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Las Leonas: un equipo de leyenda que deliró en el vestuario y renueva sus sueños en la inolvidable aventura por Oriente
Instaladas en la final olímpica ante los Países Bajos, este viernes a las 7, volverán a luchar por la huidiza medalla dorada
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TOKIO.- Hay un ómnibus que se bambolea cada vez que llegan al estadio, al ritmo del “Se mueve paaara acá / se mueve paaara ya”. Todas cantan, todas saltan y golpean el techo. Es un clásico: el ritual histórico de las Leonas en cada torneo. Con la diferencia de que esta vez, el chofer japonés se asusta, se enoja, las reta y amenaza con no volver a arrancar el vehículo. Al final, ellas logran calmarlo entre risas y el conductor confundido pisa el acelerador. Esa es solo una de las anécdotas que está viviendo el equipo en esta fantástica aventura por Oriente. Pero ya se aprestan a disputar nada menos que la final olímpica de Tokio 2020 ante los Países Bajos, este viernes a las 7 de nuestro país.
El disfrute es máximo y la expectativa anda por las nubes. Palpitan la definición tanto las experimentadas como las más chicas, esa feliz mixtura de jugadoras que lograron un ensamble sobre la marcha. Están las fascinadas por la Villa Olímpica y las que acumulan varios Juegos. No hay distinción entre las de mayor o menor protagonismo. Sofía Maccari, de 37 años y habitualmente suplente, se la pasaba filmando a sus compañeras mientras ellas hablaban ante los micrófonos, tras la victoria a puro nervio sobre la India por 2-1. De repente, la polifuncional se acerca a Delfina Merino, la enfoca con su celular y bromea con su sonrisa de guasona: “¿Sabés el miedo que tenía ésta antes del partido con India? ¡Trescientos partidos internacionales! ¿Sabés cómo estaba?”.
Las hermanas María José y María Victoria Granatto se miran y no lo pueden creer; Julieta Jankunas se escucha decir “medalla”, “final” y “Tokio 2020” y empiezan a caérsele solas las lágrimas; Eugenia Trinchinetti, la que recuerda a Lucha Aymar por su manera de correr, es la principal bastonera de esa ronda de la alegría en el desahogo ante las indias; Belén Succi, una de las dos madres del grupo junto con Rocío Sánchez Moccia, vuelve a desarmarse pensando en su pequeño hijo Juan Bautista, a quien le hace mimos por videollamada; Agustina Gorzelany, hija de un excombatiente de Malvinas, termina las semifinales con la cabeza vendada y parece más guerrera que nunca.
Es un plantel heterogéneo, con acento federal y que se permite volar bien alto, aunque no se sepa favorito ante las neerlandesas. Igual, hay una historia detrás que, en varias oportunidades, puso a la Argentina por encima de las naranjas. Por eso es que a nadie se le borra la ilusión de, por fin, atrapar la huidiza medalla dorada olímpica y darle el lustre definitivo al hockey argentino, luego del oro de los Leones en Río 2016. El festejo en el vestuario fue inolvidable: a pura cumbia, las chicas hicieron bailar hasta a una voluntaria japonesa, revolearon camisetas y se pararon sobre los bancos. “¡Mirala a Rapi ahora, está descontrolada, la sacaron de Salta!”, decía la Leona que seguía filmando, Maccari, en referencia a Valentina Raposo.
Estas chicas tienen una genética particular ligada estrechamente con la ambición deportiva, esa idea de no admitir otro sentimiento que el deseo de protagonismo. El legado de Sydney 2000 fue el punto de partida para esta selección, decidida desde entonces a mantenerse en la elite y no resignarse a ser un boom del momento. Los años –ya dos décadas- certificaron cómo se enfocan estas jugadoras a nivel competitivo y la manera en que sienten el deporte. Siempre aceptan el reto de medirse contra las mejores, se meten en el barro, no toleran aparecer en el segundo plano. Nada de atajos ni de empresas sencillas. La lucha nunca termina.
El sentido de pertenencia tan fuerte al escudo de Leona se va transmitiendo de generación en generación. ¿De qué manera? Sucedió con muchas jóvenes que en la infancia y adolescencia fueron fanáticas de las Leonas por TV, y que cuando se incorporaron a la selección desde el junior bajaron los posters y asimilaron las enseñanzas de las más grandes, para seguir su camino. El último ejemplo es Raposo, de 18 años y que hasta hace unos meses seguía a sus ídolas por las redes sociales. Mientras tanto, en medio de esa transición, hay una herencia recibida de la educación deportiva de cada club de hockey en la Argentina, que les inculcó valores. Cada uno con sus idiosincrasias, ya fueran entidades de Buenos Aires o del interior del país.
Con la de plata ya asegurada, son cinco medallas en los últimos seis Juegos Olímpicos. Títulos en Mundiales, Juegos Panamericanos y Champions Trophies. Un período de gracia en el que, si bien no todo funcionó perfecto, desfilaron técnicos y jugadoras que instalaron a la Argentina en el primer mundo del hockey sobre césped. Chiche Mendoza, Sergio Vigil, Gabriel Minadeo, Carlos Retegui -en diferentes períodos-, Santiago Capurro y Agustín Corradini, campeón mundial con las Leoncitas. Los principales nombres de quienes apuntalaron la ruta del éxito. Y por supuesto, el fallecido Jorge Luis Ciancia, aquel “gordo cabrón”, como le decían cariñosamente, que en su función de director de los seleccionados nacionales fue el ideólogo de la revolución de nuestro hockey en la década del ‘90.
Quizás la memoria colectiva se centre en Aymar, la jugadora que pareció haber llegado de otro planeta. Pero en realidad fueron muchas las chicas que transformaron a las Leonas en una marca indeleble: Karina Masotta, Anabel Gambero, Jorgelina Rimoldi, Ayelén Stepnik, Cecilia Rognoni, Magdalena Aicega, Soledad García, Vanina Oneto, Mariela Antoniska. Más acá en el tiempo, Rosario Luchetti, Carla Rebecchi, Silvina D’Elía y tres de las que todavía sueñan en Tokio: Succi, Merino y Noel Barrionuevo. Hay más, muchas más que dijeron misión cumplida desde algún lugar del podio, durante esta larga cosecha. El espíritu y la llama de la pasión siguieron vivos con el paso del tiempo. Y ese fuego sagrado alumbró el suceso en la cancha. Los goles, las emociones, los gritos.
Desde marzo de 2020 ya no solo hubo que sobreponerse a los rivales y a más de un dislate de tinte dirigencial, que tuvo su correlato en renuncias de jugadoras o salidas abruptas de técnicos. La pandemia apareció como un enemigo desconocido para plantear un desafío diferente, impensado. En junio del año pasado, Merino le decía a La NACION: “Ahora es un momento en que debemos estar fuertes de la cabeza y saber que, más allá de que la motivación es interna, está la responsabilidad de representar al país cuando se levante la cuarentena”. Lo dijo una jugadora emblemática que, como el resto, de pronto se vio confinada y obligada a entrenarse de manera virtual en un garaje, en un patio, o en una habitación. El Zoom reemplazó el hábitat natural del Cenard y la interacción de grupo se perdió. Una anormalidad que cortó los lazos humanos y una mejor preparación en lo físico y en lo técnico. El equipo sintió ese bache, pero sobre todo la falta de competencia internacional, después de la cascada de cancelaciones de series en la Pro-League. Así y todo hubo entereza para soportar la crisis y llegar a Tokio 2020 sobre la base de concentraciones y amistosos mayormente locales, sin la relevancia de tests en el extranjero.
Carlos Retegui, el técnico que condujo a las Leonas a la medalla de plata en Londres 2012, le dio nuevos bríos al seleccionado. Aferrado a un trabajo a contrarreloj y a las alteraciones de la pandemia, propuso una dinámica sin miedo a la renovación progresiva. Planteó un nuevo mensaje motivador, como tantas veces. Sacudió la estructura y removió conciencias. Apostó por un plantel joven, con 10 debutantes olímpicas, y consiguió que el equipo alcanzara una vez más una etapa decisiva, en este mix de sangre nueva y chicas curtidas con más de 200 partidos internacionales. Le queda jugarse el último pleno para que la celebración sea completa. ¿Ya es el seleccionado más importante del deporte argentino? Cada hito que consiguen le da más cuerpo a esta presunción.
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