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Ángel Cabrera: cómo vive su regreso al golf después de haber vivido sus horas más oscuras en la cárcel
Reapareció en el Abierto del Litoral, en Rosario; habló sobre el deseo de retomar su trayectoria golfística luego de 32 meses entre rejas
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ROSARIO.- Caminó bajo el implacable sol rosarino y una humedad insoportable con su cadencia de siempre. Los pies de plomo de Angel Cabrera aplastaron el barro del fairway y, entre esos pasos pesados, levantó una horda de mosquitos que debió espantar una y otra vez en el transcurso de los hoyos. Mucho repelente para insectos, algo de protector solar y líquido para acompañar esa primera vuelta en el Rosario Golf Club que para él fue como un rescate emotivo, la razón de su existencia. Horas antes había arreciado una tormenta sobre la ciudad que trastocó el comienzo del Abierto del Litoral, el primer torneo oficial del cordobés después de haber recuperado la libertad.
“De golf hablamos todo lo que quieras, el resto ya lo saben”. Es la única vez en que Angel Cabrera se pone a la defensiva y frunce el ceño. Es tajante y descarta reflexionar en la charla con LA NACION sobre “el resto”, que refiere a la etapa más oscura de su vida, la que lo confinó en distintas cárceles desde enero de 2021, cuando fue detenido en Brasil en condición de prófugo, hasta el 4 de agosto pasado, fecha de su liberación. Por una condena unificada de violencia de género, pasó los primeros seis meses en una prisión de Río de Janeiro, luego fue trasladado a un pabellón de estafadores y otros defraudadores en el penal de Bouwer, en Córdoba, y el último tramo de la pena lo pasó en la Colonia Abierta Monte Cristo, una cárcel modelo distante a 20 kilómetros de la capital de Córdoba; allí realizó actividades agrícolas y ganaderas, hasta que cumplió dos tercios de la sentencia y salió con libertad condicional.
Ese es el resumen de sus 32 meses entre rejas, después de haber sido denunciado por dos ex parejas entre 2017 y 2018 y ser considerado culpable de los delitos de “coacción, lesiones leves, amenazas y desobediencia a la autoridad”. Hoy, el campeón del US Open 2007 y el Masters 2009 intenta rehacer su vida a partir del combustible que le da el golf, lo mejor que supo hacer en sus 54 años. Por eso es que eligió Rosario para jugar, divertirse y fomentar el reencuentro. Más que nunca, en su rostro se notan las cicatrices de un trajinar que lo catapultó hacia lo más alto del golf mundial, al borde de quedar en el Salón de la Fama. En ese tránsito sobrevinieron luego todo tipo de fantasmas: sus conflictivos vínculos sentimentales, los resultados deportivos deficientes, lesiones en una muñeca y un codo y su batalla contra el alcohol.
Hay una imagen: cuando fue extraditado por Interpol a la Argentina desde Brasil, en junio de 2021 con un casco y un chaleco antibalas en Puerto Iguazú. Un triste combo que terminó de explotar superados sus 50 años, como reflejo de haber padecido una infancia llena de carencias en una humilde vivienda de Mendiolaza, con un padre que lo abandonó, una abuela paterna que lo crió como pudo y un hogar donde a veces se comía una vez por día. Algunas noches, su cena consistía en un mate cocido. Después, su talento natural y su hambre de gloria desde su época de caddie lo llevarían a la cima, una historia por todos conocida.
Cuentan sus más íntimos que supo adaptarse a la rutina carcelaria con paciencia y estoicismo. “Me tocó esto, fue lo que pasó y hay que aguantarlo”, es lo que escucharon de su boca cuando lo visitaron a los penales cordobeses, en donde vestía con ropa de golf, aunque no gozaba de privilegios y ni siquiera tenía celular. “No estaba enojado ni con sed de revancha, más que nada se lo veía resignado y tranquilo, solo con el deseo de hacer las cosas bien para salir de allí lo más pronto posible”, confían sus allegados que lo vieron cara a cara en sus horas más complicadas. Para dar una idea más cabal de su obediencia ante las autoridades, describen que cuando un policía de la Colonia Monte Cristo le indicó que se le había terminado el tiempo para una visita, Cabrera se levantó como un resorte y volvió para su celda sin reparos. Una escena opuesta a su habitual actitud impetuosa, muchas veces rebelde.
A nivel judicial, ese buen comportamiento había confirmado por Cristóbal Laje Ros, Juez de Ejecución Penal 2 de Córdoba, después de evaluar todos los informes penitenciarios y las pericias psicológicas. “Hubo una evolución positiva sobre la percepción de violencia de género. Se nota arrepentimiento por las conductas dañinas realizadas y aprendió a valorar a las otras personas”, comentó el magistrado el día de la liberación del golfista. “Entiende la importancia de poner en el plano de igualdad a la mujer y evita nuevas circunstancias que den lugar a conflictos con otras personas, incluyendo la violencia de género”, agregó entonces, a principios de agosto pasado.
Sí vivió un infierno en esos primeros seis meses detenido en Brasil, con delincuentes comunes. “Nos contó que no tenía ni un colchón, dormía sobre el cemento”, relatan sus más conocidos. Después, llegaría la extradición y los traslados a las respectivas cárceles de Córdoba. Y ya liberado, hoy vive en Villa Allende junto con su pareja, Yamila Farías, y su pequeño hijo Felipe, su desvelo, el bebé de un año que le ilumina los ojos. En este retorno a la normalidad con nuevos raptos de felicidad, debe seguir sobre todo con el tratamiento psicológico y psiquiátrico que comenzó en prisión y que es parte de la rehabilitación que le ordenaron en la condena; no puede tomar alcohol ni estupefacientes; tampoco puede tener contacto personal ni a distancia con sus dos víctimas.
Esta semana, Cabrera participa en su primer torneo oficial de golf de 72 hoyos. Juega el Abierto del Litoral en una prueba para consigo mismo, más que ante los otros competidores y la cancha del Rosario Golf Club. Esconde el sufrimiento haciendo esos chistes y chascarrillos propios del desarrollo de una vuelta local, en la espera de un tee de salida o en la caminata por el fairway. Conversa animadamente con Nelson Ledesma y Franco Romero, sus compañeros de juego, bromea con su caddie y se divierte con Ricardo González, un íntimo amigo, contemporáneo suyo y anfitrión del torneo, que no forma parte del certamen por una contractura pero lo acompaña en el trayecto. “¿Hoy tenemos la cena?”, le pregunta en la caminata del hoyo 3 el Pato a González, en ese deseo de volver a los viejos rituales, en donde siempre sobrevoló la “cultura caddie”, el comienzo de todo para sus carreras profesionales. En definitiva: intenta guiarse por el buen humor, lo que tanto le costó siempre.
Ricardo González lo acompañó siempre a la distancia con comunicaciones telefónicas: “Me comentaba las cosas malas que le pasaban, nunca dejamos de tener contacto. Y obviamente, yo quería ser un soporte; él hubiese hecho lo mismo conmigo. Tiene muchas ganas de volver a jugar y perdió esa vergüenza que se siente cuando uno hace una macana ¿no? Y yo lo veo ahora disfrutar”.
Cabrera se encuentra embarcado en una etapa de reconstrucción desde todos los planos. Más allá de lo anímico y lo afectivo, lo laboral: “La semana que viene voy a la Embajada de Estados Unidos para ver si me renuevan la visa; la tengo vigente, pero se me vence en marzo. Si me la renuevan ya armo el calendario para arrancar el Champions Tour [la gira norteamericana de veteranos] y combinar con el circuito de Europa, en donde por suerte ya me habilitaron para jugar; eso me deja más tranquilo”, describe a LA NACION. Aquí hay un punto sensible, porque la gran pregunta es si podrá volver a jugar el Masters, en donde tiene un lugar de por vida por su condición de campeón. Más allá de este beneficio, el club Augusta National se reserva a invitar a quien quiere. Ajeno a estas circunstancias, que ya no dependen de él, Cabrera comenta: “Claro que quiero estar en el Masters. Quiero jugar todo lo que pueda en el calendario, estoy con muchas ganas. Eso sí: no voy a recuperar el tiempo que perdí. Estoy trabajando con el físico; viendo lo de mi primera vuelta en este Abierto del Litoral, pensé que iba a ser peor”.
Hace una semana, en una reunión en Palm Springs, directivos del PGA Tour y del Korn Ferry les preguntaron a dirigentes argentinos de la AAG por Angel Cabrera, pero más que nada desde el costado humano, fuera de lo deportivo. Ellos, los norteamericanos, deberán determinar si el jugador podrá volver al Champions Tour después de evaluar la documentación legal y luego expedirse sobre si está en condiciones de volver a ser miembro.
En la primera vuelta, Cabrera firmó el par de la cancha. Y en la segunda, su juego brilló: 66 golpes (-5), para animarse a pelear el torneo desde este viernes. Encontró las exigencias reales de un torneo oficial, después de haber jugado rondas de práctica en Villa Allende con amigos y en carrito, como también lo hizo en El Terrón Golf Club, una entidad que se ubica entre Unquillo y Mendiolaza. “Estoy jugando bien, pero fallo golpes muy fáciles por falta de juego. El primer día me sentí cansado, hace mucho que no camino compitiendo. Me falta un poco más, pero de a poco voy encontrando el ritmo”, explica, y detalla un poco más: “Estoy pegando bien la salida. Me está faltando el juego fino y el juego corto; Todavía no tengo la distancia de 100 yardas para abajo. ¿El putter? Siempre me pasó lo mismo, a veces estoy con confianza y la emboco, eso vendrá solo”.
“Si su paso por la cárcel fue un reseteo para una vida mejor, bienvenido sea, aunque haya pagado un precio altísimo”, razonan los más apegados a él. En su regreso a su vida normal, se encontró con algunas buenas señales de bienvenida del mundo del golf, sobre todo de varios veteranos compañeros de juego del extranjero: “Recibí mensajes de Ernie Els, de Retief Goosen, Rory Sabbatini, de Nick Price, de Gary Player, que me mandó una carta. De mucha gente que me conoce. La verdad es que me pone muy contento y me da mucha fuerza para seguir para lo que viene. Estoy bien de ánimo”. Ahora, solo procura no volver a cometer errores, enfocarse en su carrera golfística y convivir en paz con su alrededor.
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