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El campeón de golf al que comparaban con Tiger Woods y que un día se esfumó del deporte, pero al que nadie pudo olvidar
Anthony Kim se retiró del circuito hace 10 años, pero la gente todavía le pide que regrese; una vida enigmática y la propuesta de la liga árabe para que concrete su vuelta a las canchas
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Un joven camina a paso ligero por una extensión de hierba segada, de camino a un lugar totalmente nuevo. Cientos de personas aplauden a su paso. Gritan su nombre. El joven baja la cabeza, se quita la gorra blanca y la sostiene en el aire. Una sonrisa se dibuja en su rostro y luego desaparece.
Es Anthony Kim. Es 2008, tiene 22 años y está a un golpe de conseguir su primera victoria en un torneo de golf profesional. Cuando llega al green del hoyo 18, hace una pausa, no sólo para alinear su último putt, sino también, como revelará más tarde, para dejar que un simple hecho se agolpe en su conciencia: “Mi vida está a punto de cambiar”. Kim golpea la pelota y ésta cae estrepitosamente en el hoyo. Golpea el aire dos veces, grita “¡Sí!” dos veces. Hace una reverencia. Es 1,2 millones de dólares más rico.
“Esa subida por el 18 fue la mejor sensación de toda mi vida”, dice más tarde ese mismo día. “Ahora quiero recrearla tantas veces como sea posible”.
La sensación sería efímera. Cuatro años después de aquella primera victoria, y tras otros triunfos que lo consagraron como una de las mayores estrellas del golf, Kim se retiró repentinamente del deporte. Las lesiones dificultaban su juego y necesitaba tiempo para recuperarse. Pero más allá de sus problemas físicos, algunas fuerzas invisibles e irreconocibles debían de estar agitándose en su interior. Porque nunca volvió.
“El Yeti del golf”
Una década después de que Kim dejara de jugar al golf profesional, la gente sigue fascinada con él, sigue preguntándose dónde está, sigue sintiendo curiosidad por saber si volverá algún día. Se lo preguntan, en parte, por su talento. Su potencia, su toque, su coraje eran una receta de grandeza sostenida. Pero, sobre todo, se lo preguntan porque nunca se molestó en dar explicaciones. En un mundo de interminables giras de jubilación y conmovedores discursos de despedida, Kim se marchó en 2012 sin decir adiós y casi no ha hecho apariciones públicas desde entonces.
Se suponía que Kim iba a ser el próximo Tiger Woods. En lugar de eso, se convirtió en el J.D. Salinger del mundo del deporte. Sports Illustrated lo llamó “el yeti del golf”. Fotos e historias que insinúan su paradero se hacen virales regularmente en las redes sociales. El verano pasado, cuando el nuevo circuito LIV Golf empezó a reclutar jugadores con enormes sumas de dinero garantizadas, la mente de mucha gente se dirigió al mismo interrogante: ¿Podría Kim, de sólo 37 años, volver a jugar?
Las carreras deportivas son raras y valiosas. Se ganan con esfuerzo, con años de práctica tediosa y a menudo solitaria. Y son frágiles, susceptibles a los estragos de la edad y las lesiones. La mayoría de los atletas, por estas razones, tienden a atesorarlas. La retirada total de Kim, por tanto, suscita todo tipo de preguntas sobre el deporte y la celebridad: ¿qué deber tiene una persona con el talento que Dios le ha dado? ¿Qué debe esa persona a sus fans?
“Era trascendente”
Kim nació y creció en Los Ángeles, hijo único de inmigrantes surcoreanos. Su padre, Paul, y una serie de entrenadores perfeccionaron intensamente sus habilidades durante su infancia. Cuando Kim llegó a la universidad, hacía lo que quería con una pelota de golf. “Su talento superaba todo lo que había visto antes”, afirma Rocky Hambric, un agente que contrató a Kim después de sus tres años en la Universidad de Oklahoma. “Y sé que es un sacrilegio, pero eso incluye a Tiger Woods”.
Dos meses después de esa primera victoria en el PGA Tour llegó una segunda. Era sólo su segundo año en el circuito, pero actuaba con la destreza de un veterano. Terminó la temporada 2008 con ocho top 10, más 4,7 millones de dólares en ganancias y un tornado de expectación.
El hecho de que Kim surgiera justo cuando Woods atravesaba las primeras turbulencias reales de su carrera (en forma de lesiones y problemas matrimoniales) aumentó las especulaciones sobre si podría ser la próxima superestrella del deporte. Y los momentos estelares se sucedieron durante un tiempo. En la segunda jornada del Masters 2009, en una conmovedora demostración de su temerario enfoque del juego, Kim hizo 11 birdies, estableciendo un récord del torneo que aún se mantiene.
En un deporte tradicionalmente sobrio, Kim se sentía a menudo como un rompepuertas, proporcionando sorprendentes estallidos de estilo y color. Derribó estereotipos bidimensionales sobre los golfistas y los asiático-americanos. Llevaba hebillas de cinturón chillonas con sus iniciales. Decía tonterías y las respaldaba. Admitía que le encantaban las fiestas. Era sociable con sus fans y generoso con su tiempo y su dinero. Firmó un contrato multimillonario con Nike. Hablaba a menudo de querer tener su propio reality show.
“Era trascendente y atraía el interés de todos los segmentos del deporte, la música y el entretenimiento, lo que era especialmente raro para el golf en aquella época”, dijo Chris Armstrong, otro antiguo agente, en un mensaje de texto.
"Prefiero que 50 personas me quieran y otras 50 me odien a que 100 personas ni siquiera sepan quién soy"
Anthony Kim, en una entrevista con ESPN
En un lapso de pocas semanas en 2010, apareció en “The Jay Leno Show”, donde le dio una lección de putter a la actriz Jessica Alba, y jugó en el partido de celebridades del fin de semana de las estrellas de la NBA, donde quedó emparejado con el cómico Chris Tucker. “Prefiero que 50 personas me quieran y 50 me odien”, dijo Kim en una entrevista con ESPN en su temporada de novato, “a que 100 personas ni siquiera sepan quién soy”.
En algún momento de este ascenso, Kim contrató un seguro para su cuerpo. Cuando las lesiones le obligaron a apartarse del juego, empezó a recibir cheques mensuales que, al parecer, cesarían si volvía a competir. El pago, según un artículo de Sports Illustrated de 2014 que citaba fuentes anónimas cercanas a Kim, aterrizó en algún lugar entre 10 y 20 millones de dólares y fue la razón principal, dijeron, de su prolongada ausencia. Sin embargo, ha quedado algo insatisfactorio en esa línea de razonamiento. Pocos golfistas disfrutaron tanto como él del simple hecho de competir.
Casi al final de la temporada 2008, en una actuación que consolidó su estatus como el jugador joven más excitante del golf, Kim derrotó a Sergio García, la estrella española, en el partido individual inaugural de la Ryder Cup, una prestigiosa competición por equipos. Kim se pavoneó por el campo durante todo el día, alimentándose de la energía del clamoroso público. “No cambiaría esto ni por 10 millones de dólares”, dijo Kim aquel día.
Una breve lección de juego del profesor Kim
La última vez que Kim habló públicamente sobre su carrera en el golf fue en 2015, tres años después de dejar el deporte. En una entrevista con un periodista de Associated Press, confirmó que estaba recibiendo pagos del seguro, pero negó que el dinero fuera la razón por la que no volvía a la competición. También desmintió otros rumores extravagantes, como el de que era un vagabundo. Dijo que necesitaba tiempo para rehabilitarse de una serie de lesiones, incluidas las del tobillo y la espalda. Que iba a contratar a un nuevo entrenador. Con todo, se mostró optimista y contento con sus progresos. “Mi objetivo para el año que viene es recuperar la salud”, afirmó.
Su vida hoy
Kim se comunicó a través de amigos y no quiso ser entrevistado para este artículo. Quienes le conocen dicen que reparte su tiempo entre Texas, California y Oklahoma. Fue padre en 2021 y se casó el verano pasado. Tiene amplias inversiones, incluso en bienes raíces. Él y su esposa son propietarios de The Collective, un popular local de comida en Oklahoma City.
Para responder a una pregunta en la mente de todos: Kim juega al golf, pero sólo esporádicamente. Adam Schriber, entrenador de swing de Kim desde que era adolescente, dijo en una entrevista que había jugado dos veces con él en los últimos dos años. “Es el mismo swing que recuerda”, dijo Schriber.
Eric Larson, caddie de Kim entre 2008 y 2009, recuerda con cariño que hace unos años compartió un par de baldes de pelotas en un campo de prácticas público de Los Ángeles con Kim y Tommy Chong, de Cheech y Chong, de quien Larson se hizo amigo durante sus estancias coincidentes en una prisión federal.
En una entrevista, Larson dijo que recientemente había preguntado por teléfono a Kim si participaría en la gira LIV Golf. Kim se mostró reticente. “Me dijo: ‘No lo sé. Realmente no lo sé’. “, dijo Larson. “Le dije: ‘Venga, tío, saca los viejos palos. Sal ahí fuera y diviértete’. Y empezó a reírse de mí. Dice: ‘¡Eso es lo que todo el mundo quiere que haga!’”.
Hay un punto en el que el talento, en sus niveles más enrarecidos, empieza a sentirse propiedad colectiva. La dinámica es pronunciada en el mundo del deporte, donde la gente utiliza la forma plural en primera persona para referirse a sus equipos favoritos, donde los atletas devuelven el favor ganando campeonatos para la ciudad y dedicando premios a los aficionados. Esto puede explicar por qué, para los aficionados al deporte, hay algo tan desconcertante en ver alejarse a un jugador estrella a una edad temprana. Cuando el talento se siente como un billete de lotería premiado, dilapidarlo puede procesarse casi como una traición.
Pensemos en Björn Borg, que era uno de los mejores tenistas del mundo en 1983 cuando se retiró, aparentemente de la nada, a los 26 años. La decisión desconcertó a sus seguidores, pero las justificaciones de Borg dejaban entrever una tensión a menudo invisible: que el éxito en el deporte puede cerrar tantas puertas como las que abre. “Básicamente, a lo largo de los años estuve practicando, jugando mis partidos, comiendo y durmiendo”, declaró a The New York Times en 1983. “Pero hay otras cosas además de esas cuatro cosas”.
Borg explicó su decisión. Lo que ha hecho Kim, alejarse y volverse totalmente inaccesible para un público que lo adora, es diferente y extraordinario, sobre todo en un momento en el que el reconocimiento del nombre nunca ha tenido tanto valor. Difícilmente se esconde -hoy en día parece que una persona puede ser considerada un recluso o un misántropo por el mero hecho de negarse a mantener una cuenta en las redes sociales-, pero aun así, cualquier indicio de que se relacione con la sociedad, incluso de la forma más banal, tiende a inspirar asombro.
En 2019, Ben Bujnowski, de 48 años, un consultor de ventas de tecnología de Great Falls, Virginia, estaba de vacaciones con su familia cuando vio a Kim fuera de un restaurante de Los Ángeles. Aficionado al golf desde hace mucho tiempo, Bujnowski no pudo resistirse a dar la vuelta para saludarlo, y Kim accedió encantado a su petición de hacerse una foto. Bujnowski publicó la foto en Instagram –“AK sighting in the wild”, escribió (”avistamiento de AK en la naturaleza”)–, donde pronto fue recogida y difundida por los medios de noticias sobre golf. La sección de comentarios de la publicación original se convirtió en una especie de tablón de anuncios para que los desconocidos publicaran sus propios encuentros con Kim.
De este modo, cada fotografía pública de Kim inspira su propio ciclo de noticias: Kim agachado en una foto de grupo en el patio trasero de alguien; una foto inadvertida de la parte posterior de su cabeza en un bar; un post de Instagram involuntariamente críptico de Schriber. En 2018, No Laying Up, una compañía de medios de golf, publicó un breve video de Kim, rodeado de al menos seis perros, expresando su apoyo a Phil Mickelson antes de su partido de exhibición contra Woods (“Necesitas verlo sosteniendo el periódico de hoy”, alguien tuiteó en respuesta).
“Casi parece que la historia de su vida en el golf aún no se ha completado”, dijo Bujnowski, que a veces es reconocido en la calle por los aficionados al golf. “La gente quiere saber qué pasó”.
Un verano sin preocupaciones
El mundo del deporte ansía relatos entendibles. Pero la trayectoria de Kim nos recuerda con qué frecuencia los éxitos más comunes de la industria se quedan cortos a la hora de captar las complejidades de las personas que lo habitan. Puede que los aficionados quieran que sus héroes permanezcan en los papeles que les han sido asignados, pero en todas partes hay personas con talento a las que la búsqueda incesante de validación externa desanima. Y el fracaso, a los ojos de los demás, puede representar la libertad del individuo.
Kim insinuó una posible visión del mundo en una entrevista de 2009 con Golf Digest, cuando respondió a una pregunta sobre su aparente intrepidez en el campo desinflando su propia premisa. “Es sólo golf”, dijo.
Algunas personas cercanas a Kim recuerdan momentos que parecían presagiar su eventual ambivalencia hacia su carrera golfística. Larson, antiguo caddie de Kim, recuerda la semana posterior a la Ryder Cup de 2008. Kim lideraba el campo con dos golpes de ventaja tras dos rondas en el Tour Championship. Pero ese sábado, en la tercera ronda, su ímpetu se desplomó. Sólo embocó cuatro fairways. Uno de sus golpes de salida golpeó a un aficionado, enviándole al hospital con una herida en la cabeza. Kim cayó hasta el tercer puesto. Larson estaba seguro de que Kim había implosionado porque, inexplicablemente, había salido tarde el viernes por la noche.
Algunos buenos momentos en la carrera de Anthony Kim
“No sé lo que pensó, pero uno no sale de fiesta toda la noche del viernes cuando va líder del Tour Championship”. dijo Larson. “Ésa habría sido su tercera victoria ese año, pero acabamos perdiendo ese torneo por un golpe, y él salió el viernes por la noche, tarde, y yo me quedé pensando: ‘¿Qué estamos haciendo?”.
Schriber, el entrenador de swing, relató otro momento que, en retrospectiva, se sintió cargado de significado. Fue en 2010, la noche después de la que resultó ser la última victoria de Kim en el PGA Tour, en el Open de Houston. Schriber y el resto del equipo de Kim se encontraban en un jet privado rumbo a Georgia repartiéndose alegremente una botella de tequila, pero Kim parecía retraído. “Estábamos celebrándolo a golpes -porque ganar es duro-, pero él ni siquiera bebió después de la victoria”, dijo Schriber. “Me dijo: ‘Schribes, no siento nada, no siento la alegría’”. Una semana después, Kim terminó tercero en el Masters.
La relación con su padre y los efectos colaterales
Schriber es reacio a especular demasiado sobre la mentalidad de su amigo, pero, en su opinión, la infancia de Kim y la relación continuamente agitada que tuvo con su padre tuvieron un efecto más profundo y duradero en Kim de lo que la mayoría cree.
La historia de cómo Paul Kim tiró a la basura uno de los trofeos de segundo puesto de su hijo forma parte de la tradición de Anthony. Más tarde, cuando Kim estaba en la universidad, él y su padre tuvieron una pelea que dio lugar a dos años de silencio entre ellos. Después de que Kim se convirtiera en profesional, su padre reconoció públicamente que era demasiado duro con su hijo, que era demasiado frío, que cuando otros padres le preguntaban cómo moldear a sus hijos para convertirlos en deportistas de élite, él les desaconsejaba hacerlo.
Schriber dudaba de que el golf, incluso en los momentos más elevados de Kim, fuera el respiro que el joven necesitaba. “Creo que era la sensación de: ‘No me quita el dolor como esperaba’”, dijo Schriber.
Schriber también estaba allí cuando, a sus ojos, Kim vislumbró un camino alternativo. Era 2006, el verano después de que Kim dejara la universidad. Se alojaba en casa de Schriber en Traverse City, Michigan, sentando las bases de una carrera en el golf, practicando todas las mañanas y durmiendo en un sofá del salón por las noches. Por las tardes, atrapado en una ciudad somnolienta con pocas opciones, pasaba el tiempo con los hijos de Schriber, practicando kayak, pesca, senderismo y todo tipo de actividades que él, como niño prodigio del golf, rara vez había tenido tiempo de disfrutar.
En septiembre, Kim jugó en el Valero Texas Open, su primera prueba del PGA Tour. Quedó segundo, ganó casi 300.000 dólares y poco después se mudó a un lujoso condominio en Dallas. Pero nunca olvidó aquellos días de pereza en Michigan, cuando nadie sabía quién era y la vida le parecía agradablemente pequeña.
“El mejor verano de mi vida”, decía Kim a menudo, según Schriber.
The New York Times
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