorio nacional son privadas –pueden encontrarse hasta en Puerto Madryn y Ushuaia-, y el costo de construcción de cada una de ellas oscila entre los 15 y los 20.000 dólares. En nuestro país hay 460 federados, entre mayores y juveniles, además unos 1500 amateurs que juegan de manera recreativa. En Santiago, el racquetbol nacional quiere participar de la cuarta y última ceremonia de los podios.
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