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A 25 años del comienzo de la Tigermanía: Woods se prueba en el Masters con la huella imborrable del pasado
A los 46 años, ex N° 1 del mundo reaparece en torneos oficiales después de su accidente automovilístico
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Hay triunfos deportivos que se convierten automáticamente en un hito cultural. En un acontecimiento sin parangón, inoxidable en el transcurso del tiempo. La victoria de Tiger Woods en el Masters 1997, el primero de sus 15 títulos en majors, trascendió el resultado en sí para transformarse en un verdadero fenómeno, en un nuevo punto de partida. Tuvo una repercusión tal que trajo múltiples consecuencias: llevó a millones de personas que nunca se habían interesado en el golf a prestarle atención, aunque solo fuera para ver qué haría el crack a continuación. Inspiró a que toda una generación de jugadores, muchos ahora entre los mejores profesionales varones y mujeres del mundo, se iniciaran en este deporte. Obligó a modificar las extensiones de las canchas y favoreció a un gigantesco crecimiento de la industria del golf, que gozó desde entonces de un rostro tan carismático como ganador después de Jack Nicklaus. Definitivamente, el planeta abrazó la Tigermanía.
A 25 años de la consagración de aquel joven californiano al que varios colegas golfistas subestimaron y hasta discriminaron, Tiger está dispuesto a perpetuar su leyenda, que arrancó justamente en esa idílica cita de 1997. A partir de las 11.34 de este jueves en nuestro país (televisará Star+ y ESPN 2 en vivo desde las 15.45), pegará desde el tee 1 del club Augusta National en el grupo con el chileno Joaquín Niemann y el sudafricano Louis Oosthuizen.
“Siento que voy a jugar. ¿Si soy capaz de ganar? Sí, lo creo. No tengo ninguna duda de lo que puedo hacer en cuanto al golf. Caminar es lo difícil”, mencionó, todavía con las secuelas del accidente automovilístico que sufrió en febrero de 2021, y que lo llevó a una forzosa pausa en torneos oficiales hasta hoy. Con sus 46 años, Tiger agradece que no le hayan tenido que amputar la pierna derecha, en la que sí le fueron colocados una varilla metálica en la tibia y tornillos en los huesos del pie y del tobillo.
Al margen de lo que suceda a partir de la primera vuelta, conviene exprimir la memoria para recordar los principales trazos de aquella obra maestra, que tuvo rasgos distintivos: con el total de 270 golpes (-18), aquel morenito de apodo pegadizo se erigió como el golfista más joven en ganar en Augusta (21 años) y con el acumulado más bajo. Además, la victoria por 12 golpes sobre el italiano Costantino Rocca fue la de mayor diferencia en cualquier major desde el Open Británico de 1862 en Prestwick. Allí, Tom Morris Senior ganó por 13 golpes, en un campo donde solo jugaron ocho jugadores y en un certamen de tres vueltas de 12 hoyos cada una, en un momento en que Abraham Lincoln era el presidente de los EE.UU. y el golf aún no se había establecido en Norteamérica.
Un torneo inolvidable
¿Cómo se consumó aquel éxito de Tiger en 1997? Aquel jugador que había ganado todo lo que tuviera a su alcance en su etapa amateur ya contaba con antecedentes importantes en las grandes ligas: el año anterior ya había conseguido sus dos primeros títulos del PGA Tour y abrió la temporada del ‘97 con su tercera conquista en el Mercedes Championship, en La Costa, California, al derrotar en un desempate al Jugador del Año y ganador del Open Championship, Tom Lehman, en un desempate.
Sin dudas, había buenas vibraciones para Eldrick Tont Woods, su nombre real. Señales de que algo muy grande estaba a punto de explotar, aunque nadie lo vio venir realmente. El viernes previo a encaminarse rumbo a Augusta, Tiger sentía que “su bolsa de palos la llevaba Dios”, como solía decir el Maestro de Vicenzo como metáfora. Logró un récord de campo de 59 golpes en Isleworth, Florida, con trayectos de 32–27 y en un campo de 7179 yardas, de los más intrincados de la zona de La Florida. El experimentado Mark O’ Meara había quedado atónito porque veía que todas las pelotas de su compañero de juego iban directo a la bandera.
Hasta que llegó el jueves 10 de abril, el primer capítulo de un cuento de hadas. Aunque los primeros golpes de Tiger no fueron fáciles, en medio de los nervios y la expectativa sobre su figura. Sucedía que los ojos estaban puestos en aquel talento en ciernes: en las apuestas era el máximo favorito y pagaba 8-1 al igual que Nick Faldo y Greg Norman, defensor del título y segundo en 1996 respectivamente. Tal como lo indica la tradición y en su condición de campeón vigente del US amateur, Tiger fue emparejado en una salida con el jugador inglés. Pero al señalado como un prodigio parecieron temblarle las piernas y su drive de salida en el primer tee fue a parar bien lejos del fairway, error que derivó en un bogey en el primer hoyo. Incluso, agregó tres desaciertos en los primeros nueve, para emplear 40 golpes en la ida y un total de +4.
Después de los bogeys, necesitaba aferrarse a una sensación que le insuflara confianza. Y entonces recordó esa increíble tarjeta de 59 golpes en su campo local de Florida, con lo que el trayecto de vuelta resultó un paseo triunfal: cuatro birdies y un águila. Ese score de 30 (-6) en los últimos nueve redondearon una tarjeta de 70, que lo dejó a solo tres del líder de la primera vuelta, John Huston. En su columna para el PGA Tour, el periodista Bob Harig rescató palabras de Faldo, que se había frustrado con una primera vuelta de 75: “Tiger llegó con una gran atención sobre él y la usó a su favor. Ningún jugador antes había caminado hacia el primer tee con ocho policías a su alrededor. De repente, Tiger decidió que necesitaba seguridad. Tenía un aura completamente diferente; todos lo miraban y escuchaban. Y todos querían un pedazo de aquello. Fue increíble”.
Un puntero voraz
El viernes, Woods atrapó la cima del campeonato con una tarjeta de 66 (-6), para un total de 136 (-8), tres golpes de ventaja sobre el escocés Colin Montgomerie. El público ya rugía por él y admiraba su aplomo y su juego largo. En el par 4 del hoyo 11 jugó el segundo tiro con un sand-wedge, mientras que los demás usaron hierro 6 o 7. Sin dudas, empezaba a marcar diferencias con las distancias. Paul Azinger había jugado con el californiano en la segunda jornada y hasta el día de hoy guarda una certeza: “Tiene menos miedo al fracaso que nadie que haya visto”.
En el golf se denomina el sábado como el “moving day”, la jornada en la que el tablero puede variar considerablemente. Y más en el Masters, que acostumbra a alterar posiciones de manera alocada los fines de semana. Sin embargo, el envión de aquel irreverente que el año anterior no había superado el corte en Augusta siendo amateur fue incontenible. Se enfrentaba mano a mano con una estrella del Tour Europeo, pero Monty no tuvo nada que hacer: sucumbió con una tercera vuelta de 74 golpes. El muchacho de la película, por su parte, aceleró con un increíble recorrido de 65 (-7) y sacó una luz de 9 golpes respecto del segundo, ahora el italiano Costantino Rocca. Después de su tropiezo en el certamen, Montgomerie sorprendió al declarar: “Todos somos seres humanos aquí. Pero no hay ninguna posibilidad humanamente posible de que Tiger Woods pierda este torneo”.
En el anticipo del domingo, solo quedaba la curiosidad de ver jugar a Tiger bajo presión, con alguien que lo exigiera al máximo. Tom Kite, Tom Watson y Fred Couples merodeaban las primeras posiciones, pero estaban lejos. La realidad es que nadie estuvo a la altura de su exhibición entre magnolias y azaleas y Rocca, su escolta, nunca se acercó a más de 8 golpes. A lo largo de los cuatro días, Woods fue una máquina perfecta: fuerte pegada, approaches mágicos y toques en el green. Un triunfo por paliza y un festejo vestido de rojo, signo de “poderío” -según su madre- y que se convertiría en un clásico de los domingos.
Elder, aquel modelo del pasado
Pero aquel día de la consagración también pasaron cosas fuera del club. Lee Elder, el primer golfista afroamericano que había participado en el Masters (1975), quedó asombrado con la gesta que estaba a punto de consumar su colega y la identificación con aquel chico fue inmediata. Se tomó un vuelo de Florida hasta Atlanta y desde allí condujo demasiado rápido hacia Augusta, hasta que por el espejo retrovisor observó la persecución de un patrullero. Frenó. Y mientras que el policía le aplicaba una multa, Elder se defendió rogándole: “En su estado (Georgia) está cerca de hacerse historia. Tiger Woods está a punto de ganar el Masters. ¡Solo estoy tratando de llegar allí antes de que juegue!”. El uniformado lo miró incrédulo y le aseguro que no tenía ni idea quién era Tiger Woods. Le entregó el papel de la multa para que lo firmara y le espetó: “No me gusta el golf”.
Paying tribute to Lee Elder, one of the game's true trailblazers. #themasters pic.twitter.com/w2usDXrBlt
— The Masters (@TheMasters) April 4, 2022
Finalmente, Elder llegó al campo como espectador y presenció en vivo la hazaña del joven que venía a romper todos los moldes de este deporte. Por supuesto, también allí vibraron Earl y Tida, los padres de Tiger, conmovidos cuando Faldo le calzó a su hijo la chaqueta verde de campeón. De hecho, la celebración más emotiva se dio cuando Woods se abrazó con su papá –su mentor en el golf- detrás del green del 18. Una escena repetida muchas veces en TV y que tuvo su espejo 22 años después, cuando el propio Woods ganó el Masters por quinta vez y abrazó a su hijo, Charlie, exactamente en el mismo lugar.
El salto de calidad
Desde el momento en que triunfó en 1997, Tiger entró en otra dimensión y luego ratificó con creces su destino de grandeza. Además de ser el primer jugador negro en ganar un gran campeonato de golf, no paró de romper marcas. Lleva 15 títulos grandes (a 3 de Jack Nicklaus) e igualó la cantidad de victorias en el PGA Tour (82), a la par de Sam Snead. De pronto, se codeó con las grandes personalidades. “Michael Jordan y el presidente Clinton me llamaron para felicitarme. Iba camino a la conferencia de prensa cuando llamó Clinton. Estaba a punto de entrar al centro de prensa y me dijeron: ‘El presidente quiere hablar contigo’. En ese momento, Jack Stephens era el presidente del club, y dije: ‘Creo que Jack ya está allí. Lo acabo de ver en la Butler Cabin’. Y me contestaron: ‘No, no el presidente del club, sino el presidente de los Estados Unidos’. Respondí: ‘Oh, ese presidente: señor presidente’. Hablé con él un rato y me felicitó, fue muy agradable”.
A nadie se le escapó el significado social de un afroamericano ganando en Augusta National, 22 años después de que Elder rompiera la barrera racial en el Masters. Fuzzy Zoeller, campeón en 1979, ya había terminado de jugar aquel domingo 13 de abril con un magro recorrido de 78. Ante las cámaras, cuando le preguntaron sobre el inminente campeón, Zoeller sacó a relucir su verba inflamada: “Ese pequeño muchachito está jugando bien con el driver y con el putter. ¿saben qué hay que decirle cuando vuelva acá? Hay que palmearle la espalda, felicitarlo y ordenarle que no pida pollo frito en la cena de campeones del año próximo”. Sonrió, hizo un chasquido con sus dedos y emprendió la retirada. Pero en su breve caminata se dio vuelta y agregó ante la prensa: “…u hojas de col, o cualquier diablos que sea de comida que ellos suelen servirse”. Con su coronación, Tiger barrió también con la discriminación en el golf y abrió una nueva era.
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