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Los misterios del hoyo 12 del Masters de Augusta, donde los espíritus juegan con el vuelo de la pelota
AUGUSTA.- Pasa algo raro allá a lo lejos, porque la bandera del 11 flamea para un lado y la del 12, para el otro. ¿Cómo puede ser, si ambos greens están a pocas yardas entre sí? Con ojos vivaces o binoculares verdes, el público intenta adivinar ese misterio a la distancia, desde una tribuna. Sucede que los espectadores no tienen acceso a la zona de definición de esos hoyos; solo palpitan de cerca el tiro de salida en el 12 y despiden a los jugadores, que enseguida enfilan en soledad hacia el green cruzando el Rae’s Creek, a través del puente Ben Hogan.
De un primer vistazo nada debería ser tan grave en "Golden Bell", el nombre de un par 3 que no varió de las 155 yardas desde hace más de 70 años, pese al estiramiento al que sometieron a la cancha con el tiempo. El 12 es el hoyo más corto del Augusta National, pero las cosas se complican si se consideran esos tres búnkers estratégicamente ubicados y un green pequeño que vuelve imperativo el aterrizaje de la pelota en el pasto más corto. Además, el arroyo bordea y protege el green, pero esos factores son apenas el comienzo de la dificultad. Sam Snead, tricampeón y que jugó el certamen 44 veces, ya hablaba en 1937 del diabólico remolino que envolvía al 12. Se refería no solo a esas brisas circulares que transforman al hoyo en un sumidero, sino también a su sitio geográfico, el punto más bajo de la cancha. Un dato: el Club House, ubicado a 915 metros en dirección hacia el norte, está 53 metros más alto.
Una cámara fija en el tee del 12, en cualquier domingo definitorio del Masters, retrataría a los líderes girando su cabeza al cielo para recolectar pistas de los efectos del viento. O quizás tratando de alzar una plegaria para que no les pase lo mismo que a Jordan Spieth, que en 2016 daba un paseo triunfal rumbo a su segundo título hasta que cayó dos veces al agua y dilapidó sus chances. Ese bendito viento, tan indescifrable, provocó tragedias golfísticas como la de Tom Weiskopf, que en la primera vuelta de 1980 anotó ¡13! Luego de hundir la pelota cinco veces seguidas en el Rae’s Creek. Gary Player se asustó en su primera experiencia en Augusta, al jugar con Hogan y Snead en 1957. Uno se fue al agua y el otro se pasó del green. "Fueron dos de los más grandes pegadores que hubo en el golf. Cuando vi lo que les ocurrió, me dije: ‘Algo debe de haber en este hoyo’. Y el tiempo me lo demostró".
El mito se instaló y empezaron las elucubraciones. Ben Crenshaw –bicampeón- dice que el 12 fue construido en el espacio de un antiguo cementerio indio y que varios elementos fueron descubiertos durante la excavación del pozo en 1931. "A veces todo se reduce a la superstición. Cuando el viento aumenta mientras la pelota está en el aire y te la termina arrojando al agua, los caddies locales dirán: 'Los espíritus lo consiguieron'". Si existiera un raro embrujo, como asegura Crenshaw, convendría entonces aferrarse a algunos rituales. El propio Hogan, por ejemplo, nunca pegaba en el 12 "hasta sentir el viento en su mejilla izquierda". Quizás habría que prestarle atención al consejo de Jack Nicklaus, máximo ganador con seis chaquetas: "La clave es esperar hasta que las banderas del 11 y 12 estén flameando en la misma dirección. Puede pasar un tiempo hasta que eso suceda, pero finalmente irán de la misma manera. Tendrás que esperar". Bernhard Langer, campeón dos veces, cuestiona la teoría del Oso Dorado: "No podés esperar 5 minutos para que se alineen las banderas. Yo me doy 20 o 30 segundos, y si el remolino continúa, cambio de palo. Paso de un hierro 8 a un 7 para que la pelota salga más baja. Siempre es mejor pegar largo que corto".
El 12 es tan difícil como el 11 y el 10. En Augusta, todos los hoyos son iguales de difíciles; hay que encararlos con cuidado y respeto. Pero es fundamental un buen caddie que conozca la cancha
Aparentemente no sirve para nada tirar hierba al aire y comprobar para dónde sopla el viento, a la vieja usanza. Larry Mize elige hacer volar un poco de pasto, pero no en el tee de salida del 12, sino apenas emboca en el hoyo del 11, un área más cercana al green de Golden Bell y que ofrece, según él, mayor precisión en el diagnóstico. Teorías. Como las de Fuzzy Zoeller y Hale Irwin, que miran el movimiento de la copa de los árboles de la salida del 13, justo a la derecha. O la de Tom Kite, que observa cuán altas o bajas flotan las nubes en el cielo del 12. Steve Stricker sostiene una fórmula que no depende de él: dice que ayuda que los compañeros de grupo peguen primero. "Pero si se pasan del green o se van al agua, la decisión se te vuelve más difícil", reconoce. Por ser zurdo, Phil Mickelson cree que posee una ventaja en este hoyo: "Si sos diestro tenés que ser mucho más preciso, porque contás técnicamente con un área más chica para pegar. Corrés más riesgo de quedar corto y caer en el agua sobre la derecha o, si la forzás un poco, te vas largo a la izquierda por sobre el green".
En el Masters 2003, Scott Verplank hizo 2-2-2-2: cuatro birdies de jueves a domingo. "Existe mucho factor suerte en este hoyo: hay que esperar que no haya circunstancias especiales cuando tu bola está en el aire", argumenta sobre el 12, que puede ser atacado con hierros que van desde el 6 al 9, o incluso un wedge. Hablando de suerte, a Fred Couples la pelota le quedó apenas colgada en la plataforma poco después del arroyo y quedó a centímetros de que rodara para atrás hacia el agua. Terminó llevándose el saco en 1992.
Tantas singularidades en el vértice del Amen Corner llevaron a que Rajat Mittal, profesor de ingeniería mecánica en la Universidad Johns Hopkins, y Neda Yaghoobian, investigadora postdoctoral, desarrollaran un estudio en el que se analizó el efecto del viento en relación con la precisión de los tiros en el hoyo 12. El trabajo fue presentado en una reunión de la División de Dinámica de Fluidos computacionales de la Sociedad Estadounidense de Física. Así, se elaboró un modelo computadorizado que incorporó la aerodinámica de la pelota, el ángulo de lanzamiento, la velocidad de rotación, la topografía, los árboles de alrededor y los datos meteorológicos. El objetivo era predecir cómo las variaciones en la velocidad y la dirección del viento influirían en el vuelo de la pelota.
¿Cuál fue la conclusión? La verdadera complejidad en el viento se debía, finalmente, a las copas de los árboles que rodean el hoyo, que alcanzan casi los 30 metros de altura. "Si se utiliza un hierro 9, el punto de la curva del vuelo de la pelota desde 155 yardas se mantiene por debajo de los 30 metros. O sea que todo ese vuelo ocurre a la sombra de ese dosel árboreo, lo que altera el efecto del viento en esa área", apuntó Mittal, que agregó: "Respecto del abordaje de esos remolinos, cuando probamos eliminar los árboles del modelo y ejecutamos las simulaciones, todo se volvió mucho más simple y predecible". Bruce Kalinowski, meteorólogo de The Weather Channel y conocedor del área, grafica: "El campo de golf tiene una forma de crear su propio microclima que puede anular o exagerar el viento predominante. El viento se desvía de los accidentes geográficos y los árboles de allí, y se arremolina. Puede estar en calma en un punto específico, pero soplando a 100 yardas de distancia".
Los jugadores viven el 12 como una prueba de fuego. Un combo de desafío mental y máxima calibración. Ya lo dijo Mize: "Si ese hoyo no te sube el corazón a la garganta, ningún otro lo hará". El público disfruta in situ del morbo y examina como nunca a los golfistas. Y el que lo mira por TV, seguro que no cambiará de canal cuando el traicionero Golden Bell aparece en pantalla.
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