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La paradoja de Sergio García: alguna vez odió la cancha que ahora lo catapultó a la gloria
Al borde de los 30 años, el español se mostraba como un golfista hastiado de las frustraciones en los grandes certámenes y en 2009 hasta arremetió contra el campo de Augusta, pero tuvo paciencia y logró su gran desquite
Sólo habría que ver si el color estará a tono con la celebración, pero Sergio García podría casarse en julio próximo con el saco verde del Masters. Quizá tendrá que pedirle permiso a su prometida, Angela Akins, testigo privilegiada del playoff con Justin Rose en el green del 18. Pero el héroe de Borriol cuenta con grandes chances de obtener también el sí respecto del vestuario: ella es golfista y periodista de Golf Channel y entiende perfectamente el valor simbólico de esa prenda en este deporte.
"Estábamos justo hablando de eso", apuntó García, entre risas, cuando le preguntaron si usará la chaqueta en la ceremonia. "Ésta es un poquito grande; sería lindo, pero no sé: cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él", respondió. Los campeones pueden darle cualquier uso al saco original en los 12 meses posteriores a la conquista, pero luego deben devolverlo para que permanezca en el locker del Augusta National. Por caso, el inglés Danny Willett, campeón del Masters en 2016, se paseó por las tribunas del torneo de Wimbledon luciendo el saco verde, combinado con una corbata amarilla.
Al borde de los 30 años, Sergio García se mostraba como un golfista hastiado e inmerso en un espiral de frustraciones. Y lo paradójico es que su particular encono era con el Masters. En su participación de 2009 arremetió furioso contra el campo del Augusta National, el club en donde deben cuidarse las formas como en ningún otro lugar. "No me gusta, creo que no es justo, es demasiado complicado y más bien una lotería", fustigó. Ante la siguiente pregunta, sobre qué creía que debían modificar en la preparación de la cancha, García contraatacó: "No me importa. Que hagan lo que quieran, no es mi problema. Yo vengo, juego y me marcho. Y si no fuera un Major, lo borraría de mi calendario". Por supuesto: tuvo que pedir disculpas y tardó varios años en recomponer relaciones.
Todo era una cuestión mental, evidentemente, porque nunca le faltó juego para agigantarse en este edén de magnolias y azaleas. Augusta requiere, ante todo, sensibilidad. Y Sergio es capaz de jugar un hierro 9 desde 140 metros y un hierro 4 desde la misma distancia. Con su lenguaje llano y onomatopéyico, Severiano Ballesteros -que hubiese cumplido 60 años el último domingo- solía hablar maravillas del apodado "El Niño": "Este chico es bueno, bueno, ¿eh?". También José María Olazábal, otro campeón español del Masters, que elogiaba sobre todo su versatilidad con distintos palos.
Por fin Sergio, a los 37 años, cumplió con su gran asignatura pendiente: un Major. Antes de su debut en los Juegos Olímpicos de Río 2016, el 7º golfista del mundo hablaba sobre su deuda deportiva con LA NACION: "Cuando Henrik Stenson se llevó el último Open Británico me dijo: «Tengo 40 años, tú tienes 36; hasta que llegues a mi edad te quedan 16 Majors. Mira si tienes posibilidades». La verdad es que estuvo bien". Allí, en Barra da Tijuca, su rostro luminoso ya dejaba atrás ese resentimiento frente a grandes objetivos que nunca se cristalizaban. Y ocho meses después de su experiencia olímpica, dio el gran zarpazo en el torneo grande que todos quieren adjudicarse.
En 1999, cuando se hizo profesional, el castellonense estaba señalado para ser el contrapeso de Tiger Woods. Jamás consiguió semejante estatura y vio varias veces cómo la gloria le pasó por el costado, mientras el astro californiano acumulaba Majors. Nunca tan evidente como cuando estuvo a un golpe de triunfar en el Open Británico de 2007, pero su putt mordió el hoyo por la izquierda y, en el desempate, sucumbió ante el irlandés Padraig Harrington, el campeón. Se lo recuerda de su paso por Carnoustie con sus manos apoyadas en el grip del putter y su cabeza escondida entre sus brazos, incrédulo ante tanta mala suerte. Aunque ése no fue su único sinsabor en citas de las grandes: los segundos puestos en el PGA Championship de 1999 y 2008, más el 3er. lugar en el US Open de 2005 dan cuenta de lo cerca que quedó de concretar una gran faena. Parecía que el domingo se repetía ese raro embrujo, pero no: la historia, alguna vez, debía cambiar.
El mundo del golf fue injusto con Sergio García, porque si bien suma 10 victorias en el PGA Tour y 12 en el Tour Europeo, el gran público sólo lo reconocía hasta el domingo como un grandísimo jugador de la Copa Ryder, un hombre clave en los triunfos del equipo europeo en 2002, 2004, 2006, 2012 y 2014. Quien caminó la cancha Colorada en el Abierto de la República de 1998, seguramente puso los ojos en aquel amateur de 18 años que prometía tanto. Lideró tras la primera vuelta y culminó 2º en el Jockey Club, con rondas de 67-77-66-66, a cinco golpes del paraguayo Raúl Fretes. "Desafortunadamente, aquella fue mi última visita a la Argentina", se lamentaba en Río 2016, pero sus lazos con los jugadores argentinos son fluidos, antes con el Gato Romero, luego con Ángel Cabrera y últimamente con Emiliano Grillo.
Liberado ya del estigma de no poder consagrarse a lo grande, a García se le abre ahora un increíble horizonte, lleno de posibilidades en el PGA Tour. Las presiones de la prensa, del público y de él mismo quedaron definitivamente atrás. Aunque tortuoso, el recorrido valió la pena.
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