El pánico escénico inicial. La incapacidad de comunicación que paraliza. Un paraíso deportivo al que se llega por méritos propios, pero que examina desde el primer minuto y activa una implacable cuenta regresiva: hay que salvar la tarjeta para asegurarse la permanencia.
Los golfistas argentinos que desembarcan por primera vez en el PGA Tour tienen por delante la complicada tarea de la adaptación. Pero no solo a la gira de golf más prestigiosa del planeta, sino también a una sociedad norteamericana que enseguida hace sentir el impacto cultural.
El talento –sobre todo-, la precisión y la valentía en los fairways llevaron a varios jugadores de orígenes muy humildes a probarse dentro de la elite… y la mayoría triunfó. Antes fue el tiempo de Ángel Cabrera, José Cóceres y Andrés Romero. Hoy les toca a Fabián Gómez y a Nelson Ledesma; todos ellos con pasado de caddies y cruzados por las carencias de la infancia, postales de provincias que respiran golf como Córdoba, Tucumán y Chaco.
Entre aquellos nombres, y de otro estrato social, aparece Emiliano Grillo, que desde hace meses amaga con adjudicarse su segundo título en el tour. También en los Estados Unidos, pero entre los veteranos, el Chino Vicente Fernández y el Gato Eduardo Romero supieron de gloria.
No hay mayor aspiración para un golfista que arribar a este circo que entrega alrededor de un millón y medio de dólares al campeón por ganar un torneo. De un día para el otro, millonario y con el reconocimiento de un deporte de alcance global. El PGA Tour es una experiencia gloriosa en todo sentido: el show está montado para los espectadores, pero todavía más para los golfistas, que son acogidos como reyes y donde todo está a su servicio.
"Desde que uno se baja del avión hasta que emboca su último putt el día domingo, la gira atiende todos los detalles de los jugadores, tanto en transporte como en hotelería y comidas", describe Marcos Virasoro, que asistió a Andrés Romero en más de cien certámenes y fue testigo de los beneficios para el tucumano, campeón en New Orleans en 2008.
El jugador que aterriza en los Estados Unidos haciéndose de abajo cuenta con una ventaja y una desventaja. Sufre el hecho de no manejar el idioma y no posee algunas herramientas de interacción social para integrarse, limitaciones que pueden neutralizarse por su representante. En cambio, capitaliza haberse criado en un hogar modesto y sus esfuerzos iniciales como caddie. En otras palabras, se alimenta a partir de la adversidad que le tocó vivir: sabe lo que significa no tener nada y se permite "saber perder", una de las contingencias más difíciles que trae el alto rendimiento. Aquel que proviene de un nivel socio económico diferente dispone de lo otro: es solvente con el idioma, pero a veces no está tan preparado para manejar la frustración cuando las cosas en la cancha no salen como él quiere.
Hay jugadores que buscan pegar un salto sociocultural y quieren integrarse en la cultura norteamericana a través del golf, dejando de lado sus raíces latinas. Ya no vuelven tanto a su país, no participan de los torneos nacionales y prefieren el inglés al español. Hasta en algunos casos, parecen más empáticos y abiertos cuando hablan en el idioma extranjero.
Otros son lo opuesto: si bien creen que el PGA Tour es el lugar para alcanzar su máximo potencial y tener la oportunidad económica de sus vidas, siguen sentimentalmente muy apegados a su tierra y llevan la bandera de su país en el corazón y hasta bordada en su bolsa de palos. Además, no conciben instalarse en los Estados Unidos porque no desean alterar sus hábitos ni los de sus familias.
Es complicado manejarse en otro país sin saber nada y después salir a jugar por primera vez, porque no te acompaña nadie, ni siquiera un caddie
Este último ejemplo es el de Fabián Gómez, que de chico se ganaba unos pesos rescatando pelotitas hundidas en las lagunas del Chaco Golf Club y terminaba con las plantas de los pies ajadas por los filosos caracoles del fondo del agua. "Me costó mucho el idioma y moverme sin la compañía de mi familia durante los viajes. La verdad que es complicado manejarse en otro país sin saber nada y después salir a jugar por primera vez, porque no te acompaña nadie, ni siquiera un caddie. Pero bueno, es una adaptación progresiva y me sirvió de mucho", cuenta el doble campeón del PGA Tour en 2015 y 2016.
El éxito grande le vino a Gómez de golpe, pero afortunadamente para él, en ese momento ya se había armado de un buen equipo de trabajo, entre su caddie Coco Monteros, su manager Adrián González, el psicólogo Pablo Pécora y el preparador físico Hernán Brisco. El "Negro", como lo llaman afectuosamente, tiene grabados en su mente sus primeros pasos en suelo estadounidense, cuando viajó a Jupiter, en Florida, para participar de un minitour llamado Golden Bear. "Me quedé un mes solo en un departamento y fue duro, de aprendizaje. Aparte no tenía celular, tenía que comprar la tarjeta y había que buscar un teléfono público. Aparecieron trabas en el camino y ésa fue la mía, pero siento que lo saqué adelante".
Nelson Ledesma se presentaba como podía en una cancha de golf. Participaba en los torneos con cualquier tipo de ropa, lo que tenía a mano. A veces jugaba con zapatillas porque no tenía zapatos; en otras ocasiones usaba zapatos prestados que le quedaban chicos. Les sacaba la plantilla y jugaba así, con los dedos igualmente aprisionados en el calzado. El crecimiento natural de la carrera y los triunfos, finalmente, le dieron la indumentaria adecuada. Sin embargo, al día de hoy siente dificultades: "Mucha charla no puedo tener con un gringo porque no hablo inglés. Todo eso, después, se traslada al campo de golf y es difícil. Al principio me escondía, caminaba atrás o iba adelante del fairway como para no tener roce ni charla con el jugador norteamericano. Porque lo primero que hacen es preguntarte de dónde sos, si tenés esposa, hijos… Eso lo fui aprendiendo, pero no puedo tener una conversación fluida".
El desconocimiento del inglés atenta directamente contra el juego, no es un mero detalle: "Uno no puede demostrar lo que sabe hacer y andás con ese temor. A mí me pasó al principio, con muchas pelotas que por ahí tenía dudas de si las tenía que dropear o no. Tenía miedo a que viniera el árbitro y no pudiera hablarle. Entonces no me quería poner esa presión y la jugaba siempre como estaba. Eso te quita muchos golpes e impedía que mi golf fuera más fluido en el campo", grafica el jugador que era caddie en el country Las Yungas, en Tucumán. El mismo que un día tuvo que soportar un inesperado retraso del auto de sus colegas argentinos, que lo pasarían a buscar tras una vuelta en un minitour. En esas cuatro o cinco horas de obligada espera en el Club House, "Muru" no se animó a pedir la carta para comer o tomar algo por temor a no poder expresarse.
El inglés siempre fue el palo número 15 de la bolsa
Pablo Pécora es el psicólogo de Gómez y de Ledesma y convivió con ellos durante el torneo que se disputó en Torrey Pines a fines de enero: "A Fabián no le gusta demasiado interactuar; es un poco más hermético, mientras que Nelson es más sociable, con el tiempo va mejorando su idioma. Ellos están tranquilos en lo cotidiano, creo que el desafío en un futuro próximo es que sean independientes y puedan establecer más vínculos dentro del circuito". Y destaca: "Estos chicos tienen un gran mérito: sin una escolaridad fuerte, fueron progresando en sus carreras a pesar de este obstáculo del idioma y muchos otros".
"El inglés siempre fue el palo número 15 de la bolsa", jura el Chino Vicente Fernández, que refuerza la idea: "No teniendo el dominio del idioma al llegar al tour, los jugadores están dando una ventaja gigante. Si les toca jugar con los mejores del mundo y no pueden comunicarse, tienen una barrera enorme para sentirse cómodos".
El correntino es uno de los jugadores más emblemáticos del golf argentino en la historia. Fue punzante muchas veces, cuando opinó sobre la dirigencia de este deporte en nuestro país, pero también se convirtió en un maestro de las relaciones humanas. Al compás de sus victorias en Europa y en la gira senior de los Estados Unidos, se hizo querer por haber sabido vincularse dentro y fuera del campo.
Una anécdota lo dice todo: "En 2001, con el corralón, me quitaron 300.000 dólares de mi cuenta en la Argentina. Con el tiempo me devolvieron 100.000; era plata que iba a destinar para pagarles a los arquitectos de mi futura casa. En ese ínterin viajé para jugar el primer torneo del año y me encontré con Hale Irwin, que era el Nº 1 del Champions Tour y teníamos una fuerte competencia. Fuimos a tomar un café y me ofreció una casa para mi familia y dinero cuando yo quisiera, lo mismo que Bruce Summerhays y Tom Watson, dos buenos amigos y fanáticos de la Argentina. Son gestos emocionantes que nunca olvidaré".
Miguel Ángel Carballo terminó encontrando su lugar en el continente asiático, pero antes triunfó en la segunda división del golf estadounidense –ahora llamado Korn Ferry- y también incursionó durante algunas temporadas en el PGA Tour. Desde su primer triunfo importante en Panamá, encontró en su caddie Roger Herrmann una persona esencial como traductor.
El bahiense recibió la ayuda que necesitaba, pero en esa ambientación, también reconoce que cometió algunos errores: "En el segundo año en las giras de Estados Unidos empecé a manejar con el auto y muchas veces me olvidaba de la velocidad. La policía me paró cerca de diez veces; me preguntaban a dónde iba tan rápido y qué hacía, y yo le decía que era jugador del PGA Tour. Automáticamente cambiaban el tono de voz y me dejaban pasar. Más allá de eso, me ponían un warning y me advertían que condujera sin apuro por la ruta".
Por olvido, error o en el intento de sacar alguna ventaja, al final el medio local termina castigando a los que infringen las normas. "El sistema americano no quiere comportamientos disruptivos o desleales, enojos ni agresiones. Si un jugador argentino del circuito rompe un cartel o tira un palo, todo el sistema se ve amenazado. Así, no le van a prestar atención en ninguna transmisión por TV del torneo, a menos que vaya entre los tres primeros", apunta el psicólogo deportivo y de negocios Rafael Beltrán.
"En la cultura anglosajona, la disciplina es una cualidad natural, se nace en un espacio donde el cumplimiento de reglas es esencial y no se discute. Los jugadores que llegan a Estados Unidos han luchado por eso y se han vuelto disciplinados, pero la picardía y la viveza, que llevan a conseguir las cosas con el menor esfuerzo o con un atajo, a veces afloran y juegan mala pasadas. Ya sea en rendimiento, en broncas o en comportamientos transgresores no aceptados por la sociedad americana", completa el profesional, que durante algunas temporadas asistió a Emiliano Grillo.
Desde un pueblito perdido
La Verde es un pueblito perdido en el medio de la selva chaqueña. José Cóceres fue criado allí entre 10 hermanos, hasta que siendo aún muy pequeño sus padres pudieron dar un paso hacia la capital del Chaco. Con 13 años, comenzó a trabajar como caddie en el Chaco Golf Club, a pocos metros de donde se había instalado con toda su familia. Sin dudas, el Olimpia de Oro de 2001 gracias a sus dos títulos del PGA Tour obtenidos aquel año encarna la niñez más pobre entre los mencionados. Su personalidad lo ayudó a sentirse más cómodo, en un ámbito que lo pudo haber fagocitado.
"La gente te apoya y yo pude adaptarme porque logré conectar con el público. Les hacía el show a los espectadores, que lo agradecían y lo valoraban. Además, empezaban a conocer un poco mi historia por internet, que venía de una familia muy humilde del Chaco en la Argentina. Los jugadores intentamos devolver algo de lo que la gente paga por el precio de las entradas. Amo Estados Unidos para jugar al golf".
Antes de su experiencia en el PGA Tour, la imposibilidad de hacerse entender lo llevó a protagonizar una situación insólita durante su arranque en el Tour Europeo: "Estaba jugando la escuela en Montpellier, Francia. Fui al buffet temprano y había de todo para comer en el desayuno, pero no tenía forma de encontrar el pan. Le pregunté a un jugador español y me señaló: ‘allá está’. Entonces encontré en la mesa un pato de adorno, hecho de masa, y pensé: ‘Bueno, será algo parecido al pan’. Así que clavé el cuchillo desde arriba y corté al pato de la mitad de su cuerpo hasta la cola y me lo cargué al plato. Volví a la mesa y dije: ‘No encontré el pan, pero había un pato y me lo traje’. Se empezaron a reír y a decirme de todo. Igual me lo morfé, capaz que estaba hecho desde hacía un año, pero era un adorno".
Los jugadores intentamos devolver algo de lo que la gente paga por el precio de las entradas. Amo Estados Unidos para jugar al golf
Si se habla de golfistas carismáticos, allí aparece Eduardo Romero, otro especialista en generar feeling con el público. "El hecho de que un tipo de afuera vaya a tratar de sacarles lo de ellos genera celos profesionales. Pero después te van conociendo y todo se vuelve más amistoso. Notás un trato más amigable en la medida que conseguís resultados. Si sos un jugador del montón, seguirás siendo del montón. Pero cuando te empezás a integrar al sistema norteamericano, te invitan a reuniones y los jugadores te dan su reconocimiento, ya es otra cosa", relata el Gato, que se inició en el golf como caddie en el Córdoba Golf Club, al igual que Cabrera.
"Me tocó vivir una adaptación buena porque gané el primer torneo del Champions Tour al que me invitaron; entonces ya me vieron de otra manera. Vos sos campeón en Estados Unidos y ya te ponen una alfombra roja. Por otro lado, venía con un nombre hecho en Europa y ya me conocían", apunta el campeón del US Open Senior en 2008, que se refiere también al comportamiento: "Hay que llegar preparado para encontrarse con una sociedad totalmente distinta a la nuestra. Allá hay que respetar todo: si hay que parar, se para, se dice permiso, gracias… Hay cuestiones relacionadas con el respeto que nosotros sabemos, pero no las aplicamos. Y que también son tu carta de presentación cuando te movés allá".
Cabrera nunca quiso hablar inglés públicamente; lo decidió como una declaración de principios durante sus largas campañas en Estados Unidos y Europa. Y eso que le tocó explicar resonantes victorias como el US Open 2007 y el Masters 2009, entre muchos otros torneos. Al final, el Pato recurrió siempre a un traductor –por lo general, su manager Manuel Tagle h.- y nunca pretendió "venderse" como un jugador global, sino simplemente como un golfista argentino. Ahora, el doble campeón de Majors afronta el peor momento de su vida, con denuncias de violencia de género y una carrera trastocada debido a múltiples problemas extradeportivos.
Muy distinto a Emiliano Grillo, con una fluidez perfecta del inglés y que se instaló para vivir primero en Palmetto (Florida) y luego en San Diego. Incluso, el rubio formado en la escuela de la Asociación Argentina de Golf (AAG) postea de manera bilingüe en las redes sociales y empezó a contratar a caddies extranjeros desde la salida de Pepa Campra, que le llevó los palos en su único triunfo en Napa (California) en 2015. Aquello fue una forma de "escapar" de la complicidad argentina a la hora de analizar los golpes y pensar más en frío. Su arraigo con la Argentina se dio a través de River: jugó el Masters de 2019 con una camisa del mismo diseño del equipo, con la banda roja cruzada.
Julián Etulain, que no pudo conservar la tarjeta en el máximo circuito, en su momento hizo una apuesta fuerte y se afincó en Miami. "Me fui para allá a los 20 años con la idea fija de llegar al PGA Tour y lo conseguí a los 28. He vivido siempre en esa ciudad y la adaptación fue más sencilla porque está llena de latinos. La experiencia de vivir allá fue muy buena y aprendí muchísimo; sufría más cuando viajaba, no tanto en la vida cotidiana", explica Tula, que decidió dar un giro en su vida familiar: "Mi lugar de residencia desde hace tres meses es Córdoba, ya que en Miami sentía que había perdido las ganas de entrenarme y me sentía muy lejos de mis seres queridos. Ahora me volvieron muchísimo las ganas de practicar, de progresar, de querer salir adelante y siento que eso me va ayudar mucho a futuro. Tuve el objetivo de convertirme en un futuro en intendente de Coronel Suárez, pero quedó en pausa".
La figura del manager cobra una importancia vital para la adaptación en Estados Unidos. La clave es cultivar con el jugador una relación de confianza a través del tiempo compartido. Así, lo presencial termina siendo un factor determinante: semanas de torneos completas, viajes, cenas, almuerzos, vueltas de práctica, todo al lado del golfista para que tome las decisiones correctas, incluso en lo referente a la elección del calendario. De esa manera, los de menor preparación de base son guiados para que hagan foco exclusivo en la cancha y, de a poco, vayan asimilando parte de la cultura extranjera.
Sin embargo, hoy, las posibilidades parecen estar mayormente en jugadores más formados. Aquellos que por su nivel económico pueden dedicarse al golf y, además, cuentan con la preparación previa de estudios e idiomas, que les permiten tener una base académica y trabajar. En este grupo están quienes apuestan al golf para poder estudiar becados en una universidad americana. Gran parte de ellos guardan el sueño de transcender en la competencia universitaria y llegar algún día al PGA Tour, la meca de cualquier golfista.
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