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Juegos Olímpicos 2024: Mateo Majdalani y Eugenia Bosco, el “retiro espiritual” en una isla y la serenidad para no paralizarse por el mal arranque
Los navegantes argentinos consiguieron la medalla de plata en el Nacra 17 de vela, un logro para el que se preparan a conciencia desde hace años
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MARSELLA (Enviado especial).- Efervescente, bulliciosa y caótica. Pintoresca, acelerada y sofocante (sobre todo en esta época del año). Así como Río de Janeiro fue el paraíso para los dorados Santiago Lange y Cecilia Carranza en 2016, Marseille, la populosa ciudad del sur francés, quedará para siempre en el recuerdo de los navegantes argentinos Mateo Majdalani (30 años) y Eugenia Bosco (27), responsables de prolongar una distinguida costumbre del deporte nacional, la de obtener medallas olímpicas en yachting. París 2024 es una estación consagratoria para esta alianza acuática que nació en 2017: en las aguas mediterráneas francesas conquistaron la presea plateada en la clase Nacra 17 (multicasco mixto). Se trata de la segunda medalla de la delegación nacional en estos Juegos Olímpicos, tras el oro de José “Maligno” Torres en ciclismo BMX Freestyle. En el recuento histórico, con once, la vela se afirma como el deporte que más medallas olímpicas consiguió para la Argentina después del boxeo (24) y, con el único paréntesis de Tokio 2020, los regatistas albicelestes se siguen subiendo al podio en forma consecutiva desde Atlanta 1996.
Inicialmente, la Medal Race debió ser el miércoles, pero la inestabilidad del viento alteró la programación. Majdalani, timonel y bonaerense; Bosco, tripulante y sampedrina, estuvieron más de dos horas arriba del catamarán, en el agua, esperando que se largara la regata, intentando que no los venciera el cansancio y la ansiedad, haciendo ejercicios de visualización y hasta juegos que los mantuviera activos mentalmente como el piedra, papel o tijera. Sin embargo, el viento nunca aumentó, la cancha se mantuvo pasiva y, como no había perspectivas de una mejoría, la competencia se postergó. Fue el momento de regresar a la tierra, descansar y actualizar la estrategia.
Este jueves, el día amaneció soleado y con mayor actividad del viento en esta ciudad con 860.000 habitantes que late por el fútbol del Olympique, la segunda más poblada de Francia después de París. El puerto de Roucas-Blanc, punto de partida de los botes, que fue adaptado para los Juegos Olímpicos, poco a poco se fue poblando para una jornada recargada, con definiciones en las pruebas de Dinghy mixto, Kite masculino/femenino y, obviamente, Multicasco mixto, donde los navegantes italianos Tita Ruggero y Caterina Banti partieron como líderes, con amplia distancia sobre Majdalani-Bosco y el resto de las embarcaciones.
Los argentinos encararon la regata con la confianza de haber conocido muchos de los caprichos del viento y del oleaje de Marsella, ciudad en la que se entrenaron por primera vez en 2022 (soñando con París 2024) y donde minuciosamente se instalaron desde hace cuatro meses. Majdalani y Bosco, entrenados por Javier Conte (medallista de bronce en clase 470 en Sydney 2000, con Juan De la Fuente), hicieron una suerte de “retiro espiritual” en el archipiélago de Frioul, un grupo de cuatro pequeñas islas situadas frente a la costa marsellesa y donde hay cuatro canchas o circuitos de yachting. Entendieron que para aspirar al podio la preparación debía ser de elite y no dudaron, más allá de los altos costos y de estar aislados de sus familiares. Con un millón de dólares al año, el yachting es el deporte que mayor presupuesto recibe por parte del Enard, por dos motivos, porque es de los más exitosos y por los altos gastos que tiene: solo un catamarán de la clase Nacra 17, una suerte de Fórmula 1 de la vela, cuesta aproximadamente US$ 25.000.
No bien se escuchó el bocinazo de largada en la final del Nacra 17, los gritos del público, apiñado contras las vallas, envuelto en banderas y mirando hacia el mar, fueron ensordecedores. La embarcación argentina tuvo una mala salida: debió volver a su posición pensando que estaba pasada de la línea de largada. Pero lejos de paralizarse por los nervios, Majdalani y Bosco, con oficio y lucidez, siguieron adelante; él, encargado de dirigir el barco en una dirección; ella, en la trima de las velas, acomodándolas de manera óptima. De inmediato se detectó la mala pasada de la embarcación de Gran Bretaña y quedó fuera de carrera. Ese error estratégico y gran guiño del destino, prácticamente, le aseguró una medalla de bronce a la Argentina, porque antes de la regata, la clasificación general tenía a Italia como el cómodo líder, con 27 puntos; en el segundo puesto se encontraba el binomio nacional, con 41; y por detrás estaban los británicos y Nueva Zelanda, con 47.
Entonces, la penalidad para los británicos fue un beneficio automático para los nuestros. Desde la costa eran seguidos por Santiago Lange, que cambió el pasaje de tren y se quedó en Marsella pese a tener un importante compromiso en Medio Oriente. Fueron pasando los minutos y se fortaleció la posición argentina para acaparar la plata, por delante de Nueva Zelanda, todo un mérito por haberse recuperado después de un mal arranque, que obligó al catamarán argentino a dar la vuelta.
La adrenalina de los navegantes iba en aumento, pero entre ellos “ni querían mirarse”, como confesaría más tarde Bosco. Eran muy conscientes de la posibilidad concreta de subirse al podio, pero no querían que los traicionaran los nervios. Una mala decisión los podía dejar sin nada. Tenían que cruzar la línea de llegada como fuera; no importaba nada más. En la costa, los padres de Bosco no dejaban de llorar de la emoción, sabiendo lo que vendría. Lo mismo pasaba con Lange. E idéntica situación envolvía a los integrantes del equipo argentino de yachting y a algunas autoridades del Enard y del Comité Olímpico Argentino, como la exremera María Julia Garisoain. A diez metros de la llegada, todos se empezaron a abrazar en la orilla. A lo lejos, donde había un puñado de argentinos, se empezó a escuchar el canto futbolero: “¡Vamos, vamos, Argentina, vamos, vamos, a ganaaar!”.
Cuando finalmente cruzaron la línea de meta, todo fue euforia y alegría. La dupla albiceleste finalizó en la séptima posición de la Medal Race, última prueba en la que compitieron las diez mejores embarcaciones, pero un gran desempeño en otras series -y la descalificación de los británicos John Gimson y Anna Burnet- les dio margen numérico para terminar segundos en la general, con 55 puntos, y colgarse la plata (el bronce fue para Micah Wilkinson y Erica Dawson, de Nueva Zelanda, que lograron 63 puntos; Italia, el campeón olímpico, tuvo 31 puntos).
Cuando la embarcación se aproximó a pocos metros de la costa, los argentinos que esperaban a Majdalani y a Bosco saltando y cantando, abrazados en la arena, no aguantaron la tentación y se zambulleron en el mar para ir a buscarlos. Los navegantes, aliviados después de semejante demostración emocional y deportiva, se unieron a un festejo grupal inolvidable. Un festejo que no es casual, porque ambos deportistas crecieron y se formaron con el ejemplo y el contagio de los grandes espejos de la vela que hay en la Argentina, pero le añadieron su impronta, serenidad y juventud, su energía y astucia para escribir un nuevo capítulo glorioso, de los más ricos de la historia nacional.
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