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Imágenes y sensaciones de una noche triste
El detrás de escena de los incidentes en el estadio José M. Minella
MAR DEL PLATA.- Por la puerta enrejada que da al campo de juego del José María Minella se colaba el ruido lejano del helicóptero de la Policía Bonaerense, que terminaba de arriar a los hinchas de Estudiantes hacia la avenida Juan B. Justo; los de Gimnasia ya habían dejado el estadio hacía más de una hora.
Por el portón vidriado de la zona de vestuarios del mundialista comenzaba a filtrarse el aroma denso de las plantas procesadoras de harina de pescado, que encaraban a pocas cuadras la primera jornada hábil del nuevo mes. Pero la podredumbre había estado en el campo de juego minutos antes. Acabada la batalla, sonó suelta en la zona mixta una plegaria que no quería ser corazonada: "Como si no hubiera asuntos por resolver aún... Que no se crucen en la ruta".
En la resaca de lo que debió ser apenas el último partido del verano, cuando los organizadores creían que sólo les restaría quitar los tornillos al decorado, las entrañas del estadio parecían una sala de espera de hospital: murmullos, especulaciones en voz baja, balance de daños y, sobre todo, la sensación inequívoca de que algo había salido pésimo.
Pedro Troglio había dejado una hipótesis acerca de la violencia desatada en el partido. Para el director técnico de Gimnasia, una explicación atendible para el desmadre era que el cansancio físico se hubiera traducido en cierta fatiga neuronal. Nelson Vivas, por su parte, había hablado también, en uno de los contactos quizás más extensos con los periodistas en muchos años. Enfocado en bajar revoluciones, el entrenador de Estudiantes parecía un vecino en una reunión de consorcio haciendo catarsis.
Cuando Silvio Trucco y los otros cinco árbitros dejaron el vestuario, desde hacía tiempo se había dejado de escuchar preguntas o murmullos: lo único que se oía en el eco del estadio era los handies de los veinte policías que debían escoltarlos hasta la camioneta. "Prefiero no hablar", fue todo lo que dijo el árbitro, y mientras arrastraba su bolso por la escalera de hormigón, el personal de limpieza iba apagando luces. En realidad, la oscuridad había empezado mucho antes.
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