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Gonzalo Peillat, tras anotarle un gol a los Leones y eliminarlos de París 2024: “Los campeones olímpicos de Río 2016 no nos podemos sentar en una mesa”
Marcó un gol para el 3-2 con que Alemania, país que representa, avanzó a los cuartos de final en el hockey sobre césped
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PARIS.- “Y encima nos hace el avioncito…”, se escuchó. A Gonzalo Peillat, los Leones lo detestan. Sobre todo después de que el defensor, campeón olímpico con Argentina en Río 2016, convirtió uno de los goles de la victoria por 3 a 2 de Alemania sobre el seleccionado nacional de hockey sobre césped, que quedó eliminado de los Juegos Olímpicos de París 2024 en cuartos de final. Hace dos años, el implacable especialista de córners cortos, que brilló en aquel conjunto dorado de Retegui, decidió nacionalizarse alemán, cansado –según argumentó en su momento- por la desorganización en la Confederación Argentina de Hockey y porque sintió que lo dejaron solo en sus reclamos, allá por 2018.
Después del encuentro, Peillat estuvo hablando cerca de 40 minutos con medios alemanes, luego pasó por la TV Pública, en donde pronunció la declaración maradoniana “Que la sigan chupando”, para después dar sus impresiones con LA NACION. Una situación a todas luces conflictiva, que la maneja de manera tan fría como si fuera un alemán: inconmovible y seguro de la decisión de haber cambiado de bandera. Ahora, solo piensa en llegar al podio con el conjunto teutón, que sufrió bastante y solo ganó sobre el final ante el equipo de Mariano Ronconi, en un estadio que ardió como una caldera.
-¿Y ahora? ¿Cómo te sentís?
-Argentina es un país muy futbolero: que sos un traidor, que sos un hijo de puta, blanco o negro y… Se habla mucho de mí en las redes sociales y mismo se habló acá en el estadio. El staff nuestro se peleó con la gente de la tribuna de atrás, que estaba todo el tiempo gritando..., pero sabía que iba a ser así. Para mí, lo de Argentina es un capítulo cerrado. Cuando lo hablé lo hice a corazón abierto y comenté cuáles eran los motivos de mi renuncia al seleccionado. Y no esperaba que la gente me apoyara o critique. Un 50 por ciento de la gente estará a favor y otro 50 en contra. Cada uno es dueño de su vida y tiene que tomar decisiones.
-¿Cómo fue aquella decisión de empezar a representar a Alemania?
-No quiero volver mucho al pasado, pero la decisión no fue fácil en ese momento. Y no la tomé de un día para el otro y dije: “Uy sí, lo hago”. Siempre tuve la esperanza de que iba a cambiar, iba a cambiar… y trataba de demorar la decisión para que estuviera esa esperanza de que efectivamente la cosa sí iba a cambiar. Pero no cambió nunca.
-¿Hablás de la Confederación de Hockey?
-Sí, de la Confederación. En ese momento, el equipo se quebró. Literalmente. Nos habíamos dicho: “Muchachos, hagamos esto para que se cambie”. Y estaban algunos jugadores que están hoy en el plantel de Argentina… me da vergüenza verlos, porque en ese momento estaban al lado mío; son los mismos que me dijeron: “Sí, lo hacemos”. Y cuando fui a plantearles [a los dirigentes] y dije: “Che, pasa esto”, miré para atrás y me había quedado solo. ¿Y los que estaban conmigo? “Ah, no, fue él” (se señala así mismo). Si iba a ser así, listo. No tengo problemas: dije los motivos, esto y esto, miré para atrás y jugadores referentes del equipo me dejaron solo. Entonces, cuando se quiebra un equipo... ¿Cómo podés representar a tu país? Si yo represento a una selección lo hago al ciento por ciento y doy los motivos de por qué la represento. ¿estar por estar?… yo no lo puedo hacer.
-¿Y qué se siente anotarle un gol a Argentina?
-Es una pregunta medio futbolera. Si le meto un gol a Argentina, le meto un gol a Australia, le meto un gol a Inglaterra, lo voy a gritar de la misma forma, porque desde el momento en que decidí jugar para Alemania, lo hago en un ciento por ciento. Y cuando lo hice para Argentina, nunca me titubeó la mano para pretender hacerlo a un cincuenta por ciento. Di lo mejor. Si finalmente no di más fue porque en el equipo hubo jugadores que en su momento se quisieron acomodar por estar y por tener privilegios. Yo la verdad nunca quise tener privilegios. Y si los hubiera querido tener, lo habría tenido. No soy un arrogante ni nada, pero… ¿quién me iba a echar del equipo? Me fui porque quise cambiar la cosa. ¿Es triste? Sí, es triste. ¿Me dolió en su momento? Sí, me rompió el corazón, porque éramos diez jugadores que decíamos: “Vamos a cambiarlo, vamos a cambiarlo” y al final me quedé solo.
-¿Tenés trato con tus excompañeros, con los Leones?
-No, la verdad que no. Con los campeones olímpicos de Río 2016 no nos podemos sentar en una mesa. Ya eso te dice mucho. Mazzilli (Agustín), referente del equipo, no me puede dirigir la palabra. Entonces eso lo dice todo.
-¿Dónde tenés la medalla dorada de Argentina ganada en Río?
-La medalla y la camiseta se las regalé directamente después del partido a mis padres. Están en la casa de ellos y siempre que voy al país están ahí. Es algo único. Fue el regalo para mi familia: “Acá está la camiseta y la medalla”.
-¿A nivel organizativo dentro del hockey, Alemania sí es un relojito?
-Alemania, a diferencia de Argentina, es un país que planifica, que sabés cuándo vas a estar, cuándo no vas a estar, cuando es tu momento de pausa, cuándo no, cuándo es tu momento de club o de selección… Y no es de acá a tres meses, sino que tenemos un cronograma de acá a 2026. Es un país más ordenado, es así en todo. Por ahí Argentina tiene la falencia de que el técnico no sabe qué va a pasar: “Que en tres meses me echan”, “Que viene otro”, “Que me hacen la cama”. En Alemania, en cambio, les dan la seguridad al técnico y a los jugadores hasta 2026.
-¿Es verdad o un mito que Argentina es más pasional por idiosincrasia?
-No sé si es eso, sino que el argentino es “Me llevo el mundo por delante” y en Europa es: “Sé cuáles son los límites y no me puedo llevar el mundo por delante, porque si hago una de más, me choco la cabeza contra la pared o voy preso. En Argentina es “¡Ehhh no pasa nada, paso el semáforo en rojo”. Y en Alemania, si pasás el semáforo en rojo perdés el registro por tres años, no manejás más. Lo mismo con el alcohol: “¡Ehhh manejamos todos borrachos”. El argentino es vi-ve-za. Y en Europa, no.
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