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Jorge Cyterszpiler, el primer representante: la trágica historia del mejor amigo de Diego Maradona de la infancia
El empresario compartió con el crack los diez primeros años de su vida en el fútbol
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El 7 de mayo de 2017, a las 13.12, Jorge Cyterszpiler saltó al vacío desde la habitación 707, del séptimo piso del Faena Hotel Buenos Aires. Sin el acompañante terapéutico, embriagado en una insoportable depresión, separado, alejado de los amigos de la infancia, lejos de Diego Maradona. Tenía 58 años.
El pequeño Diego, Pelusa, solía dormir los viernes, abrazado a la pelota en la casa del Rengo, en la Paternal, a pocas cuadras de la cancha de Argentinos. Eran inseparables. Jorge le llevaba poco más de dos años a Diego, una vida de confort sobre las flaquezas de Fiorito, pero ya no podía cumplir el sueño de ser futbolista, porque una cruda poliomielitis le apuntó a las piernas desde los 2 años. Con el transcurrir del tiempo, la izquierda retomó el curso natural, la derecha tuvo heridas para siempre.
Juan Eduardo, su hermano, pudo haber alcanzado el anhelo del futbolista profesional, pero un cáncer repentino derivó en el primer gran dolor de su vida. Los otros, habían arrancado mucho antes de su nacimiento, largos años atrás, con los traumas de una familia de origen polaco y judía, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Diego tenía 9, Jorge ya había cumplido 12, cuando se conocieron, alambrado de por medio. “Si vos tenés esa edad, yo soy Gardel”, le dijo Francis Cornejo, el entrenador de los Cebollitas, su descubridor. No eran amigos: eran hermanos. Compartían todo: iban a comer, al cine. Como Fiorito quedaba demasiado lejos, su casa era el mejor refugio. Las milanesas de la mamá de Jorge eran el menú estelar. Cuando tomaba el cuchillo y el tenedor, a Diego le brillaban los ojos, con la misma magia que desparramaba sobre el césped. De repente, la moneda de la vida había caído del lado de la cara.
No había ni un gesto de ambición desmedida. Eran amigos, con derechos económicos, con negocios por construir. Les costaba dormirse, entre travesuras, corrían, gritaban, cantaban, abrían y cerraban la puerta de la heladera. Uno tenía destino de grandeza, con una poética zurda. El otro, era su guardaespaldas de la tesorería, con otros dolores a cuestas, sin poesía, haciendo cálculos sobre un escritorio.
En 1977, se convirtió en el primer representante del fútbol argentino, tiempo después de colaborar en el incipiente sector de prensa y relaciones públicas en la casa del Semillero del Mundo. No había firmas, ni papeles de por medio. Bastaba con un apretón de manos, de los de antes. Se miraban, se entendían de memoria. Argentinos, Boca, Barcelona, Napoli. Allí, el derrumbe, el olvido.
“Yo te digo que mi mejor amigo fue Jorge Cyterszpiler. Y digo ‘fue’ porque me engañó, me engañó de verdad. Goyito Carrizo y Montañita, fueron otros de mis grandes amigos. Los tres íbamos de Fiorito a Argentinos Juniors. Con la plata que nos daba Francis, comprábamos dos porciones de pizza para los tres… y una gaseosa”, contó el más grande, tiempo después.
Se colaban en el tren, compartían la muzzarella, tomaban del pico de una botella cola de litro de vidrio. Cyterszpiler era, en esos años, su escudero. Se reunió con Aragón Cabrera, primero; tenía encuentros previstos con los catalanes. Hablaba de millones y millones de dólares, en tiempos de plata dulce y dictadura. Sin embargo, el empresario se inclinaba por el corazón: ni River, ni Barcelona: Diego iba a ser de Boca. De una vez y para siempre.
De Maradona Producciones, a Coca Cola, a Puma. De Fiorito a contar billetes y dibujar gambetas. Más dólares, más goles. Algo se rompió, hasta que apareció en su vida Guillermo Cóppola. “Ustedes saben mi historia. Jorge me falló en un momento muy difícil, pero yo no lo quise denunciar. Fijate que no existe el nombre del Gordo en ninguna denuncia de todas las que hice. Hoy le decía a Domenech que teníamos que haberle sido de psicólogos y le decía que nos dormimos todos… Eso del suicidio… me queda una espina”, decía Diego, no sin dolor.
“Cuando Maradona se entrenaba con Los Cebollitas y había cumplido nueve años, Jorge Cyterszpiler –quien se había alejado de Argentinos Juniors luego del fallecimiento de su hermano futbolista Juan Eduardo– , regresó al club y se entabló entre ellos una entrañable amistad”, cuenta la historia en una antigua página web, www.cyterszpiler.com.ar. “Es así –continúa– que a principios de 1977 Diego le pidió a su amigo de la infancia que lo representara, convirtiéndose Jorge Cyterszpiler en el primer manager de fútbol que tuviera un jugador argentino”.
La historia es antigua. Luego de desvincularse en 1985 de “Maradona Producciones”, el empresario incursionó en la organización de acontecimientos extradeportivos, pero pronto regresó a su mundo, el del fútbol, manejando giras del seleccionado nacional y torneos internacionales amistosos en Mar del Plata, Misiones y Rosario. Cuando Miguel Ángel Brindisi, a mediados de la década del noventa, asumió la dirección técnica de Independiente, lo contrató. Y entonces Cyterszpiler reinventó su carrera como representante de entrenadores y futbolistas. A esa altura, su historia con Maradona ya había entrado en el pasado.
Fernando Signorini, el preparador físico que rescató a Diego de más de una resurrección, lo recuerda en sus primeros días en Barcelona. “Estaban todo el día juntos. Tuve por él un profundo cariño, era un tipo imposible de no querer. Era un rara avis en el mundo del fútbol, se dedicaba al afecto, yo sé que tuvo ese tipo de relación con los jugadores. Diego iba a almorzar, a tomar la leche por las tardes, fue una relación que duró hasta fines de 1984. Después, la fama, el dinero... no hay que olvidarse también que Jorge empezó muy temprano. Diego fue su primera experiencia, tal vez lo llegó a sobrepasar. Fue un hombre que sufrió mucho en la vida”, admitió, años atrás. El Rengo trabajaba en el estudio de compra y venta de futbolistas con Sergio Mandrini, de destacado paso por Ferro.
En la oscuridad de Barcelona surgieron los primeros fantasmas. El drama que atravesó la vida de Diego, del que Jorge supo, pero poco pudo evitar. Hablaban menos, discutían más. Era una pareja destinada al divorcio. La misma que había crecido con un amor verdadero.
“Me falló”. Esa inequívoca sentencia, sin embargo, jamás quebró el pacto de silencio. Querido en el ambiente, con un trato amable y cercano, lejos de los tiempos modernos, Cyterszpiler siguió con los negocios: Brindisi, Demichelis, Andújar y tantos otros. Se casó, tuvo un hijo, se separó. Con los años, se encontró con Don Diego, una tarde que lo marcó para toda la vida: se dieron el abrazo más largo de la historia. Algunos dicen, que el padre le dijo: “Nadie fue más valioso que vos en la vida de Diego”.
Tan cerca, tan lejos, acompañó a Maradona en las despedidas de Don Diego y Doña Tota.
Se reencontraron en Dubai, pero ya nada sería igual.
Parte de su historia se recrea en la controvertida serie Maradona: Sueño Bendito. Su figura la representa Peter Lanzani, de maravillosa actuación más allá de los despistes históricos. “Vos tenés que jugar. Y yo voy a cuidar tus intereses, tratando de que todo el mundo te respete”, afirma, en un tramo, con una rigurosidad mayúscula. En el capítulo 6 de la obra artística -una parte de realidad, un tramo de ficción-, se recuerda el paso de Jorge por México, un año antes del mítico estadio Azteca, cuando un terremoto grado 8.1 sacudió Ciudad de México y causó, al menos, unas 20.000 muertes. El primer llamado -mientras florecían negocios en nombre del crack-, se cuenta, fue a Diego. “Avisale a mamá que estoy bien”, le pide.
Pero hay algo que se rompe en ese mismo instante. Maradona le sugiere que sus tiempos compartidos se iban a acabar, mientras se observan imágenes de Claudia disgustada porque las tarjetas de crédito no tenían fondos suficientes. Tiempo después, ya en Italia, Diego admitiría: “No tengo dudas de que es mi mejor amigo, pero...”.
Amigos, hermanos, socios. “Hay miles de anécdotas con Maradona, como él [Jorge] negoció el contrato del pase de Boca a Barcelona. Siempre contaba cómo tuvo que negociar, cómo sacó las camisetas y las vendió fuera del estadio, o el día que estaban en un avión y en un tramo Diego hizo aterrizar el vuelo para comprar una pizza”, le contó a LA NACION Juan, su hijo, días atrás.
“Él fue siempre su hermano. Maradona se quedaba a dormir en su casa, en el cuarto de Juan Eduardo, un tío mío”, señaló. Según su testimonio, la soledad influyó en su enfermedad. El fútbol de primera, los reflectores estelares, de a poco lo fueron corriendo del mercado. Ya había acabado el tiempo del apretón de manos.
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