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Río 2016-hockey: el zarpazo final, para cumplir un gran sueño de los Leones
El seleccionado masculino de hockey jugará por primera vez una final olímpica, ante Bélgica, última etapa de un proceso que sólo supo de trabajo y concentración; será a las 17
RÍO DE JANEIRO.- El Chapa Retegui estaba casi sin dormir. Se había acostado a las 6.20, después de compilar y editar secuencias de Bélgica hasta la madrugada, y en la mañana de ayer ya caminaba junto con sus colaboradores rumbo al comedor de la Villa Olímpica, su único hábitat durante los Juegos, además del estadio de Deodoro, para los partidos. Para este seleccionado que hoy jugará la primera final olímpica de su historia no hubo Cristo Redentor, ni Pan de Azúcar ni playas de Ipanema; sólo una focalización obsesiva por el hockey en las inmediaciones del Parque Olímpico. Cumplieron con el cometido de jugar los ocho partidos, y si se imponen en el último capítulo alcanzarán la gloria. No existe premio mayor en este deporte. A las 17 empezará a escribirse la página definitiva de esta fascinante aventura de los Leones.
Es un escenario idílico, pero los jugadores no vuelan mentalmente en una fantasía de campeones, sino que mantienen sus pies de plomo concentrados en la definición. No es fácil: en esta era de innumerables estímulos y mensajes a través de redes sociales, más la presencia masiva de la familia por tratarse de un país vecino, es complicado aislarse y ubicarse exclusivamente en los carriles deportivos. Pero los Leones se aferran a una deducción simple: si llegaron hasta acá comprometidos sólo con los entrenamientos, el buen descanso y los partidos, ¿por qué cambiar de filosofía? Están a horas de una ocasión única, quizás impensada antes de los Juegos, a juzgar por las exigencias del hockey masculino internacional, mucho mayores que las demandas de la rama femenina. Saben que pueden consagrarse y, al mismo tiempo, que el desafío belga será tan difícil como los anteriores. Las caras y la actitud de los jugadores ayer, en los alrededores de la Villa, denotaban una confianza serena, una fe espontánea que no proviene de impactos deportivos circunstanciales, sino de un recorrido trazado desde hace años, con un crecimiento sostenido.
Si hasta Matías Paredes estaba tranquilo. El volante ofensivo de 34 años andaba ayer en muletas y un vendaje por la fractura del quinto metatarsiano del pie derecho. "Son cosas que pasan", decía sonriente, en referencia a una lesión por estrés durante la goleada por 5-2 a Alemania en las semifinales. Es consciente de que se perderá el partido de su vida y no tendrá una oportunidad similar por su edad para Tokio 2020. Sin embargo, es el momento de acompañar a este ejército de espartanos y no pensar en el drama deportivo individual. Lo mismo para Matías Rey, otro jugador clave que no estará en el gran choque por una fractura en el primer metacarpiano en la mano izquierda. En su lugar jugarán Isidoro Ibarra y Luca Massó, que figuraban como jugadores de reserva y no actuaron un minuto en el certamen. Como todo técnico, Retegui se ocupó de solucionar daños colaterales; esta cuestión de prescindir forzosamente de dos piezas esenciales y conservar el peso específico del equipo con dos que no tocaron la bocha en forma oficial.
La Argentina y Bélgica son espejos: séptima y sexta respectivamente en el ranking, crecieron en los últimos años hasta convertirse en preocupaciones reales para las potencias de siempre, Australia, Alemania y Holanda. Cuentan con jugadores que actúan juntos desde hace muchos años y se acostumbraron a jugar de igual a igual frente a cualquier seleccionado. Los belgas quedaron primeros en el Grupo A y sólo perdieron en la zona ante Nueva Zelanda, pero llegan con certezas de su poderío, después de batir 3-1 a Holanda en las semifinales. La Argentina sólo trastrabilló frente a la India (2-1), aunque la exhibición ante Alemania -un partido rayano con la perfección- los habilita ahora a esperanzarse a tope. Gonzalo Peillat, con sus bombazos de córner corto; los reflejos en el arco de Juan Manuel Vivaldi; la creatividad de Lucas Vila y Agustín Mazzilli, más el temperamento de Lucas Rossi para el quite y la salida rápida de contraataque, son algunas de las tantas virtudes de este conjunto que se juramentó no dejar escapar esta chance. A partir de esas arengas apasionadas, de ese espíritu labrado a fuego, nace la intención de quedar en el libro dorado de los Juegos Olímpicos.
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