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Historias del Gran Fondo Argentina, la carrera diseñada especialmente para ciclistas de todas las edades, condiciones físicas y habilidades
Un cronista de LA NACION que pedaleó los 120 km de la competencia
- 10 minutos de lectura'
Vivir la adrenalina de Colapinto arriba de un Fórmula 1 cuesta varios millones de dólares. Pero la sensación que ofrece ir a 70 km/h sobre una bicicleta de 7 kilos, mezclado entre cientos de ruedas y ciclistas que pugnan por la succión más eficiente contra el viento, es un poco más barato de lograr. Y se vivió este domingo por todas las autopistas de la ciudad de Buenos Aries, cuando se corrió el Gran Fondo Argentina.
Los equipos más fuertes del país llevando sus estrategias al límite, miles de amateurs detrás de sus objetivos, un integrante del seleccionado argentino de handbike que reinventó su historia y hasta un cronista de LA NACION que pedaleó los 120 km de la competencia, con el fin de poder hacer un relato de la prueba. Todo mezclado con manubrios, lluvia, caídas, fugas, embalajes y miles de historias humanas.
Gregarios, lanzadores, sprinters, jefe de fila, suena a un listado de gladiadores de circo romano, pero son las funciones que cumplen los distintos integrantes de un equipo de ciclismo. En el Gran Fondo Argentina, dentro de los 2.500 ciclistas que participaron, había un grupo especial que, hablando fácil, eran los mejores de los mejores. La categoría se llamó Fórmula Pro Bike, y sin ser el fórmula del pilarense, iban realmente muy rápido. Llegando a superar los 70 km/h, para los 120 kilómetros de competencia hicieron un promedio de 45 km/h.
A diferencia del resto de los competidores, que se clasificaban por su posición individual, acá contaban los tres mejores integrantes del equipo (de un máximo de seis). Una veintena de agrupaciones fueron a medirse en velocidad, potencia y también estrategias. Sin entrar en detalles técnicos, la estructura principal de un equipo de ciclismo es la siguiente: los gregarios son los más resistentes. Suelen tirar de los pelotones, perseguir a los grupos que se quieren escapar solos (lo que se llama una fuga). Dentro de ellos algunos cumplen funciones de lanzadores, estos se encargan de llevar a los sprinters a máxima velocidad desde los 500 o 600 metros finales hasta los 300 a 200 metros, para que el sprinter mejor posicionado intente ganar la carrera. Por último, los jefes de fila son como los capitanes, pueden cumplir cualquier función pero suman el liderazgo y el planteo de la estrategia.
Esa es la teoría. Luego en la práctica, como fue este domingo, hay que moverse a 50 o 60 km/h a un par de centímetros de cada bicicleta, con un piso regado por la lluvia intermitente que mojó el asfalto porteño y siguiendo las ondulaciones caprichosas de las autopistas de la Ciudad. Rubén Gregori integra el equipo Giant (una de las marcas más importantes de bicicletas) desde hace tres años. Fue uno de los protagonistas de las últimas fugas intentando romper la hegemonía del pelotón líder.
“Nos escapamos faltando unos 30 kilómetros para la llegada”, relata el ciclista de 47 años con tres décadas sobre las dos ruedas. “Logramos meternos con un compañero de equipo en un total de doce. Pero faltando unos 8 o 10 kilómetros el pelotón mayor se empieza a organizar para agarrarnos. Nos llegaron cuando faltarían unos 5 kilómetros”. Una vez que el pelotón se unificó, cada cual buscó la mejor posición para atacar la punta. Se buscan armar filas del mismo equipo de 2 a 6 integrantes, donde cada uno, del primero al último, va aumentando la velocidad a su máximo, para luego dar lugar al que lo sigue, hasta el último que debería ser el sprinter más veloz.
“Como ya venía cansado del intento de fuga, sabiendo que ya no tenía para un sprint, me puse a tirar yo faltando 3 kms”, cuenta Ruben apoyado en su bicicleta, “detrás de mí quedó Hernán y último venía Martín. Logramos sacarlo con Hernán primero a Martín, hasta faltando 50 metros”. Después de 120 kilómetros y más de dos horas y media de carrera: 50 metros donde se define todo. A Martín, del grupo Giant, lo sobrepasan. Ahora toma la punta Sebastián Tolosa, del equipo Recuperation. “Es un equipo que armamos exclusivamente para esta carrera”, cuenta Tolosa, de Saladillo, que “yo ya había estado en tres o cuatro fugas que al final se conectaron, y mis compañeros también estuvieron en otras. Pero cuando se arma el último embalaje quedo adelante con mi compañero Omar, que también es sprinter como yo, así que ahí nomás decimos quién estaba mejor para atacar y él me termina lanzando a mí. Quedo adelante en los últimos metros y sobre el final se me pone a la par Fede Vivas [del equipo KTM]”.
Vivas, campeón panamericano sub 23 en el 2018, lo cuenta desde su bicicleta: “faltando 30 kilómetros venía cansado, me pasó factura la carrera”, reconoce Federico, al igual que Tolosa, de Saladillo. “Lo venía marcando a Seba y cuando él movió yo traté de agarrar un poco de su estela. Él seguía adelante pero faltando unos 15 metros, pude acelerar un poco más y fue nada, media rueda”. ¿Te tenías fe faltando 20 metros? “Sí, sí, soy un corredor muy positivo. La carrera se termina en la raya, a veces ganás por nada, un tubo, centímetros. Siempre se va hasta la raya porque vos nunca sabés lo que le puede pasar al otro. Hoy faltando nada él venía adelante y después terminé ganando a yo”.
Federico Vivas fue el más rápido en estos 120 km como también lo había sido en las ediciones del 2015 (cuando tenía 18 años) y en el 2016. Luego el Gran Fondo se dejó de organizar y volvió el año pasado con una nueva estructura. Puntuando a los tres mejores de cada equipo: Roark A, seguido de KTM A (donde corre Vivas) y OG Factory. Mientras que en la categoría individual, fuera del Fórmula Pro Bike, los tres hombres más rápidos fueron Lito Oviedo, Guillermo Zambon y Sebastián Wilberger (llegando en ese orden) y en damas, Agustina Fernández, Eliana Tocha y Victoria Cassol. También hubo una distancia menor, de 55 kilómetros la cual la primera dama fue Mónica Santapa y el primer caballero Rodrigo López. Pero buscando en los podios, una gran historia asoma con el ganador de la categoría handbike, Andrés Biga corrió con sus manos, pero antes que eso se reinventó con su espíritu.
Renacer sobre ruedas
Hace ocho años Andrés competía en mountain bike, se medía contra los mejores veinte del país, una tarde iba solo por la autopista Richieri haciendo un entrenamiento largo y cuando se despertó estaba dentro de una ambulancia. Tenía treinta años.
“Tuve la mala suerte de que el camionero se quedó dormido. Aunque en el momento no me di cuenta de nada”, relata Andrés sentado en su silla de ruedas y cuenta que la lesión fue en la séptima vértebra dorsal. Luego de la operación estuvo un año en rehabilitación para poder volver a ser independiente. “Hoy vivo solo, manejo el auto, viajo, entreno todos los días. Dicen que con un trauma así, tan grande, se potencian las virtudes y los defectos de cada uno. Yo aprendí a vivir el día a día, de golpe todos mis proyectos se esfumaron. Ahí tuve que empezar de cero”.
“En mi trabajo [como controlador de tránsito aéreo en Ezeiza] tuvieron que poner un ascensor para que pueda volver. Tenía miedo que me quisieran jubilar, pero no fue así, por lo que soy un agradecido, porque podría haber sido peor, ¿viste?”, afirma Andrés con unos ojos celestes y entusiastas. En la rehabilitación descubrí el handbike y entrenando muy fuerte ingresó al seleccionado argentino. “Cuando viajé con la selección de discapacidad a los Panamericanos, al principio era un poco chocante porque me encontraba en un avión con 300 personas con diferentes discapacidades y me preguntaba ¿dónde me llevó la vida? Pero también empecé a aprender de los chicos que tenían discapacidades más graves que la que tengo yo ahora. Entonces eso te hace replantear y decirte: de qué me quejo, si hay gente que hace lo mismo que yo, incluso más, aún con discapacidades más graves”.
Andrés participió en el Gran Fondo Argentina contra otros seis competidores en su categoría, pero desde el inicio fue implacable, terminando primero los 55 kilómetros en 1h28m18s, a 37 km/h de promedio, yendo con la cadera a cinco centímetros del asfalto, como en un fórmula 1.
Biga se entrena de martes a domingo antes o después de trabajar, con esa disciplina se colgó la medalla de bronce en los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019. Además del gobierno con la beca y lo entrena Gabriel Delamatia del team AGMT, “que es un genio”. Si bien entrenaba mucho cuando hacía mountain bike, no era lo mismo. “Antes no era tan metódico y ni sentía la responsabilidad de ahora. Ahora es un segundo trabajo, yo estoy representando a la Nación y cobro una beca por estar donde estoy. Y esa beca depende de mis resultados. Antes cuando corría en mountain bike, si un día llovía y no tenía ganas de entrenarme, podía tomarme la libertad de no entrenar. Ahora llueva, caiga granizo o lo que sea, meto simulador tres horas y cumplo con la planificación que me dan”.
En handbike, en las bajadas, se alcanza velocidades de 80 km/h. A diferencia de una silla de ruedas usan multiplicaciones como las bicicletas y la posición es muy aerodinámica, prácticamente acostados. Reconoce Andrés que a esa velocidad: “la verdad que al llegar a una curva de 90 grados, afloja el que más se asusta”. Y recordando el mountain bike admite: “no pensé que se podía llegar a ir tan fuerte”.
Desde adentro
Acelerar, aflojar, acelerar más porque se van todos y pasan por todos lados, escuchar un ruido a choque y unos gritos, ver una caída. Las gotas de lluvia que enfrían las piernas y resbalan por el asfalto. La ciudad vista mil veces ahora con otros ojos, desde otro ángulo, desde adentro y sobre la bicicleta. Pero no conviene mirar mucho para los costados que delante, a unos centímetros, hay otra rueda que se mueve. Las autopistas que solo reciben vehículos a explosión, vedadas para ciclistas, ahora libres a la tracción humana. En dos palabras: experiencia única. En diez palabras: es más que andar en bicicleta, es un vértigo distinto. Así se vive desde adentro el Gran Fondo Argentina, o al menos así lo vivió este cronista después de 120 kilómetros a 35 km/h de promedio con algunos picos arriba de 50 km/h. Para contar lo vivido más allá de lo escuchado.
La magia de la primera vez
Francisco Colela tiene 47 años, es dentista, vive en Lobos e incursionó en el ciclismo hace unos años. En abril, el primer día que abrió la inscripción del Gran Fondo se anotó. Su historial previo: dos carreras de menos de 20 kilómetros en su ciudad. El objetivo, subirse a las autopistas porteñas para completar 120. “Ya la había visto el año pasado y desde ahí la estaba esperando”, reconoce Francisco. “Más que nada como motivacional para decir: che, tengo esto en octubre, no puedo aflojar de entrenar. Primero sin saber si la iba a completa. Pero ya en la carrera me fue muy bien, mucho más cómodo con el ritmo de lo que imagina [su promedio fue de 37 km/h]. Y ahora ya quiero largar una más larga, y alguna vez algo de dos etapas, y quizás después otra de tres…”.
Los más rápidos, los de atrás, los que les toca vivir dos vidas distintas, lo que pedalean y escriben, los que sprintan y los que lanzan, los que ganan la carrera y los que le ganan a la vida. Los 2.500 ciclistas que formaron esta edición del Gran Fondo Argentina dejaron sobre el asfalto un partecita de sus historias, una experiencia más en sus recuerdos y unos cuántos kilómetros más de vida.
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