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Hombres de ley
Ali Nili, Carlos Bernardes y Lars Graff, los encargados de hacer cumplir el reglamento
DE IRAN A BUENOS AIRES
La vida de Ali Nili, uno de los desconocidos umpires del ATP de Buenos Aires, fue tan vertiginosa como la historia de su Irán natal. Contagiado por el amor que su padre le inculcó hacia el tenis desde los cinco años, este hombre alto, de pelo oscuro y rasgos bien definidos, jamás se imaginó lo que el destino le depararía. "Viví en Estados Unidos entre los diez y los doce años. Cuando volví a Irán, hablaba muy bien inglés; entonces me usaron como traductor de los torneos que se hacían", relata sobre sus primeros contactos con el deporte blanco.
Inmerso en el mundo del tenis de un país casi sin historia en la disciplina y con una idiosincrasia muy diferente de la de los países de Occidente, Nili comenzó a tomarle el gusto a una profesión que le abriría las puertas a ese mundo. "En los torneos del oeste de Asia no habían umpires internacionales, y yo solía ofrecerme para hacer el trabajo. En uno de esos torneos, el referí, que venía de Haití, quedó muy conforme con mi trabajo, hice la final y ahí arranqué."
Cuando este enigmático umpire recuerda su primera experiencia como profesional, a los 20, no puede disimular la profunda vergüenza que vivió: "En un torneo en el que era juez de línea y de silla al mismo tiempo, me llamaron de apuro para dirigir un partido, y cuando los jugadores me vieron llegar corriendo con la ropa de umpire, no me conocían. Yo tampoco sabía quiénes eran ellos. Entonces le pregunté a uno cuál era su nombre y me dijo el de su rival. Cuando me senté en la silla, los presenté, y al darse cuenta del error, todos en el estadio se empezaron a reír".
Asentado en esta profesión que ejerce desde 1999, Nili se muestra entusiasmado con cada nueva experiencia: "Hacemos esto porque nos encanta el tenis. Somos muy afortunados de poder hacer el trabajo que nos gusta; viajar y conocer otras culturas también es algo positivo de nuestra profesión". En su primera experiencia en Buenos Aires, Nili reconoce la satisfacción que le provocó conocer un país que, tal vez en aquella infancia en Irán, jamás creyó que conocería: "Es mi primera vez en el país y es una linda experiencia. Tenía buenas referencias de Damián Steiner (umpire argentino). No tuve mucho tiempo para conocer, pero lo que más rescato de mi estada es la carne argentina".
ANECDOTAS CON ACENTO SUECO
Nada más distante del ceño fruncido que muestra desde lo alto de la silla. Durante una extensa charla, Lars Graff sonríe una y otra vez y entrega sabrosas anécdotas. Nacido hace 50 años en Hässleholm, Suecia, este año llegó por primera vez a Buenos Aires, pero no como umpire, sino en la función de supervisor de la ATP, un cargo más administrativo. Aunque admite que le gusta más dirigir partidos.
Aun cuando es su primera vez aquí, ya conoce la hinchada argentina, pues dirigió en septiembre pasado la semifinal de la Copa Davis en Lyon entre Francia y nuestro país. "Había 500 argentinos y eran más ruidosos que los 5000 franceses. Aplaudían, cantaban, llevaban banderas, aun con la serie ya definida. Realmente me encantó. Creo que es bueno para el tenis que no se pierda eso. En otro países aplauden tibiamente... Me gustaría arbitrar un partido de Copa Davis aquí; como umpire, es muy lindo el clima que se vive".
Atesora como su mejor recuerdo la final de Wimbledon 2009, la que Federer le ganó a Roddick por 16-14 en el quinto set. "También me tocó la final de Roma 2005 entre Coria y Nadal. El más largo que me tocó dirigir, duró más de cinco horas y fue un gran partido. Y estuve en el primer partido de Nalbandian en el ATP Tour, en Miami, ante Courier; en la despedida de Becker, en Wimbledon, ante Pat Rafter. ..Guardo la tarjeta de ese partido firmada por los dos".
En su trayectoria de casi 37 años vinculado al tenis, desde que era ball boy, también destaca otras anécdotas. Graff nunca olvidó su paso por el ATP de Bucarest, tras la caída del dictador Ceaucescu. "Llegamos y nos llevaban en un taxi al hotel. Había muchos manifestantes. El conductor sacó el arma por la ventana y la mostró para ahuyentar a la gente... no lo podía creer. Otra vez, en Sudáfrica, fuimos a un restaurante y me sorprendió un cartel que decía: Por favor, deje sus armas antes de ingresar. Y había que pasar por un detector de metales".
Habla inglés, sueco, danés, alemán, noruego, francés y un poco de español. Por su profesión, podría arbitrar un partido en 25 idiomas. "Nos enseñan las palabras básicas, decir el score, pedir que apaguen los celulares. Y las malas palabras también, por si algún jugador las dice. En español aprendí muchas, je..."
UN GAROTO EN LA ELITE
Carlos Bernardes nació en Sao Caetano do Sul, un municipio de San Pablo. Torcedor de Palmeiras, estudió ingeniería mecánica, trabajó como profesor de educación física, pero ganó prestigio en el ATP Tour como juez de silla. Es uno de los mejores. Está en Buenos Aires "como por vigésima vez". Pasó la última Navidad en la casa del árbitro argentino Damián Steiner, y adora el clima y la comida de nuestro país. "La pica entre los brasileños y argentinos es sólo en el fútbol", dice, y añade: "Y hasta ahí, porque cada vez se ven más garotos con la camiseta de Messi".
Bernardes fue el primer latinoamericano que arbitró una final de Grand Slam, en el US Open 2006, entre Roger Federer y Andy Roddick. "Si tuviera que hacer un top 3 de mis mejores recuerdos, el primero es ése por todo el show y porque conocí a Tiger Woods. El segundo fue en el mismo torneo, con Blake-Agassi, que ganó André en un quinto set inolvidable, y el tercero, en 1998, con Becker-Ivanisevic, en Split". Más allá de la concentración que debe tener, asegura que disfruta la técnica durante un match: "Sí, claro. Tenemos un sitio privilegiado, advertimos los sentimientos de los jugadores y sabemos cómo actuar. Luego, entre los árbitros jugamos. ¿Si nos robamos pelotas? Bueno... sí, a veces (sonríe)".
La tecnología (Ojo de Halcón) puso más presión en los jueces, aunque Bernardes explica: "Al principio era un sistema para pocos, pero hoy es más común y ayuda. Cuando el jugador pide la revisión y se equivoca, se da cuenta de que nosotros podemos cometer un error. Las estadísticas dicen que el 30% de los challenges de los jugadores son correctos, es decir que se equivocan mucho también. No canceló todos los errores, pero sí ayudó a bajar las discusiones".
Bernardes considera que no hay jugadores difíciles, sino que las circunstancias son complejas. También padeció momentos ingratos: estuvo en aquella serie de los sillazos entre la Argentina y Chile, en Santiago, en 2000, por la Copa Davis. "Llegué al aeropuerto de Santiago y me di cuenta de que algo raro pasaba. Veía los diarios y decía La hora de la revancha. El estadio no estaba listo. Hubo errores de organización; se vendieron boletos muy baratos, la mayoría de la gente nunca había visto un partido de tenis, las sillas no estaban amuradas al piso, había piedras. Sentí miedo".
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