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La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos sigue dividiendo a Francia: la Iglesia critica, la organización explica y Macron calla
El pasaje dedicado a “La Última Cena” todavía es objeto de discusión en el país, que mantiene posturas antagónicas en los extremos políticos
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PARÍS.- “Hello, les copains! ¿Qué les parece si hacemos una tregua olímpica y tratamos de querernos y respetarnos durante los próximos 15 días?”, propuso dos días antes del inicio de los Juegos Olímpicos (JJOO) de París, Martin Fourcade, biatleta francés y quíntuple campeón olímpico, a todos los criticones y quejosos de Francia. En la tierra de Asterix, las peleas son una tradición. Y esta vez, tampoco falló. Porque, grandiosa y suntuosa, la ceremonia de inauguración en el rio Sena rompió todos los códigos. A riesgo, sin embargo, de inclinarse inútilmente hacia la subversión, con el resultado final de alimentar inevitables polémicas.
Si algo es seguro, es que la ceremonia de apertura de estos JJOO consiguió hacer reaccionar al planeta. Muchos se declararon maravillados por las proezas tecnológicas y la creatividad artística, mientras otros siguen afirmándose “indignados” ante ciertas elecciones. “La Cena sobre el Sena. Y he aquí que algunos hacen toda una escena”, tituló el cotidiano Le Parisien este domingo.
Con mucha razón, porque en medio de esa asombrosa ceremonia de inauguración, Thomas Jolly, su director artístico, incluyó el mítico fresco de Leonardo da Vinci sobre la última cena de Jesucristo en medio de sus apóstoles. Solo que los principales personajes de la obra maestra del pintor italiano estuvieron representados en carne y hueso por drags-queens, una modelo transgénero y, sobre la mesa, bajo una campana gigante, el actor Philippe Katerine vestido de Dionisio, casi desnudo. Para los más liberales fue “el momento más espectacular”. Para para los más conservadores, “el más chocante”.
Y, sin embargo, días antes de la apertura de los JJOO, Jolly aseguraba en conferencia de prensa que había querido hacer una ceremonia “que repare y reconcilie”… En todo caso, la audacia del director cayó muy mal en la Iglesia. En un comunicado publicado el sábado, la Conferencia de Obispos de Francia (CEF) deploró una ceremonia que “desgraciadamente incluyó escenas de burla al cristianismo”.
“Esta mañana pensamos en todos los cristianos de todos los continentes que resultaron heridos por el agravio y la provocación de ciertas escenas”, escribió la institución, agregando, no obstante, que el espectáculo ofreció “momentos maravillosos de belleza y alegría, ricos de emoción y universalmente saludados”.
Ante un escándalo que aumentaba, Jolly se vio obligado, este domingo por la noche, a precisar que, en realidad, no se trató de la célebre Ultima Cena de Da Vinci. “La última Cena no fue mi inspiración. Creo que estaba suficientemente claro. En el cuadro viviente está Dionisio que llega a la mesa. ¿Por qué está allí? Porque es el dios de la fiesta, del vino y el padre de Secuana, diosa vinculada al rio Sena”, dijo en una entrevista televisada.
“La idea era más bien de representar una gran fiesta pagana alusiva al Olimpo… Olimpo… al olimpismo”, precisó. “Nadie ridiculizó nada”, había dicho a La Nación por la tarde Piche, drag-queen revelada por la emisión Drag Race, que participó en la secuencia, sin confirmar o negar que se trató de representar una fiesta pagana o de La Ultima Cena.
“Nadie estaba vestido de Jesús. Nadie lo parodiaba ni en sus ropas ni sus comportamientos. La idea fue aportar una mirada nueva. En el pasado, hubo cantidad de representaciones de la cena con los apóstoles y nunca ofendieron a nadie. ¡Qué casualidad!: cuando son los LGBT y las drags, molesta a todo el mundo. Pero estamos acostumbrados. La gente está obsesionada por las cuestiones de género que, sobre todo, molestan a los conservadores”, concluyó.
Thomas Jolly también asumió sus intenciones iniciales. “Esta ceremonia fue política para mí. Entendida en el sentido de polis, la palabra griega. Quiso ser una ceremonia que reuniera la ciudad, el continente y el mundo. No hubo intención subversiva o querer escandalizar, sino decir que somos ese gran NOSOTROS con las ideas republicanas de inclusión, generosidad y solidaridad que necesitamos desesperadamente”, explicó el sábado en conferencia de prensa.
“En Francia, la creación artística es libre. Somos privilegiados. No existe la voluntad de hacer pasar mensajes militantes, sino republicanos: en Francia tenemos el derecho de amarnos como queremos. En Francia tenemos el derecho de creer o no creer. Nuestra idea era dejar en claro esos valores”, concluyó.
Ese fue, en efecto, el objetivo tanto del gobierno, como de los responsables artísticos. Que, aunque no lo digan, esperaban muchas de las reacciones que se produjeron. Tampoco dijeron que esa parodia de La Última Cena tal vez estuvo incluida para sugerir a los creyentes musulmanes que, en tierra cristiana, uno tiene derecho a reírse un poco de su religión sin terminar en la hoguera del terrorismo.
Y en el terreno de la inclusión y el respeto a la diversidad, tema que sigue dividiendo violentamente a los franceses —y a los europeos— entre extrema derecha y moderados, también hubo otros mensajes subliminales. El más simbólico fue la escena de Aya Nakamura, la cantante francófona más escuchada en el mundo. Blanco de los polemistas que critican la ausencia de relación entre el idioma francés y el lenguaje que utiliza en sus canciones, la franco-maliense inició su actuación saliendo de la Academia Francesa, el venerable templo de la lengua de Molière, ¡acompañada maravillosamente por la orquesta de la Guardia Republicana! Entiéndase: “Recado a todos aquellos que siguen creyendo que Francia es un país blanco, católico y colonial, es hora de darse cuenta de que hace mucho que no lo es. Y que la tolerancia y la diversidad —de raza, de lenguas y de creencias— son los valores de la República.”
Ese mensaje sigue, sin embargo, sin ser digerido por los militantes de extrema derecha. “Difícil apreciar los pocos cuadros exitosos de la ceremonia, entre las María-Antonietas decapitadas, los planes de a tres, las drags-queen, ¡y la humillación de la Guardia Republicana obligada a bailar con Aya Nakamura!”, escribió en X Marion Marechal, sobrina de Marine Le Pen, y todavía mucho más a la extrema derecha que su tía. Una humillación que no parece haber sido compartida por los interesados: después del espectáculo, Aya Nakamura fue ovacionada por unos 3.000 miembros de la Guardia Republicana.
Nadie sabe si el presidente Emmanuel Macron o su esposa Brigitte, resultaron conmocionados por alguno de los pasajes más osados de la ceremonia. En todo caso, el presidente, fiel a su vocación de universalismo, retomó la escena de Nakamura en un tuit, con una de las frases que lo caracterizan: “Al mismo tiempo”.
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