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Luciana Aymar: el amor hecho juego
El entrenador Sergio Vigil destaca la luminosa generosidad de una mujer elegida ocho veces como la mejor jugadora del mundo de hockey sobre césped
Lucha fue como un ángel que iluminó mi camino como entrenador. Me regaló su confianza y su escucha. Puso su mano en mi hombro y su mirada me abrió la puerta hacia un horizonte apasionante de aprendizajes y desafíos. Su talento deportivo inconmensurable nunca pudo ser más importante que su increíble generosidad y su entrega total en busca de la excelencia. Lucha se esforzó desde el primer día que la conocí como si hubiese sido una deportista sin atributos, y es el día de hoy, tras su retiro, que sigue actuando igual, muchas veces al límite de exponer a su ser a un nivel de exigencia desmedida.
Su empeño por quebrar cada día su propio límite fue y es maravilloso y redituable para el universo deportivo, para su equipo, para sus entrenadores, para los periodistas, para los espectadores, para su país y para el prestigio personal logrado a través de una profesión que la apasiona.
Así también ese nivel de exigencia muchas veces no fue saludable para su propio ser, alejándola del disfrute del presente, quitándole la sonrisa en el recorrido, trayéndole innumerables insomnios, conectándola con lo que faltaba, preocupándola por resolver situaciones más allá del rol que le correspondía, cargando una mochila pesadísima que no aceptaba margen para el error, quitándole excelencia y calidad a su vivir diario.
Lucha hablaba muy poco con el lenguaje verbal; su mirada era la que hablaba. Lucha decía mucho cuando su voz callaba. Su escucha era muy profunda desde el sentir, tanto que lo literal no la apropiaba. Podía olvidar una indicación táctica textual a los diez segundos de recibirla pero nunca olvidaba el sueño y el deseo que esa indicación traía. Lucha escuchaba con respeto, con curiosidad, con espíritu de aprendiz y con admiración por los líderes y referentes grupales del equipo. Su capacidad para escuchar era en ella acción permanente de aprendizaje y crecimiento.
Su liderazgo estaba en su hacer como deportista, en un campo de entrenamiento y en la competencia misma. Aparecía en la cancha y ella se hacía cargo de su propia creación de modo permanente; su juego fluía como un cántaro inagotable desprovisto de estrategia y táctica previas. Porque así era Luchita: naturaleza, espontaneidad, inspiración. Un pájaro libre, desobediente, alejado de la regla estricta de la manada pero fiel al propósito, comprometida y dispuesta a tomar riesgos y dar saltos al vacío para romper el status quo de la competencia y ayudar a ganar a su equipo.
Adentro de la cancha no mide nada: siente y piensa a partir de ese sentir. Fluyendo, toma decisiones de un valor cognitivo y resolutivo de otra dimensión. Piensa como nadie, porque piensa distinto, "piensa respetando la naturaleza intuitiva de su sentir". Sus presiones son previas, sus conversaciones privadas también, el pasado y el futuro no existen ni habitan en ella mientras juega; para ella, todo es presente y posibilidad, una hoja en blanco; un pincel y sus trazos son acciones que salen al universo del juego sorprendiéndolo y cambiando permanentemente el curso de su futuro. Su foco en el presente vuelve posibles futuros que parecen imposibles para su equipo.
Lucha tiene una habilidad sobrenatural, una condición física por encima de lo terrenal, maneja el 99 % de los gestos técnicos a la perfección –sólo uno no domina y no lo diré–, puede por sí sola dar vuelta un partido llevando la bocha desde su área hasta el área rival las veces que desee, puede conservar la bocha en su palo sin que se la quiten por tiempos prolongadísimos. Pero lo más preciado de Lucha está en su corazón valiente y generoso, que se expresa en la infinidad de kilómetros que recorre en un partido para defender y recuperar la bocha para su equipo, y en los cientos de pases que hace por partido, permitiéndoles a sus compañeras adquirir confianza y dejándolas infinidad de veces en la puerta del gol. Ha hecho muchísimos goles y de todas las formas pero son muchos más los que pudiendo haberlos hecho se los cedió a una compañera.
Lucha siempre estuvo presente, pudo estar golpeada y a veces lesionada en un torneo, pero volvía y jugaba. Lucha tiene un ser maravilloso dentro de ella que es todavía más fantástico y sublime que la deportista extraordinaria que hace más de veinte años vemos brillar. Lucha es mucho más que una maga, es amor hecho juego.
Siempre vas a estar en mi corazón, querida Luchita… Me regalaste tu confianza aún sin conocerme. Me ofreciste tu compromiso hasta cuando no me entendías tácticamente. Fuiste generosa para apreciar mis fortalezas y comprender mis debilidades. Fuiste valiente y auténtica para enfrentar conversaciones difíciles que me hicieron reflexionar, tomar conciencia y crecer como conductor. Fuiste muy afectiva con mi familia. Fuiste apoyo en mi momento deportivo más difícil. Fuiste la luz para encender el sueño del hockey argentino e inmortalizarlo en el firmamento.
Gracias, Luchita.
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Sergio Vigil
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