El caldero en el que se cuece la pasión islandesa por el fútbol se llama Laugardalsvollur, un coqueto estadio con capacidad para 15 mil espectadores a cinco minutos del centro de la somnolienta Reykjavik, adecuado para un país cuya población completa, unas 334 mil personas, entraría en cinco Monumentales de River. A pocos pasos de allí, en el Laugardalshöll, se disputó el capítulo más deportivo de la Guerra Fría, cuando el estadounidense Bobby Fischer arrebató en 1972 la corona mundial de ajedrez al ruso Boris Spassky.
Con escaso pasado rutilante, el fútbol de Islandia ya acumuló, sin embargo, un puñado de fechas significativas, como el 27 de junio de 2016, cuando su seleccionado eliminó a Inglaterra de los octavos de final de la Eurocopa , o el 1° de diciembre de 2017, cuando fue sorteado su debut por primera vez para una fase final de Copa del Mundo nada menos que contra la Argentina.
Sin embargo, la fecha más recordada por lo que sucedió en su hogar espiritual del Laugardalsvollur, es la del 9 de octubre pasado, cuando Islandia se aseguró, frente a Kosovo, la clasificación a Rusia 2018 . Aquella noche tuvo lugar un curioso episodio, que acaso revela la fibra de la que están hechos los primeros rivales de la Argentina en el Mundial.
Normalmente, antes de encaminarse al estadio, muchos hinchas apuran un último trago en el Ölver, un emblemático bar deportivo a menos de un kilómetro del Laugardalsvollur. Dos horas antes del trascendental encuentro, el bar estaba más concurrido que nunca. Uno de los asistentes era el dentista Heimir Hallgrímson.
Nada extraño si el profesional, –aún dirige una clínica en las islas Westmann, donde nació, a media hora de Reykjavik– no fuera, de paso, el entrenador de la selección islandesa.
Los hinchas lo reconocieron en el Ölver; "¡Que nadie saque sus teléfonos!", pidió el landlord, el encargado del pub. "Dónde vea un flash, se los saco y los tiro por el toilet", amenazó. Hallgrímson subió al estrado y el silencio se tornó absoluto. Conectó su computadora a la pantalla gigante y durante 25 minutos explicó con detalle la importancia del partido y contó cómo sería la charla técnica, un rato más tarde. Nada se filtró. El técnico compartió la táctica del partido más importante con los hinchas: inconcebible en cualquier otra latitud, imposible de imaginar en la Argentina. Después se marchó a hacer su trabajo. Tres horas más tarde, jugadores e hinchas celebraban juntos, sin barreras, en la céntrica plaza Ingolfstorg, el 2-0 sobre Kosovo y la clasificación.
Islandia está muy lejos de ser el cuco, el tapado que algunos presagian. Viene de perder sus últimos dos amistosos, ante México y Perú; pese a que todo el equipo defiende detrás de la línea de la pelota, su resistencia al ataque es menos rocosa que lo que predijo Jorge Valdano, y su máxima estrella, Gylfi Sigurdsson, sigue fuera de combate a causa de una lesión en la rodilla.
No cabe duda: la Argentina de Jorge Sampaoli es favorita para el choque del 16 de junio en Moscú. Pero ese lazo tan naturalmente humano puesto de manifiesto aquella noche de Reykjavik muestra qué clase de personas forman la base del equipo al que la selección enfrentará en su debut en Rusia. Qué tan distintos pueden ser de nosotros. No tiene que ver con el fútbol sino con otros valores. Eso vuelve, todavía, más atractivo ese partido.
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