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Golf en el bosque: historias de vida, el ex motoquero fracturado y el chico que aprendió a superar frustraciones
En Cariló, casi un centenar de participantes de 12 a 21 años disfrutó de una competencia singular: la 33a edición del Campeonato Nacional Interfederativo de Menores y Juveniles
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Se juntan golfistas con títulos internacionales, chicos de todo el país que están jugando sus primeros nacionales, una cancha de golf que nació dentro de un bosque y se forma algo especial: la 33a edición del Campeonato Nacional Interfederativo de Menores y Juveniles. En los links de Cariló, entre pinos y piñas, 90 chicos de 12 a 21 años jugaron como casi nunca: en equipo. Representando a sus federaciones, en formaciones de seis chicos y tres chicas, vivieron un fin de semana donde una cancha desafiante y un clima marítimo los enfrentó a todo: algo de lluvia, algo de viento, bastante de sol y mucho de bosque. Golfistas ya desarrollados mostraron su excelencia, debutantes en el torneo lucieron sus cabezas rapadas como ceremonia de iniciación y en el medio, euforia, enojos, historias de superación y esperanza, y hasta un pequeño infiltrado de ocho años persiguiendo a su campeón. Un cierre de año ideal para reunir a quienes serán algunos de los mejores golfistas argentinos de la próxima década.
Cada una de las diez federaciones de golf de la Argentina arma su equipo en categoría menores y juveniles. Es verdad que todos quieren ganar, pero en el Campeonato Nacional Interfederativo se busca algo más. Encontrarse, jugar en equipo, compartir. Cada federación es sede de este torneo una vez por década, y se van rotando. Este año le tocó a la Federación Regional Mar y Sierra, que eligió, por primera vez, la cancha de Cariló como anfitriona. Según la describe su gerente general, David Leguizamón, “es una cancha dentro de un bosque, a diferencia de otras que fueron plantando los árboles, nosotros ya los teníamos, fuimos abriendo, se fue haciendo el diseño, y el entorno de la vegetación la hace distinta”. Con medio siglo de historia, Cariló recibió a las promesas del futuro.
“Esta es una cancha que los va a hacer pensar”, asegura Mike Leeson, director ejecutivo de la Asociación Argentina de Golf (AAG). “Acá se requiere de mucha estrategia y será un buen testeo para los chicos. Más allá de que cada federación tiene su estilo, nosotros buscamos cumplir las formalidades del desfile, de la ropa, es parte de nuestro legado también, que no todo da lo mismo”, afirma a LA NACION, luego de la ceremonia de apertura, quien fuera presidente de la AAG entre el 2012 y el 2016. El viernes a la noche un cielo estrellado cubría la apertura oficial del Campeonato Nacional Interfederativo y noventa chicos se iban a dormir pensando en el primer golpe de salida del sábado.
Pero el sábado llovió desde el amanecer. El inicio de la jornada a las nueve se hizo imposible. Bajo una lluvia suave pero pesada y todas las miradas estaban puestas en el cielo, y en la cancha. Hasta que las nubes se apiadaron de las ganas de jugar, y el clima cambió tan pronto como sucede en la costa marítima. A las once de la mañana el sol brillaba; los primeros golpes de salida se daban en simultáneo desde el tee del uno y el del diez y la cancha demostraba que estaba preparada para todo, incluso los 27 mm que la mojaron.
Juan Martín Loureiro (21) o María Cabanillas (19), ambos ganadores del Optimist Junior International (2021 y 2019 respectivamente), salían a jugar con chicos de todo el país. Ahí se encontraba Constantino D’ascanio, que con 12 años recién cumplidos había viajado desde Mendoza, junto a su mamá y su hermana, y estaba compartiendo con los mejores y descubriendo Cariló. “Me encantó la cancha. Es lindo ver como los grandes piensan las estrategias acá”, cuenta Constantino que empezó hace mucho tiempo a jugar al golf, con tres años. “Me encantó [el golf] desde que empecé. Le entré a pegar y pegar, entrenar, entrenar, y bueno, empecé a jugar bien”, explica sin tanto misterio, cómo llegó a representar ahora la Federación de Centro Cuyo y exclama su deseo para este fin de semana: “Ojalá no me pelen”.
Sin ser una metáfora referida a que no le ganen fácil, D’ascanio desea, literalmente, que no lo pelen, que no le corten el pelo. Es que la ceremonia no escrita, pero transmitida de generación en generación para los debutantes en el Interfederativo, es que los rapen. Ya veremos la final del domingo qué suerte corrió su cabellera.
Mientras firmaba una tarjeta de 74 golpes (la cancha es par 73), Jeremías Portas Aráoz (16) contaba: “La cancha drenó excelente y eso facilitó jugar después de la lluvia. Aunque hasta tomarle la mano al piso más pesado, algunas quedaban largas y otras quedaban cortas”. Y eso Jeremías conoce esa cancha como si hubiese empezado a jugar ahí, literalmente. A los dos años y medio su papá lo plantó en el fairway del 1, Jere revoleó el palo y le pegó a esa pelotita blanca de 4,3 centímetros.
“Veníamos todos los veranos, por eso para mí esta cancha es muy especial”, reconoce Jeremías. Desde entonces nunca paró de jugar y a los 14 años ganó su primer Nacional. Luego de más de una década de ese inicio se encontraba como tantas veces en Cariló pero ahora jugando scratch (un handicap de cero golpes) y participando por primera vez en un torneo en “su” cancha. “Este es un lugarcito que me hace bien, ya le tomé mucho cariño a la cancha. Y competir acá para el equipo de la Federación Metropolitana te hace querer jugar bien no solo para vos, sino más que nada para el equipo. ¡Queremos retener el título!”, reconoce Jere, que se da vuelta para saludar a un amigo y se le ve una cinta rosa pegada a la gorra.
“Mi mamá tuvo cáncer de mama cuando yo era chiquito, tenía 5 o 6 años” relata Jeremías. “No me acuerdo mucho de eso, quizá porque tuve una buena memoria que me sacó ese mal momento. Y bueno, en octubre fue el mes de la concientización del cáncer de mama. Ya es noviembre, pero quise seguir usándola”. Jeremías cuenta que su mamá, María Laura, ya está muy bien, y que incluso quiere aprender a jugar al golf. “Le cuesta un poquito, pero con papá le vamos enseñando”. Se va Jeremías con su bolsa rumbo al putting green. Desde un costado, sin interrumpirlo, lo mira María Laura.
“Me encanta verlo jugar, acompañarlo por la cancha. Pero no me preguntes cuántos golpes hizo porque no tengo ni idea”, se ríe María Laura Aráoz. “Fue hace diez años cuando me diagnosticaron, Jere empezaba la primaria. Operación, tratamiento, pero bueno, acá estamos, bien”. María Laura cuenta que ella no se puso la cinta, ni nadie le pidió a Jeremías que lo haga. “Nació de él solo… es un dulce de leche”.
La madre del joven golfista agrega: “¿Viste cuando dicen “los hijos como maestros”? Jere aprendió mucho del golf, a superar la frustración, a tener rutinas de entrenamiento, y nosotros nos tenemos que acomodar a esos horarios. Él quiere hacer lo mejor posible, y hay que sumarse a esa disciplina. Más allá de como juegue, es un orgullo ver cómo lo vive”.
Mientras dentro del restaurante del Cariló Golf, los chicos charlan, se cuentan sus golpes, cómo estuvo la vuelta. “Hoy la verdad es que jugué más o menos, no se me dieron tantas cosas, más que nada arriba del green; me boquearon muchos hoyos”, explica Umma Deprez (15) sobre esa fea actitud que suele tener la bola de golf de rodear todo el perímetro del hoyo y no querer entrar. “Pero yo más que nada soy buena en remontarla cuando me enojo, es como que me pongo la mente en blanco y digo, bueno, ya está, paso de página”, resalta la jugadora de Sierra de los Padres Golf Club su mentalidad deportiva. Octava en el Sudamericano de Santiago de Chile del año pasado, Umma menciona los destacados de este torneo: “Acá tienen un club hermoso y el restaurante es de los mejores de la Federación, el trato fue excelente y nos dan de comer muy rico”.
El primer día del Campeonato Nacional Interfederativo va llegando a su fin, las delegaciones se van a descansar. Entre los varones Mar y Sierra, la anfitriona, quedó temporalmente empatada en la punta con la Federación Metropolitana y las cordobesas pusieron su federación en el primer lugar en solitario. Más tarde volverán para la cena de gala, ahora hay que tomarse unas horas para reposar. En el putting green Martín Portas le dice a su hijo, “bueno, ya vamos”. Son pasadas las siete de la tarde, literalmente no queda nadie afuera, sólo el cronista de LA NACION, el padre y su hijo. “Esperame tres golpes más, papá”, le responde Jeremías. La última pelota rueda hacia el hoyo y luego sí, se van.
El domingo amaneció diáfano y la cancha húmeda con greenes receptivos recibió el viento salado del mar. Ya no todo lo que caía alrededor del hoyo se mantenía ahí y las corrientes de aire jugaron con varias pelotas entre los pinos. “Este deporte tiene esa dinámica de que no es nada lineal”, lo define Martín Corba, coach de alto rendimiento de la AAG, “y es el único en el que una cancha reglamentaria no se parece a otra. Y Cariló es una cancha encajonada, llena de árboles, corta pero muy técnica. Nos tocó lluvia y después viento, y la cancha es otra. La pelota pasa a rebotar mucho más y hay que saber leerlo”. Su función en el torneo es ver el desempeño de los chicos en juego, consultarlos por las decisiones (acertadas o equivocadas) que toman, anotar aspectos a corregir. “Miramos mucho quién se adapta mejor a los cambios, quién hace mejores cuentas para calcular las nuevas situaciones”. Y desliza un detalle importante para que anoten los golfistas en canchas como estas: “es finito, pero es parte de lo que hacemos nosotros: entender que a nivel del terreno tenemos un viento, pero cuando la pelota va para arriba de los árboles puede ser completamente otro. A veces sentís viento a favor pero al usar la brújula para calcular la dirección real del viento, esta te dice que el viento es en contra. Vos lo sentís en la espalda y en el momento es muy difícil confiar en que el viento va a venir de frente. Pero por más que yo sienta que viene acá o que viene allá, si la brújula me dice que va para adelante, arriba de las plantas va para adelante”.
Uno de los que sumó algún golpe más el domingo fue Fermín Guerendiain (15), que empezó el finde con 72 golpes y lo terminó con 75. Viene de salir tercero en el Campeonato Sudamericano Prejuvenil en Curitiba, Brasil. “Juego torneos desde que tengo cinco años, pero al golf desde que me puedo parar. Mi papá me daba un palo en casa y yo le pegaba”, cuenta Fermín sobre el golf y su papá e intenta recordar: “No estoy seguro cuando le empecé a ganar a papá… pero fue hace mucho, creo que tenía 8 o 9”. Igual asegura que papá Guerendiain no se lo toma para nada mal y prefiere acompañarlo cuando juegan en Azul y los fines de semana cuando viajan a la cancha Valle de Tandil. En la mesa de al lado escuchan Vicente Anconetani (15), el jugador de Bell Ville Golf Club (Córdoba) y su padre. Ellos también saben de duelos familiares.
¿Quién le gana a quién? “Yo le gano”, asegura Vicente, aunque luego duda: “Bueno, a veces”. Y afirma que la única vez que había jugado en Cariló fue en unas vacaciones con su papá. “Esa vez le gané”, se apura a apuntar. “¿Te ponés contento porque tu hijo está jugando mejor o te enojas porque vos estás jugando peor?” A lo que Anconetani padre responde: “Contento… me tiene que ganar, con todo lo que entrena. Y convengamos que él tiene 15 y yo 52″.
Por detrás de ellos pasa un joven golfista pelado. No es el único, son varios, todos debutantes. Ni a Constantino D’ascanio con 12 años lo perdonaron. El flamante calvo es Manuel Zubizarreta (14) de Bahía Blanca. “Se siente rarísimo”, asegura Manuel mientras se pasa la mano por el cuero cabelludo. “Pero la verdad que es más fresco. Y que un poco lo disfruto, porque estar jugando acá está buenísimo”. Cuenta que él también enfrenta su duelo con su papá, Carlos, pero que no la tiene fácil porque Manuel tiene 6de handicap y Carlos 1.
“Papá intentó bastante tiempo que juegue al golf, pero recién me convenció hace cuatro años”, revela Manuel. También admite que no le fue como él hubiera querido en el torneo, pero “la verdad que la pasé muy bien, me sentí cómodo, y estar con los chicos fue una experiencia buenísima”. Por último, confiesa que él en realidad empezó a jugar cuando comenzó su mamá, Laura. La misma que trata de sacarle una foto sin que la vean mientras le entrevistan al hijo.
“Sí, Carlos quería que empiece y yo le dije, déjame que empiezo yo y Manu se engancha”, cuenta Laura. “De paso me sirvió para darme cuenta lo difícil que es”, se ríe y agrega: “Mi marido siempre me había dicho de jugar, nunca le hice caso… pero un hijo puede todo. Terminé tomando clases para entender un poco más lo que Manuel hacía”. Así como fueron desde Bahía Blanca a Cariló, los Zubizarreta recorren el país, con su único hijo, detrás de los torneos de su categoría. Bariloche, Córdoba, donde sea. “Yo empecé a jugar a los nueve años y aún tengo amigos que hice en esa época, me gustaría que el golf le deje lo mismo a Manu”, reconoce Carlos. “¡Y cómo lo va transformando!”, agrega Laura y cuenta una anécdota: “Una vez tuvo que desempatar un torneo con un hombre grande, él era chiquito. Jugaron hasta dos hoyos de desempate y terminó perdiendo... después en casa, lo escuchaba en la ducha cómo lloraba… no, te aseguro que eso te estruja. Pero ahora ver cómo lo asimila, cómo maduró; el golf lo está transformando en un hombre, eso es lo que más me gusta de este deporte”. El domingo va terminando y luego de la premiación la familia Zubizarreta tendrá seis horas de viaje hasta Bahía Blanca. Bastante tiempo para hablar del debut.
Llega la premiación, el equipo masculino de Mar y Sierra se impuso y el femenino de la Federación de Córdoba fue la dominante, con Ana Giuliano (15) como su mejor jugadora firmando 73 y 77 golpes. “La verdad que soy medio vaga, no me gusta mucho entrenar”, confiesa pura risa y tonada cordobesa la reciente campeona en el Yatch Junior Invitational de Paraguay. Todo van retirando sus copas, incluido Juan Martín Loureiro (21), que fue el que menos golpes dio en todo el fin de semana, 71 y 72. Por su edad es su último Campeonato Interfederativo, había jugado el anterior antes de la pandemia, cuando era uno más de esos chiquitos con futuro y ahora volvía como como un golfista consagrado, ganador este año del 129° Campeonato Argentino de Aficionados y del National Open en Paraguay.
“Cuando viene la última vez, yo trataba de seguir a todos los mejores, de hablar con ellos, y a veces no era tan fácil”, cuenta Juan Martín, más conocido como Juanchi. “Ahora, al volver unos años después, me doy cuenta de que quizás me miran como yo los miraba a los grandes. Y trato en lo posible de acercarme, de hablarles cómo me hubiese gustado que lo hagan conmigo”. Cuenta el golfista que abrazó de lleno el deporte cuando su mamá dijo basta al ver cómo su hijo de 12 años se rompía por segunda vez la clavícula haciendo motocross (la primera quebradura fue a los 9). “Así que ahora el golf es como mi trabajo, son ocho horsa todos los días”, cuenta “Juanchi” y asegura que puede sentir más adrenalina arriba de un green, al definir un torneo, que arriba de una moto.
Desde abajo lo mira Juan Sebastián que tiene 8 años y lo siguió los dos días del torneo por toda la cancha. Su papá le dice “Juanse, ¿querés que vayamos a saludar a Juanchi?”. El hijo asiente en silencio, tímido pero sonriente. Se acercan, Loureiro está hablando por teléfono, quizá contando como terminó el torneo a algún familiar. Juanse y su papá esperan, a distancia, sin animarse a invadirlo hasta que corta y se arriman. Saludan, hablan un poco y Loureiro les propone: “¿Vamos a comer algo?”.
La 33° edición del Campeonato Nacional Interfederativo de Menores y Juveniles estaba llegando a su fin. Se entregaron todas las copas y hasta se sorteó un monopatín eléctrico entre los jugadores. “Ver la camarería de los chicos este fin de semana fue hermoso”, admite Nelson Valimbri, presidente del Cariló Golf. “Todo esto sería imposible sin el equipo de trabajo que recibió a los chicos, les dio todas las comidas y el pueblo de Cariló que ayudó en cada hospedaje”. Desde campeones internacionales hasta debutantes pelados, se llevaron más que una copa de Cariló: un montón de recuerdos y aprendizajes. Incluso Juanse, con 8 años, que pudo sentarse a la mesa con Loureiro y luego de comer juntos contó: “Es muy bueno Juanchi, en mi mesa de luz tengo una pelotita firmada por él”.
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