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Juegos Olímpicos 2024: José María Larocca, el más veterano de la delegación, el amor del jinete con su caballo, vivir en Suiza y su costado solidario
En sus quintos Juego Olímpico, no alcanzó una medalla pero logró su mejor actuación; las particularidades del mundo de la equitación
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PARÍS (Enviado especial).- La Cúpula de Los Inválidos y el Obelisco de Luxor en la Concorde, las esculturas del Pont Alexandre III, la Torre Eiffel y el Grand Palais. Si por algo serán recordados los Juegos Olímpicos de París 2024 será por cómo combinaron la belleza y el valor de los monumentos y las obras de arte de la ciudad con las sedes de los deportes. El Palacio de Versalles, uno de los escenarios más simbólicos del arte francés del siglo XVII, con su majestuosidad, jardines y el Gran Canal (un inmenso estanque en forma de cruz), albergó el pentatlón moderno y las dos especialidades hípicas: concurso completo, adiestramiento y salto. En esta última, en el formato individual, un argentino logró su mejor tarea. José María Larocca, de 55 años, el atleta de mayor edad de los 136 de la delegación nacional en París, compitió en los Juegos Olímpicos por quinta vez, desde Pekín 2008.
A diferencia de la mayoría de los que actuaron en París 2024, Larocca se considera un jinete amateur. Vive en Ginebra (Suiza) y compite en el circuito europeo, pero sus ingresos económicos nacen de su función como director ejecutivo de la multinacional del comercio de materias primas Trafigura (según Forbes, le notificó a la junta su intención de abandonar la empresa en septiembre, tras haber permanecido en la misma desde 1994). El lunes, con Finn Lente, el caballo castrado de origen neerlandés que monta, pudo ganarse un lugar en la pelea por las medallas olímpicas. Pero este martes su actuación en las finales no fue como anhelaba: registró 20 puntos de penalización, por haber tirado cinco palos (cada uno suma cuatro faltas). Finalizó en el puesto 25, superando el 36 de Londres 2012. Salió mascullando bronca del exigente recorrido armado en la explanada Etoile Royale, en el lado opuesto a aquél por el que generalmente ingresan los turistas. Pero con el paso de los minutos se serenó y valoró lo alcanzado.
“Me siento triste; no era el resultado que ambicionaba, no lo quería por mí, por mi país… pero hay que aceptar la realidad y aprender. No hay que buscar excusas. Puedo decir que, tal vez, no sentí al caballo al cien por cien; quizás lo noté un poco vacío. Al mismo tiempo puedo decir que mi monta no fue la mejor y para competir acá tiene que ser el mejor día de tu vida, y no lo fue para mí. Estuve un poco tenso”, describió Larocca, ante LA NACION, sin escaparle a la autocrítica. “Uno está muy cerca del caballo y sentí que no tenía la fuerza o el empuje que normalmente tiene; no lo sentí. Tal vez es una excusa, pero no lo sentí tan poderoso. No me preguntes por qué; no lo sé. La responsabilidad también es mía como jinete. Podría haber montado mejor. Es repartida la responsabilidad”, añadió Larocca, que verdaderamente forma un equipo con su caballo. Tienen conexión. Y el rendimiento depende de ambos.
Envuelto por altísimas tribunas tubulares, la “arena”, la pista donde se encumbran los obstáculos para las pruebas de equitación, fue de máxima dificultad. “Es un recorrido de lo más grande que existe en nuestro deporte; es duro, pero justo para este nivel. Está armado en forma inusual respecto a los que tenemos todos los fines de semana en las cinco estrellas, como le decimos al nivel más alto. Este es más complejo. Para empezar, tiene quince saltos; la mayoría de los grandes premios tiene trece, alguno catorce. Había tres combinaciones: dos dobles y una triple; eso es altamente inusual. Y la altura de los saltos es muy alta: había de 1,60m, 1,65m. Además, las distancias entre un salto y otro fueron exigentes. Un galope de un caballo tiene, más o menos, tres metros. Entonces, lo que hicieron los armadores, para que fuera un poco más complejo el recorrido, fue poner distancias intermedias de cuatro y cinco galopes. Eso genera una dificultad. El armador de pista busca desequilibrar a los jinetes y a los caballos. Nuestro trabajo es mantener el equilibrio del caballo y la fuerza, sin que pierda la potencia”, explicó Larocca, con pedagogía. Durante una mañana agradable en esta porción al oeste de París, salió en el tercer lugar, pero al comenzar la prueba tiró un palo en el primer obstáculo, acción que lo sacudió de entrada: “Eso te golpea. La motivación baja. Es como que… ‘Pucha, lo tiré, pero hay que seguir y me faltan otros catorce saltos’. Me golpeó, sin dudas. Pero no es excusa”.
En Wettingen, una comuna suiza. Allí nació Larocca, en 1969. Sin embargo, se apuró en aclarar. “Soy argentino hasta la raíz. No soy suizo; nací en Suiza, pero no tengo mucho que ver. Mi madre nació en Colón, un pueblo cerca de Pergamino; mi padre, en Concordia. Son argentinos. Fueron a trabajar a Suiza por un año y medio y justo nací allí, de casualidad. Ni me acuerdo de eso. Volví con un año o menos. Yo soy argentino, me eduqué en Argentina. Sólo que nací en un lugar cerca de Zúrich, que es donde trabajaba mi padre. Ahora vivo en Suiza, pero es una casualidad. Hasta los 24 años viví en Buenos Aires; de ahí me fui a Londres, donde viví por doce años, y después, por cuestiones laborales, volví a Suiza. Es un país que adoro, que me encanta, pero mi país, no hay dudas: es Argentina”, narró. Y tal es la identificación que tiene con la Argentina que ayudó económicamente a la nadadora Macarena Ceballos durante su etapa en la preparación final para París 2024. La propia cordobesa lo hizo público.
“Yo la escuché decir que andaba necesitando un poco de soporte para finalizar su preparación, por el mes de marzo, creo. Es natural: yo tenía la posibilidad de hacerlo y lo hice porque me gusta apoyar a la gente. Soy un amante del deporte en general y me gusta ayudar, pero sobre todo a los que tienen posibilidades de hacerlo en el más alto nivel mundial. Me encanta”, dijo, con modestia, sin querer profundizar en su acto solidario.
Larocca ostenta un vínculo especial con su caballo. Lo tiene desde hace seis años; se lo compró a un jinete español amigo suyo. Hoy, Finn Lente tiene catorce años. “Los caballos, normalmente, para afrontar estas competencias deben tener una edad mínima de nueve. Empecé a montarlo en su segunda mitad de los ocho, y enseguida empezamos a entendernos; las cosas anduvieron bien bastante rápidas. Al final de los ocho años estaba saltando bastante alto y a los nueve fue cuando conseguí la medalla de plata con él en Lima (en los Juegos Panamericanos 2019). Es un caballo excepcional”, contó, con los ojos iluminados. “Es difícil encontrar un caballo que tenga todas las características para competir en este nivel. Él tiene un poco de todo. Llevamos seis años sin parar compitiendo en el alto nivel, lo cual es inusual, porque la mayoría de los caballos se cansa, se lesiona, pierde el corazón y las ganas. Pero él y yo hemos mantenido el alto rendimiento. Estoy orgulloso de lo que me ha dado”.
Por reglamento, los caballos tuvieron que llegar a París el 30 de julio para ser sometidos a distintos controles sanitarios (después de la competencia se les hace un control antidoping, normalmente por orina; si después de 30 minutos no lo logran la muestra, por sangre). ¿Cómo trasladaron a los animales? Larocca lo explicó: “Los caballos se mueven en camión. Hay unas unidades especiales que cargan hasta siete caballos. Son camiones que tienen la parte del conductor; una parte del medio donde vive el caballerizo, con ducha y todo, y la parte de atrás, donde viajan los caballos. Todos los jinetes del circuito europeo se manejan así. Hay que tener un poco de cuidado; cuando hace calor no es recomendable viajar durante el día, porque les pega duro. Pero si no es por el calor, van viajando con confort”. Y aportó: “Los establos tienen aire acondicionado. Los caballos están acostumbrados a competir con calor, pero cuando hay alta temperatura hay que calentar un poco menos y verificar que esté bien hidratado. Nuestro deporte anda todo el año, no para. En invierno hacemos las competencias indoor, en un circuito muy lindo en Europa que comienza en octubre y termina en marzo, sobre todo en el norte”.
El valor de los caballos, aseguró Larocca, “varía muchísimo. Un caballo es como una obra de arte: puede valer muchísimo o poco, pero los caballos buenos valen mucha plata. Pueden llegar a valer millones”.
El vínculo formado entre Larocca y su caballo supera lo deportivo. “Es lo más lindo; es tu compañero, en quien confías en forma ciega. Él tiene que confiar en uno, y uno, en él; si eso no pasa, no hay ninguna posibilidad de tener éxito. Uno tiene que saber cuáles son las fortalezas y debilidades, cómo ayudarlo, y él tiene que saber cómo ayudarte a vos cuando te equivocás. Entonces, conocerse es muy importante. Te das cuenta de que confía en uno porque para afrontar un recorrido así no va a querer ir. Puede llegar a golpearse, te mira como diciendo: ‘¿Qué estás haciendo?’. Tiene que confiar en el jinete para afrontar este tipo de competiciones”, relató quien empezó a montar a los diez años. Un ejemplo de la sociedad que hay entre jinetes y caballos es lo que ocurrió con Chile en mayo: la yegua Edén murió por una intoxicación, el jinete Jaime Bittner no compitió y el país perdió la plaza en París 2024.
“Más importante que el jinete o el caballo es la relación entre los dos. Es lo apasionante de nuestro deporte: la parte humana, la del animal y la relación entre los dos. Siempre va a haber mucho por mejorar; no es como en otros deportes, en que tenés límites para evolucionar. Con los caballos no, porque son dos seres que tienen que coordinarse y la coordinación no es totalmente perfecta; siempre van a poder progresar. Nuestro deporte no para de progresar”, apuntó Larocca, que llegaría a los Juegos Los Ángeles 2028 con 59 años. Y dejó una última reflexión: “¿Si me ilusiono con unos sextos Juego Olímpico? Tendría que ver cómo llego, en qué condiciones. Pero si me preguntan si quiero seguir compitiendo, la respuesta es absolutamente sí. Así que... ¿quién te dice?”.
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