Juegos Olímpicos. Luciano González Rizzoni, el “bulldog” del rugby seven que pisa fuerte y se ilusiona con traer el oro
Con 27 años, el riojano promete brillar en el seleccionado argentino, uno de los favoritos en París 2024; el sacrificio familiar, su adaptación al juego y la química del equipo
Su presencia se impone en el campo de juego. El “bulldog” lo apodan algunos rivales. “Es una bola de demolición en el centro de la cancha. Le tiramos con la bacha de la cocina y el tipo seguía de pie”, señaló hace unos meses John Manenti, entrenador de Australia, sobre Luciano González Rizzoni, el joven que ya se hizo un nombre propio en el circuito mundial de rugby seven. Es fácil de identificar: en París, durante los Juegos Olímpicos, lucirá su platinada cabellera. En el plano deportivo, no pasará inadvertido: no hay jugadores en la disciplina con su potencia y capacidad para romper tackles.
Los números de González Rizzoni en la temporada son elocuentes y lo posicionan entre los candidatos a mejor jugador del año, un premio que en las últimas temporadas recibieron sus compatriotas Marcos Moneta, en 2021, y Rodrigo Isgró, en 2023. El riojano de 27 años fue el jugador con más ataques (158), el que más tackles rompió (112) e integra el top 10 con más quiebres limpios (17) y tries (19). Jugó los 44 partidos en los ocho torneos de la temporada y, junto a Germán Schulz, son los únicos argentinos con asistencia perfecta.
El rugby masculino es uno de los favoritos de la delegación argentina para ganar una medalla. La construcción del grupo y los resultados recientes lo avalan: los Pumas 7s vienen de consagrarse campeones de la liga del SVNS por ser los que más puntos acumularon durante las siete etapas, y finalizaron segundos en la serie final de Madrid, tras la derrota ante Francia. La medalla de bronce en Tokio 2020 fue un impulso y, en tres años, potenciaron el plantel. El entrenador Santiago Gómez Cora edificó una estructura que hace un culto del concepto “equipo”. No obstante, resaltan las figuras de Moneta, que llega con lo justo tras sufrir una fractura de peroné; Isgró, que viaja como reserva por tener que cumplir tres partidos de suspensión, y González Rizzoni, que está en óptimas condiciones.
Para ser un deportista de elite, González Rizzoni tuvo que recorrer un largo camino. Desde arrancar a jugar en La Rioja, una región que está lejos del nivel de las tradicionales, mudarse a Los Carpinteros, en Villa General Belgrano, y recorrer más de 240 km por día para ir a entrenar, hasta modificar su contextura física y pasar de ser un wing veloz a un forward potente, clave para agrupar defensores rivales. En una charla con LA NACION, el jugador se abre para hablar sobre sus inicios, el sacrificio de su familia para que llegue a ser una de las figuras de la delegación argentina en París 2024 y la expectativa con la que llega a los Juegos Olímpicos.
–¿Cómo fue tu conexión con el deporte?
–Toda mi familia es deportista. Mi viejo jugó al rugby y entrenaba al Club Social de La Rioja. Siempre me llevaba a los viajes. No me acuerdo mucho, pero lo veo por fotos mías a los 4 años. Las primeras divisiones de chico me tocó hacerlas en La Rioja y después tuve que ir a vivir a Córdoba. Pase por Villa General Belgrano y después por La Tablada. Hasta el día de hoy sigo al club, que me dio la gente que conocí en ese trayecto. Estoy muy agradecido porque me ayudaron mucho para que yo esté acá.
–¿Qué significó mudarte de La Rioja a Córdoba?
–Me tocó irme a Córdoba de chico, a los 8 años. Fue difícil al principio porque en La Rioja ya tenía mis amigos. Pero todos soñamos con vestir la celeste y blanca y, de más grande, entendí cómo es el rugby y sentía que tenía un poco más de chances estando en Córdoba. Me enfoqué más en ese sentido. Busqué un club y elegí La Tablada, donde también había jugado mi papá. Creía que era un lugar para mí, con el legado de mi viejo. Él no me puso presión, me dijo que eligiera el lugar que yo quería. Elegí bien y no me arrepiento.
Su conexión con los Pumas fue como la de cualquier chico que sueña con vestir los colores argentinos. El riojano recuerda una historia que lo marcó para siempre: “De chico, estábamos paseando con mi viejo y yo quería que me comprara unos botines. Entré a un local y vi la camiseta de los Pumas. Como todo fanático la quería tener y le pedí si me la podía comprar. Él se dio vuelta y nunca lo vi decirlo tan convencido. ‘No, te la tenés que ganar’. En ese momento dije que era imposible. Pero, a medida que iba pasando el tiempo, me di cuenta de que nada es imposible y hasta el día de hoy yo agradezco que mi viejo me haya dicho eso, porque mi primera camiseta se la regalé a él. La tiene con orgullo en casa y eso me pone muy contento”.
Cada deportista tiene su historia. La de González Rizzoni se inició con un apoyo incondicional en su casa. “Yo vivía en Villa General Belgrano y tenía 120 km para ir al club y 120 km para ir a la academia con los Pumitas. Toda mi familia me ayudó. Me levantaba a las 5 de la mañana de un lunes, mi hermano me servía el desayuno y me llevaba a Córdoba para entrenar. Comía con él en su trabajo, iba al club a la tarde y mi viejo me esperaba en Córdoba. Hiciera frío o calor estaba sentado en la tribuna viendo el entrenamiento”, detalla.
“Llegaba a casa a la 1 o 2 de la mañana y mi mamá estaba esperándome con la comida caliente. No se iba a dormir hasta que nosotros llegáramos. Me ponía a lavar la ropa para que al otro día tuviera algo que ponerme y poder ir de nuevo al entrenamiento. Así fueron dos años de mi vida. Ellos se sacrificaron porque todo era un gasto y mi familia no estaba para hacer ese gasto… apostaron por mí. Creo que están orgullosos. Valió la pena”, afirma.
En 2017, año en el que disputó el Mundial Juvenil con los Pumitas, el riojano fue convocado por Gómez Cora para dedicarse al rugby seven, en una etapa crucial del seleccionado de juego reducido: al año siguiente a Río de Janeiro 2016 se reestructuró el sistema de seven argentino, buscando jugadores que se especializaran en la disciplina, por métrica y biotipo. Una revolución del entrenador, que empezó a sentar bases sólidas. Además de González Rizzoni, aparecieron Matías Osadczuk, Santiago Mare y Lautaro Bazán Vélez, claves en el proceso. El jugador de La Tablada se estableció rápido, jugó el Mundial de San Francisco 2018 y se consagró como una de las figuras del seleccionado en los Juegos Olímpicos de Tokio, que se retrasaron un año por la pandemia.
Antes de esa consagración con la histórica medalla de bronce, tuvo el gesto de devolverle a sus padres algo del sacrificio que hicieron por él. “Antes de la pandemia tuve la posibilidad de comprarme un terreno con los ahorros que tenía y empecé a construir una casa. En un momento era para mí, porque yo tenía pensado seguir viviendo en Córdoba, no sabía qué iba a ser de mi vida en el seven. Después, cuando fui creciendo me di cuenta de que ellos la iban a disfrutar mucho más. Con todo lo que me dieron no hay algo que les pueda dar para compensar, porque hicieron muchísimo por mí. Esto es un pequeño detalle para que estén tranquilos y felices, y a mí me deja tranquilo”, expresa.
Misión París, en marcha
Los Pumas 7s llegan a París con el objetivo de treparse a lo más alto del podio en una disciplina que los tiene como favoritos, aunque hay varios seleccionados que aspiran a la medalla dorada. Por jerarquía y experiencia, Nueva Zelanda y Fiji van por la gloria, mientras que Francia, el local, también busca la consagración de la mano de Antoine Dupont. De los 12 argentinos convocados, siete repiten de Tokio: Gastón Revol, Santiago Álvarez Fourcade, Schulz, Moneta, Osaczuk, Mare y González Rizzoni.
Mañana, a las 11 de la Argentina, será el debut ante Kenia. A las 14.30, frente a Samoa, tendrá lugar el segundo encuentro. Y cerrarán la etapa de clasificación el jueves, a las 9.30, con Australia. González Rizzoni ya palpita la competencia. Y se ilusiona.
–¿Cómo definirías ser deportista olímpico?
–Un deportista olímpico abarca mucho. En mi vida marca algo de lo que soy. Es un orgullo haber llegado a jugar los Juegos Olímpicos. Lo pienso y es un torneo al que todos quieren ir. Me siento muy privilegiado. Hice muchos sacrificios, así que lo tomo como uno de los mayores logros.
–¿Cómo viviste la experiencia en Tokio?
–No fue lo que me esperaba porque fue en pandemia. Era diferente. Fue único, sin público, con restricciones. Pero estar ahí, ver el nivel de atletas que hay y estar de igual a igual con ellos fue una locura. Ver a mis ídolos, a gente que seguía y creía que nunca iba a llegar a conocer... compartir una Villa Olímpica me voló la cabeza.
–¿Qué deportistas pudiste conocer?
–De chico andaba en skate, me gusta todo lo que es esa onda. Conocí a Leticia Bufoni, una brasileña, que sigo desde hace mucho tiempo. Después a Facundo Campazzo, con quien tuve la oportunidad de cambiar la camiseta, y eso me lo llevo en mi corazón. La camiseta la tengo colgada, pero poder compartir un mate y una charla con él fue increíble.
–¿Cómo fue tu inserción en el seven?
–Yo llegué justo después de Río de Janeiro 2016. Para mí era un mundo nuevo el seven, no jugaba mucho. Me fui adaptando de a poco, sabía que era un proceso largo, que se hizo más largo por la pandemia, fueron cinco años. Fue un laburo que me tocó vivir desde el principio, con un recambio de jugadores grande. Fue un trabajo muy importante el que hizo Santi Gómez Cora, con Leo Gravano. Los dos estuvieron viendo un montón de jugadores hasta que se llegó con un plantel bastante consolidado y bien de la cabeza. Se hizo lo imposible: en la pandemia entrenamos desde nuestras casas haciendo videollamadas. Cuando tuvimos la autorización de entrenar juntos el equipo se puso en la cabeza que había que demostrar todo el sacrificio que habíamos hecho.
–¿Qué cambió para que se convirtieran en un equipo ganador?
–No cambió mucho. Quizá cambió un poco la amistad y la sociedad dentro del equipo. Somos un grupo de amigos, una familia. Es mi familia porque estoy en Buenos Aires viviendo solo y es lo único que tengo hasta ahora. Eso lleva a que estemos bien conectados, que dé gusto entrenar y que nos estemos incitando siempre a mejorar. El equipo tiene una química que no se puede explicar. Disfrutamos ir de viaje, la pasamos muy bien y se dan los resultados. Cuando se dan los resultados es todo más lindo, pero hay veces que no se dan y el equipo está igual. No decae.
–¿Cómo llevan la responsabilidad de ser favoritos?
–Al estar en el primer lugar del ranking somos favoritos para muchos, pero tratamos de llevarlo con calma. Sabemos que no podemos jugar con esa presión, porque los rivales mejoran y tenemos riesgo de perder. Antes tenía un poco de nerviosismo cuando perdíamos, yo intentaba calmar a los más chicos porque por ahí alguno no sabe manejar bien el tema de la ansiedad y la presión de estar en ese lugar. Obviamente para mí también es nuevo, porque no siempre nos fue así, pero entre los más grandes tratamos de darle ese respaldo a los más chicos para que no sientan esa presión y puedan jugar como saben.
–¿Visualizás lo que puede pasar en París en pocas horas?
–Voy a tratar de disfrutarlo al máximo. No trato de hacerme falsas expectativas. Esa ansiedad la trato de controlar. Pero vengo hace siete años con el equipo, ya jugué un Juego Olímpico y tener la posibilidad de jugar otro me da mucha alegría. Lo estoy tratando de tomar tranquilo.
–¿Qué objetivos se plantearon?
–El objetivo en París es una medalla de oro o hacer podio. Nosotros vamos a dar lo mejor, que pase lo que tenga que pasar. Queremos transmitirle a la gente que dimos todo y no nos guardamos nada.
Es una posibilidad que París sea la última etapa en el seven para González Rizzoni. El riojano deberá decidir si se mantiene en la disciplina o regresa al rugby de 15, con la aspiración de llegar a los Pumas. En 2023, fue probado junto a Isgró de cara al Mundial de Francia, entrenó con el seleccionado, pero solo sumó minutos en Argentina XV. Con un proceso más largo de cara a Australia 2027 y con Felipe Contepomi como nuevo entrenador, puede ser una buena variante en el puesto de centro, en el que no sobran alternativas de recambio.
Pero su presente está 100% en el seven y en disfrutar un grupo que vibra. “Los Pumas 7s a mí me dieron una identidad: ser esa persona en el rugby que yo quería ser. Lo valoro muchísimo. Pasar de ser un simple chico que veía a los Pumas o los Pumas 7s en la televisión, a recibir mensajes de chicos que quieren ser como yo, es una locura. Lo hablo con mis amigos y familia. Me llegan mensajes de chicos diciéndome ‘Quiero ser como vos, ¿cómo puedo hacer?’. Yo pasé por ese momento. Todo lo que pasa ahora es gracias a los Pumas 7s. Les debo mucho y estoy muy agradecido”, indica.