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Juegos Olímpicos 2024: Simone Biles, un ángel al que nadie puede detener y que sigue haciendo historia
La gimnasta estadounidense triunfó en la prueba de salto de potro y obtuvo su séptima medalla dorada, la tercera en París
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PARÍS (Enviado especial).- Elegantemente de pie, en un extremo de la pista, a veinticinco metros de su objetivo, inspira profundo y exhala. Detiene el mundo. La música, por momentos ensordecedora, se corta abruptamente para darle lugar a su espectáculo. No existe un espectador que ocupe una butaca del Bercy Arena, el estadio multiuso del distrito 12 parisino, que no quede embelesado por ese pequeño cuerpo fibroso de 1,42 metros, envuelto en un traje de gimnasia artística de color rojo y apliques de brillantes. Las orejas, llenas de aros; las uñas de los pies, de color blanco. La electricidad corriéndole desde la cabeza a los pies. La mirada concentrada; el último repaso mental de la rutina ante de enfrentar la prueba de salto de potro. Y allí va, Simone Biles, leyenda de 27 años, como un felino hambriento.
Tras una furiosa carrera de 25 metros, con pasos cortitos y súper explosivos, la estadounidense apoya sus manos sobre el suelo, se impulsa en el trampolín y vuela, realizando un salto acrobático sobre el aparato que le permite tomar altura, se sostiene durante un segundo, da giros con las piernas firmes y cae, sonriendo, dejando boquiabiertos a todos. ¡Soberbia! Como se sospechaba, se trata de un “Yurchenko con doble mortal carpado”, una peligrosa maniobra (originalmente creada por la soviética Natalia Yurchenko en los ‘80) que Simone practica desde 2016, que la ejecutó por primera vez en el US Classic de Indianápolis 2021, la llevó a otra dimensión y que presentó para todos en el Mundial de Amberes 2023. La endulzan con aplausos. Logra una puntuación de 15.700 por parte del jurado, que evalúa la dificultad técnica, la ejecución y, también, descuenta si hay penalizaciones. De hecho, recibió una pequeña penalización por aterrizar apenas afuera de los límites.
El público la vuelve a ovacionar. Biles camina, segura, hacia el punto de partida para hacer el segundo salto de la prueba. Sus rivales, sentadas a un costado, la observan desde abajo, cual si fuera una Diosa. Otra vez se hace un silencio sobrenatural en el estadio. Simone repite las rutinas y salta; esta vez, por el “Potro 2″, la califican con 14.900, lo que hace un promedio de 15.300 que la encumbra en la cima. Se baja de la tarima y camina hacia su equipo con aire presuntuoso; es la reina, lo sabe. Se agiganta; por un momento, mientras se dirige hacia una silla, parece como si midiera dos metros. Impone. Ilumina.
Más tarde llegará la carismática brasileña Rebeca Andrade, la gran amenaza para Biles desde hace un tiempo (vencedora en la misma prueba en Tokio 2020 y vigente campeona mundial). “Me puso en alerta. Me estresa competir con ella”, había reconocido Biles. Con indumentaria blanca y un rodete, brilla. El público ruge al verla competir; la adoran. En el estadio suena música de Brasil: “Che cherere che, che cherere che”. Pero la paulista de 25 años queda segunda, con 14.966. Las cámaras de TV enfocan de inmediato a Biles, que no oculta su alivio (el bronce fue para la estadounidense Jade Carey, con 14.466 puntos). Sigue reescribiendo la historia la atleta nacida en Columbus, Ohio, hace 27 años. Alcanzó su décima medalla olímpica, la séptima dorada (la tercera de París 2024), a dos del récord de la emblemática gimnasta soviética Larisa Latynina. Pero, claro, Biles tiene tres pruebas más en París para ampliar la historia, pues competirá en barras asimétricas, viga de equilibrio y suelo.
El Bercy Arena, el estadio que hizo crecer la vida social y comercial de una porción algo alejada de las grandes luces de París, fue abierto en 1984 y, desde entonces, es reconocido por su diseño piramidal y sus paredes exteriores recubiertas de césped en pendiente. El estadio, junto al río Sena, es rápidamente registrado por los amantes del tenis, porque cobija al último Masters 1000 de la temporada (París-Bercy); pero también fue el escenario de grandes eventos deportivos y, lógicamente, musicales. Paul McCartney y Madonna, The Rolling Stones y los Guns N’ Roses, Lady Gaga y Jennifer López fueron sólo algunos artistas que hicieron vibrar al público. Con su arte, Biles también se une al listado ilustre. Sus presentaciones en París son seguidas por personalidades como Tom Cruise, Zinedine Zidane, la modelo Kendall Jenner, Serena Williams, el millonario Bill Gates y el director de cine Spike Lee.
Puede que esta de París 2024 haya sido la última vez que los admiradores de Biles la hayan visto realizar su clásico salto. La norteamericana dijo, después de la competencia, que probablemente no la volvería a ejecutar, aunque dejó la puerta abierta para estar en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. “Los próximos Juegos son en casa, así que nunca se sabe. Pero me estoy haciendo muy mayor”, expresó, sin dejar de sonreír.
Cuádruple campeona olímpica en Río de Janeiro 2016, Biles está de regreso en la elite de la gimnasia artística luego de los complejos Juegos Olímpicos que vivió en Tokio. Añorada como una de las grandes figuras de la cita japonesa, se vio disminuida emocionalmente por los incontrolables “twisties”, las peligrosas pérdidas de la noción del espacio que no le permitieron competir en forma segura y convencional. Al final, tuvo que retirarse de la mayoría de pruebas y su caso, tan popular, abrió el debate sobre la salud mental de los deportistas, un tema considerado tabú durante mucho tiempo. Hubo un sinfín de comentarios que la afectaron profundamente. Pero no la tumbaron.
Por entonces, el actual senador por Ohio JD Vance y compañero de fórmula presidencial de Donald Trump, cuestionó a Biles diciendo que había mostrado debilidad al retirarse de Tokio 2020. “El hecho de que intentemos alabar a las personas, no por sus momentos de fortaleza, no por sus momentos de heroísmo, sino por sus momentos más débiles, hace que nuestra sociedad, digamos, terapéutica, se vea muy mal”, sentenció Vance, que en ese momento se postulaba para el Senado. Hoy, cuando Biles es todo un ejemplo de resiliencia, los opositores a Trump traen sobre la mesa aquellas palabras de Vance, que sirvió a la Infantería de Marina de Estados Unidos en la guerra de Irak.
Por fortuna, aquellas palabras maliciosas (y tantas otras) no desviaron de eje a Biles. Lejos del brillo que fulgura cuando compite, la atleta acarrea una historia personal muy delicada. Hija biológica de Shanon Biles y Kelvin Clemins, dos personas adictas a las drogas y al alcohol, fue la tercera de cuatro hermanos (Tavon, Ashley y Adria). Cuando tenía tres años, su madre, perdió la custodia de ella y de sus hermanos debido a las adicciones. Durante los siguientes tres años los niños fueron pasando de un orfanato a otro, hasta que sus abuelos maternos tomaron la decisión de adoptarlos. Como si no fuera suficiente trauma, Biles fue una de las tantas víctimas del abuso del médico del equipo estadounidense de gimnastas, Larry Nassar, ya condenado. Pese a todo, Biles no se derrumbó. Sigue de pie (y volando), maravillando, divirtiéndose. Es un ángel al que nadie puede detener.
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